Correo de Roma
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Esto me sucedió hace años. Con motivo de los días de Navidad y Año Nuevo dejé de abrir una semana mi correo electrónico. Cuando después quise leerlo no me fue posible.
Le pedí auxilio entonces a uno de mis nietos, que sabe todo lo que hay que saber acerca estas materias, para mí insondables, de la cibernética. Él, después de breve examen, me informó:
-A tu máquina no le pasa nada, abuelo. Lo que sucede es que tienes demasiados correos.
-¿Cuántos? −le pregunté.
-No te vayas a asustar −me dijo−. Son más de mil seiscientos.
Me quedé estupefacto. ¿Tantos así, y en unos cuantos días? Ciertamente yo no mido mi tarea de escritor por el número de mensajes que recibo. No soy de los que entran en competencia a ver de cuál cuero salen más correos. Dediqué días, sin embargo, a desbloquear el departamento de mensajes. Vi con interés que la gran mayoría eran de encomio a los artículos que por entonces escribí sobre la Virgen de Guadalupe y Juan Dieguito. No faltó, claro, algún ministro evangélico fundamentalista que cuestionara mi devoción mariana por considerarla enemiga del culto que se debe a Cristo. Yo me pregunto si acaso un hijo se ofenderá por las manifestaciones de amor ofrecidas a su madre. “Bienaventurada me llamarán todas las generaciones...”, dice María en ese himno exultante de victoria −victoria femenina− que el pueblo llamaba “la Magnífica”.
De pronto, al revisar todos aquellos correos, encontré un bello mensaje que de Roma llegó. Se refería a otro artículo que escribí, éste con tema franciscano. Yo amo a San Francisco, el “segundo Cristo” que Chesterton dijera. No pierdo, entonces, ocasión de piropear a quien fue a la vez poeta y santo,
lo cual es ser dos veces santo y poeta por partida doble. El mensaje
decía así:
“Muy estimado −y muy leído− Catón:
“El motivo que me trae por aquí es hacerte saber que el número de tus lectores ha subido a cinco. Me explico. Esta mañana (madrugada en México, pues yo estoy en Roma) leí el periódico ‘Reforma’ en Internet, como suelo hacerlo, y me encontré con la agradable sorpresa del título que diste a tu columna de hoy: ‘Paz y bien’. Obviamente la leí con especial interés (la obviedad resulta de la dirección de mi correo electrónico: OFM), y por eso estoy en plena sintonía con tus deseos de paz para todos.
“Ahora bien: ¿quién es ahora tu quinto lector? Pues nada menos que el Ministro General de la Orden Franciscana, el sucesor de San Francisco de Asís, fray Giacomo Bini. Vivimos en la misma fraternidad. Hoy, durante la comida, le mencioné a fray Giacomo el comentario que hiciste sobre el saludo franciscano. Él te manda felicitar, y te bendice.
“Catón: que tu labor periodística, salpicada con sabrosos chascarrillos, siga provocando la reflexión y promoviendo la verdad.
“Uno de tus cuatro (ahora ya cinco) lectores”.
Y firma fray Rubén Tierrablanca, OFM, que pone como rúbrica a su firma: “Otomí de raza; itinerante por vocación).
¡Qué bello mensaje éste, lleno de la alegría y paz de San Francisco, y de la amorosa bondad del Poverello! Desde que lo recibí lo tengo guardado en mi corazón.