Cuento de Navidad
La pobreza e injusticia social denunciada en la obra de Charles Dickens sigue carcomiendo al mundo.
En esta temporada acostumbro referir en este espacio una de las historias más conmovedoras y hermosas de la navidad. Me refiero a la obra del inigualable Charles Dickens: “Canción de Navidad” o “Cuento de Navidad”, capaz de conmover a los corazones más mezquinos y endurecidos. Espero que esta entrega ayude a recordar el auténtico sentido de esta época y, particularmente, de la Navidad.
EGOÍSMO
El personaje central -que encana la miseria del corazón humano en la obra de Dickens- es el viejo usurero Mr. Ebenezer Scrooge -personaje que había convertido su vida en soledad, avaricia, desprecio, egoísmo y desamor- de quien el autor comenta: “¡era atrozmente tacaño, avaro, cruel, desalmado, miserable, codicioso. Incorregible, duro y esquinado como el pedernal, pero del cual ningún eslabón había arrancado nunca una chispa generosa; secreto, retraído y solitario como una ostra. El frío de su interior le helaba las viejas facciones. Le amorataba la nariz afilada, le arrugaba las mejillas, le entorpecía la marcha, le enrojecía los ojos, le ponía azules los delgados labios; hablaba astutamente y con voz áspera. Fría escarcha cubría su cabeza y sus cejas y su barba de alambre. Siempre llevaba consigo su temperatura bajo cero; helaba su despacho en los días caniculares y no lo templaba ni un grado en Navidad.
El calor y el frío exteriores ejercían poca influencia sobre Scrooge. Ningún calor podía templarle, ninguna temperatura invernal podía enfriarle. Ningún viento era más áspero que él, ninguna nieve más insistente en sus propósitos, ninguna lluvia más impía. El temporal no sabía cómo atacarle. La más mortificante lluvia, y la nieve, y el granizo, y el agua de nieve, podían jactarse de aventajarle en una sola cosa: en que con frecuencia ‘bajaban’ gallardamente, y Scrooge, nunca.
Jamás le detuvo nadie en la calle para decirle alegremente: ‘Querido Scrooge, ¿cómo estáis? ¿Cuándo iréis a verme?’. Ningún mendigo le pedía limosna, ningún niño le preguntaba qué hora era, ningún hombre ni mujer le preguntaron en toda su vida por dónde se iba a tal o cual sitio. Aun los perros de los ciegos parecían conocerle, y cuando le veían acercarse arrastraban a sus amos hacia los portales o hacia las callejuelas, y entonces meneaban la cola como diciendo: ‘Es mejor ser ciego que tener mal ojo’”.
¡BAH!
Para asomarnos aún más a la avinagrada alma de Scrooge veamos otro pasaje de Dickens: “tenía abierta la puerta del despacho para poder vigilar a su dependiente, que, en una celda lóbrega y apartada, una especie de cisterna, estaba copiando cartas. Scrooge tenía poquísima lumbre, pero la del dependiente era mucho más escasa: parecía una sola ascua; más no podía aumentarla, porque Scrooge guardaba la caja del carbón en su cuarto, y si el dependiente hubiera aparecido trayendo carbón en la pala, sin duda que su amo habría considerado necesario despedirle. Así, el dependiente se embozó en la blanca bufanda y trató de calentarse en la llama de la bujía: pero, como no era hombre de gran imaginación: fracasó en el intento.
-¡Felices Pascuas, tío! ¡Dios os guarde! -gritó una voz alegre. Era la voz del sobrino de Scrooge, que cayó sobre él con tal precipitación, que fue el primer aviso que tuvo de su aproximación. -¡Bah! -dijo Scrooge- ¡Patrañas!
El sobrino de Scrooge se hallaba tan arrebatado a causa de la carrera a través de la bruma y de la helada, que estaba todo encendido: tenía la cara como una cereza, sus ojos chispeaban y humeaba su aliento.
-Pero tío: ¿una patraña la Navidad? -dijo el sobrino de Scrooge-. Seguramente no habéis querido decir eso. -Sí -contestó Scrooge-. ¡Felices Pascuas! ¿Qué derecho tienes tú para estar alegre? ¿Qué razón tienes tú para estar alegre? Eres bastante pobre. -¡Vamos! -replicó el sobrino alegremente-. ¿Y qué derecho tenéis vos para estar triste? ¿Qué razón tenéis para estar cabizbajo? Sois bastante rico. No disponiendo Scrooge de mejor respuesta en aquel momento, dijo de nuevo: “¡Bah!” Y a continuación: “¡Patrañas!”
NO FESTEJO...
En un momento determinado de la historia llegan dos personajes a la oficina de Scrooge: “es Navidad, millares de personas carecen de lo necesario, señor”.
A lo cual Scrooge responde: “¿Es que no hay prisiones? ¿No funcionan ya los hospicios?”.
-Ciertamente que existen y funcionan, pero pueden hacer muy poco para alegrar los espíritus y cuerpos en Navidad. Hemos pensado recoger fondos para entregar a los pobres alimentos, bebida y combustible. ¿Con que cifra podemos inscribirle? - Con ninguna. Quiero que me dejen en paz. Yo no festejo la Navidad y no me voy a permitir el lujo de hacerla festejar a los holgazanes. Pagando el impuesto de lo pobres, doy mi ayuda a las cárceles, a las instituciones de mendicidad; el que este en miseria que se dirija a ellas.
-Muchos no pueden ir, y muchos otros prefieren morir antes de hacerlo -comentaron los visitantes.
-Si prefieren morir será mejor que lo hagan pronto para disminuir el exceso de población. Y además ustedes perdonen, estas cosas no me interesan.
Luego, en otro fragmento del cuento, Scrooge dice: “Quiero que me dejen en paz. Yo no festejo la navidad y no me voy a permitir el lujo de hacerla festejar a los holgazanes. Pagando el impuesto de pobres, doy mi ayuda a las cárceles, a las instituciones de mendicidad; el que este en la miseria, que se dirija a ellas”.
VIGENTE
A pesar de que esta obra se escribió en 1843, la pobreza e injusticia social ahí denunciada sigue carcomiendo al mundo, especialmente a países como el nuestro. Y peor aún, hoy padecemos una indigencia más terrible que la meramente económica que, desgraciadamente, podría decir es uno de los signos distintivos de nuestro tiempo: me refiero a la estrechez del amor que se gesta en las conciencias refinadas, representada por la indolencia y el vil acostumbramiento de percibir la miseria y la pobreza material, de ese ser humano que intenta sobrevivir al frío con apenas cartones, como algo cotidiano y natural.
SÚPLICA
La historia de Dickens representa una denuncia, una súplica universal: mientras existan millones de seres humanos que son rechazados como personas, que son ultrajadas, violentadas, discriminadas, asesinadas; que apenas sobreviven, que son consideradas migajas en el mundo del bienestar consumista, no puede hablarse del sentido auténtico de la Navidad. En todo caso, la Navidad que celebramos es artificial, de mentiras, inclusive cínica; ésta ya no es testimonio de la humildad y el amor en la cual se debería de sustentar; dejo de ser testimonio del “hombre-Dios”, que ese día nació.
Es difícil percibir una Navidad cuando en nuestra comunidad existen familias que no sólo se mueren de indigencia y frío, sino que, adicionalmente, tienen que resistir las miradas gélidas y la perversa indiferencia de muchas de las personas que abarrotan las tiendas para comprar esos regalos materiales que fallidamente intentan sustituir lo que nuestros corazones son incapaces de dar generosidad y solidaridad. Sencillamente amor.
Me refiero a la clase de personas que se asemejan a Mr. Ebenezer Scrooge, pero con la tremenda diferencia que el avaro Scrooge llegó a descubrir, con la ayuda de los espíritus, el verdadero sentido de la Natividad; que pudo comprender que de él dependía la felicidad o la desgracia de infinidad de personas, y también entender la tragedia en la que había convertido su existencia, para luego arrepentirse y así abrir su corazón a la solidaridad y generosidad.
ACTOS CONCRETOS
En el ocaso del próximo viernes será Nochebuena, buen momento para invitar a los espíritus de Dickens para que nos ayuden a realizar el balance de lo vivido y, de paso, ensanchar la conciencia para despertar los valores como el amor, la comprensión y generosidad que dan sentido a una existencia plena.
Sería bueno otorgar el sentido auténtico y original a la Natividad, símbolo de infinita esperanza, para sentir la presencia íntima de Dios. Para eso, será necesario rescatarla de la agonía que todo consumismo e indiferencia provocan; comprendiendo que su profundidad y belleza es humilde, siempre colmada de generosidad y que brilla a través de gestos concretos de amor y solidaridad; tal como el “Cuento de Navidad” magistralmente lo ilustra. (https://www.youtube.com/watch?v=l98k85578a0).
Tec. de Monterrey
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