¿Cuánto cuesta la austeridad? En medio ambiente, mucho
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¿Cuánto cuesta la austeridad? Parece una pregunta paradójica si pensamos que el ahorro suele tener beneficios.
Si una familia ahorra una parte de los ingresos, tendrá oportunidad de usar ese dinero en emergencias, un viaje recreativo o alguna inversión.
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En el gobierno, ahorrar en principio es positivo, sobre todo cuando se pone un alto a los despilfarros. Es cierto, quienes llegan a los gobiernos se creen con el poder de manejar los recursos a su antojo y usarlos de manera arbitraria.
Evidentemente hay casos de excesos, de derroche, de toallas carísimas, de gastos en capacitaciones inútiles, de compra de insumos a sobreprecios o las sabidas obras con costos inflados. Llegar al gobierno significa un negocio y pareciera que representa la facultad de usar el dinero público de manera indiscriminada.
Pero también hay otra austeridad que cuesta más caro que lo que se ahorra. Es la austeridad que provoca la inoperancia de dependencias u oficinas encargadas de eso, de operar y trabajar.
Esta semana publicamos en Semanario el reportaje “La austeridad republicana golpea al medio ambiente”, una investigación que aborda cómo desde los recortes presupuestales en esta administración federal a dependencias claves −como la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), la Comisión Nacional del Agua (Conagua), la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) o la Comisión Nacional Forestal (Conafor)− está provocando un descuido en la protección al medio ambiente y por consecuencia problemas ambientales, como la mala calidad del aire o deforestaciones y desarrollos sin control en zonas forestales.
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Las mismas dependencias, en los Programas de Trabajo de Administración de Riesgo (PTAR), reconocen las amenazas y riesgos a raíz que existen en diversos temas de medio ambiente a causa de la falta de recursos financieros y humanos.
Hay que entender que estas dependencias son claves en la protección, cuidado, vigilancia, ordenamiento, monitoreo, inspección, y un largo etcétera, del medio ambiente. Pues normalmente son situaciones de carácter federal.
Por eso hablamos de una austeridad que cuesta cara. Porque no todo el ahorro es positivo, menos cuando se recortan presupuestos y personal a dependencias encargadas de acudir a ver que las empresas no contaminen o emitan más gases de lo permitido. Cuando se evapora un recurso destinado a la conservación de áreas o no existen supervisores que acudan a cerciorarse de que el recurso destinado a proteger la biodiversidad, realmente se esté empleando.
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AL TIRO
La austeridad en los gobiernos debería ser una práctica clave, cuando esta se concibe como la obligatoriedad de administrar de manera responsable los recursos púbicos, y no se hace un uso arbitrario del dinero de la gente.
Una buena práctica de austeridad involucra la mejora de la eficiencia en la asignación de los dineros y, por supuesto, la reducción de los gastos excesivos e injustificables.
Sin embargo, es menester encontrar un equilibrio entre la austeridad y la operatividad eficiente. Meter la tijera a las oficinas sólo porque que sí, sin ninguna evaluación de impacto, puede desencadenar en peligros y amenazas en distintas áreas, como ya se ven en el medio ambiente.
El problema entonces se vuelve el costo que hay que pagar, en este caso en temas ambientales, de una austeridad mal enfocada.