Estampas de familia
COMPARTIR
Por: Abril Medina Martínez
Yo quiero ser quien elija a mi propia familia. Siempre he soñado con una hecha a mi gusto.
He pasado por innumerables hogares a lo largo de mi vida... Tantos que incluso ya olvidé el primer techo que tuve. ¿La razón de más peso por la cual no duraba mucho con cada familia que me adoptó? Ninguna cumplió con mis expectativas. ¿Era exigente? No lo creo.
TE PUEDE INTERESAR: Barbie eligió bien
De hecho, el motivo principal para decir mis primeras palabras no fue el hambre. A mis cuatro años quería hablar con la trabajadora social sobre los requisitos que debían cumplir mi papá y mamá para aceptarlos como tales.
La señora responsable del orfanato fingió oírme atentamente y me dijo que tenía una gran imaginación. Trató de convencerme de que era mejor tener un cuarto propio o vestirme bien, en lugar de lo que yo deseaba. Acarició mi cabeza y me regaló una hoja de papel en la que usé mis crayolas para dibujar. Lo que salió de mi corazón fueron unas flores. Se las regalé a la trabajadora social para que al menos considerara lo que le había dicho antes; ella me agradeció y lo pegó en la pared de su oficina. Ahora, siempre que iba hacia ahí, estaba presente el olor de las rosas de papel.
Entendí que no se tomó con seriedad mis deseos cuando me presentó a la primera pareja. Una mujer rubia, notablemente hermosa, atravesó el umbral de la puerta en compañía de un hombre moreno con estatura más baja que la suya. Recibió la directora de la casa hogar a los candidatos a padres y éstos comenzaron a dar vueltas por el edificio donde fui criado. Sabía que estaban aquí porque superaron la primera prueba: el papeleo. Vinieron hacia mí y se presentaron conmigo de la forma más delicada posible. Mientras escuchaba su parloteo sobre quiénes eran, me detuve a analizar al hombre. Era bastante bajo y carecía de músculos. Sin duda no podría cargarme en hombros hasta el final del pasillo. Fingí emoción y me acerqué a la pareja, levantando los brazos y formando un puchero con los labios. El supuesto padre ideal trató de levantarme, confirmando con su pobre desempeño que no era el padrastro que buscaba. Sus brazos temblaron mientras su muñeca se encajaba en mi pierna. Por un tutor debilucho, los dos fueron descartados automáticamente. ¿Quién me iba a defender del acoso escolar?
Si me preguntan cómo evité ser adoptado por todas las familias que intentaron cuidarme, la respuesta es sencilla. Los berrinches y travesuras sólo son tolerables cuando los hijos son propios. Cualquier niño de mi edad estaría aterrorizado si lo devolvieran a un orfanato, pero yo no. Para mí sólo es una estación de tren, ya que estoy en tránsito de un hogar a otro. No voy a mentir, yo también tengo miedo cuando cruzo estos pasillos de noche; pero no voy a rendirme para alcanzar a la familia ideal.
Pasaron meses para que una segunda pareja apareciera en el albergue. La trabajadora social habló conmigo antes de conocerlos. Me dijo que la pareja era recién casada y ambos eran jóvenes; además, la mujer era chef. Mis ojos se iluminaron y mis oídos dejaron de escuchar cualquier otra palabra. Sentí como mi boca comenzó a babear cuando imaginé la infinidad de platillos que mi nueva mamá podría preparar para mí. Desayunar galletas caseras, tener una rica comida llena de papas fritas sazonadas con amor y especias, y cenar helado. Todo parecía un mundo de ensueño como en mis dibujos. Pronto volvieron mis ganas de volar lejos del nido. Para mi mala suerte no duré ni una semana con ellos; regresé odiando el color verde y sentía que a mis piernas les saldrían raíces porque no las podía mover. Resulta que la mujer sí era chef, pero estaba obsesionada con la comida saludable. No pude probar ni un gramo de azúcar en el tiempo que estuve ahí. Además, su esposo era fanático del ejercicio, era tan intimidante como Hulk. Me empujó a jugar fútbol y a hacer miles de deportes. En un principio me agradó la idea por convivir, pero el sentimiento desapareció cuando ya ni siquiera tenía tiempo para dibujar.
Cuando regresé a la casa hogar, recibí una mueca de decepción por parte de la directora. Volví a mi habitación y guardé todas las crayolas verdes donde no las pudiera ver. Comencé a dibujar y me aseguré de que la cera azul fuera la protagonista; me sentía triste y traicionado. Mi crayola se fue desgastando hasta que se hundió en el papel. Perder mitad de la herramienta, con los precios tan altos para el material de arte, me frustró todavía más. Lloré hasta quedarme dormido. Cuando desperté, estaba manchado de colores y mojado. Fui a comer mientras rezaba para que no me obligaran a incluir vegetales en mi plato.
Pensé que me iría para siempre de ese lugar en el Día del Niño. El centro de adopción organizó una gran fiesta para mí y los demás que vivían conmigo. Después de la comida y la entrega de bolsas llenas de dulces, apareció la pareja de Wonder Woman y Superman para ofrecer un espectáculo. Yo estaba fascinado. Cuando terminó su evento, corrí para abrazarlos, les regalé varios de mis dibujos inspirados en ellos y les entregué una lista de razones por las que me deberían de adoptar. Esto les hizo reír mucho y me prometieron que regresarían por mí.
La súper pareja se presentó semanas después, revelando su verdadera identidad ante mí y la trabajadora social. Su sacrificio fue total e inesperado. Solo quería que me dieran la señal de irnos para correr por mi maleta. Sin embargo, mientras hablábamos sobre mis aspiraciones en el futuro, ellos llamaron el nombre de otro niño. Éste bajó del coche y me saludó sin éxito. Yo no estaba dispuesto a compartir la atención y el cariño de mis padres soñados.
Luego de mis vanos esfuerzos, acepté la derrota cuando quedé como última elección para ser adoptado y me eché hacia atrás, decidido a marcharme.
Pasé varios meses en el orfanato sin energía ni entusiasmo para vivir. Dibujé hasta que me cansé, me despedí del último amigo que me quedaba en el hospicio y me hice mejor amigo de la señora que trabaja ahí como responsable. Tal fue mi incertidumbre que comencé a pensar que jamás sería adoptado. Por eso volví a revisar mi lista de “Condiciones para papás”, quitando o cambiando algunos puntos para hacerla más accesible; pero no había nada que quisiera modificar. Era perfecta, nunca pedí mucho. Inclusive, fui menos estricto que mi mejor amiga, la trabajadora social. Solo quería tener un padre fuerte para levantarme en sus hombros durante algún concierto, una madre hermosa para que las viejitas pudieran decir que saqué mi belleza de sus genes y un espacio propio donde colgar mis obras de arte. También deseaba su tiempo, atención y cariño solo para mí.
Soy terco desde que nací, como me repite mi mejor amiga desde que quise crear un color nuevo con mis crayolas de cincuenta pesos. La perseverancia es buena, a menos que se ponga del lado de la procrastinación. El proyecto y la disciplina me duraron un mes, pero lo que realmente me detuvo fue la amenaza que me hizo la regenta del orfanato cuando me entregó la última caja de crayolas: tenía que cuidarla durante todo el año.
La noche y la inspiración son aliadas de los artistas. Por eso dejé que mis crayolas dibujaran todo lo que estaba en mi lista de deseos. A horas de la madrugada, comencé con el color café para hacer una bonita casa y el olor a madera se hizo presente; luego mi crayola comenzó a desaparecer por la fricción. Después le siguió el amarillo para el sol; su luz y brillo empezaron a irritarme los ojos, pero no me importó y seguí con los demás colores, uno por uno, hasta que casi se termina la caja de doce crayolas. El sueño y el cansancio volvieron a aparecer, aunque faltaba mi último toque. Pronto me dibujé a mí mismo. Adormilado todavía, noté cómo los dedos de mi mano se fundieron en la hoja de papel. La sorpresa no pudo más que mi sopor. Aunque estaba inconforme con mi desempeño, no aguanté más horas de trabajo y mi cabeza cayó en busca de reposo.
Como nadie quiso ser mi familia de ensueño, tampoco me resigné a ser un cero a la izquierda ni cualquier número del montón. Los niños de la casa hogar siempre fuimos una estadística en el papel, sobre todo los rechazados.
TE PUEDE INTERESAR: Sirenario para un ceviche I
Yo preferí ser arte.
A la mañana siguiente me desperté mirando el techo de la habitación. Escuché cómo la trabajadora social me llamó para desayunar. Entró a la recámara, levantó mi dibujo y sonrió dulcemente cuando vio nuestro retrato. Su alegría reveló que capté un deseo de ambos, una idea compartida y de mutuo sentimiento. Desde entonces vivo colgado de su refrigerador.
Por desgracia, durante años la he visto llorar muchas veces frente a la estufa. Ella no ha podido encontrarme, pero no se da por vencida. Su corazonada le dice que estoy cerca. A mí me gustaría gritarle para confirmar sus sospechas, pero nunca pude darle voz a mis creaciones. Mi don se reducía a dejarme interactuar con ellas.
Por ser tan exigente con mis trazos, esa noche me ganó el sueño y también olvidé firmar la ilustración. No le dejé a ella ninguna pista para rescatarme de este mundo a 2D. El dibujo en su nevera incluso parece obra de autor anónimo. Hasta en mi mundo soy igual de huérfano que en la vida real.
ABRIL MEDINA MARTÍNEZ (Cuatrociénegas, 2006). Estudia la carrera de Técnico en Ofimática en el CBTa No. 22 de Cuatrociénegas y es beneficiaria del PECDA Coahuila 2024 en la categoría Adolescentes Creadores Nuevos Talentos gracias a su proyecto “Diario de una mesera en apuros”. Con el relato “Estampas de familia” fue mención especial en el 16° Concurso Infantil y Juvenil de Cuento 2023, organizado por el Instituto Electoral de la Ciudad de México, y en 2022 ganó el X Premio Estatal de Cuento Naturaleza y sociedad, en la Categoría Juvenil de 15 a 20 años con su relato “El último tour a casa”. Medina Martínez ha publicado en VANGUARDIA sus cuentos “El último tour a casa”, “Tradiciones de quinceañera” y “Ocho de marzo”.