Cultura y Pop: El Reencuentro de Oasis
Todas las bandas que fueron grandes en los 80s y los 90s y siguen existiendo, viven de la nostalgia y de las billeteras de sus fans
Si usted fue un veinteañero en los años noventa, es muy probable que haya cantado más de una canción de Oasis—el grupo que, junto con Blur, fue el estandarte del britpop.
Oasis, en realidad, eran los hermanos Liam y Noel Gallagher, cantante y guitarrista respectivamente, y tres chicos más a los que nadie recuerda. Con Liam y Noel, en cambio, nunca estuvo claro que era más memorable, si sus canciones, sus desplantes a los fans, o sus peleas fuera y dentro del escenario. Al mismo tiempo que sus álbumes alcanzaban la lista de los más vendidos, su estilo de vida daba carnaza a los tabloides británicos, y terminó destruyendo al grupo. En algún punto Noel no soportó más la actitud chulesca de Liam, y abandonó a la banda con un mensaje en internet, “Es con gran tristeza y gran alivio que hoy dejo Oasis,” y como exigen los cánones: en medio de un tour.
La vida siguió, y el odio aumentó. Cuando la nueva banda de Liam tocó una de las canciones clásicas de Oasis en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Londres, Noel los destrozó con una línea: “La mejor banda de pueblo tributo de Oasis”. Cuando un terrorista detonó una bomba en Londres a la salida de un concierto de Ariadna Grande, Noel se negó a participar junto a Liam en el concierto que recaudaba fondos para las víctimas, y Liam no lo bajó de imbécil.
Siendo ese el tono general de su relación, es entendible que ambos se mofaran durante años de la posibilidad de volver a tocar juntos. Y sin embargo, quince años después de su ruptura, aquí estamos: Oasis anunció hace un par de semanas que se reunirá para tocar de nuevo en un tour a partir del verano de 2015.
El problema es que las bandas de rock envejecen mal.
Al contrario que el pop —música que intenta encajar en el mainstream— la esencia del rock —y de sus diferentes encarnaciones: punk, ska, grunge— es la rebelión contra lo establecido. El sonido tiene que ir en contra de la música mainstream; la ropa tiene que ser una afrenta al buen gusto que personifica la clase media; la actitud tiene que ser un “fuck you” a la estabilidad y valores que los adultos tanto valoran, y que intentan inculcar a sus hijos para que “les vaya bien” en la vida.
En ese sentido, el rock es semejante al arte. Ninguno de los grupos que han marcado época ha surgido de la clase alta o media-alta. El rock lo crea gente que se siente alienada —económica, social, o musicalmente— y por lo tanto siente rabia en contra del sistema y el orden establecido, y ansía cobrarle cuentas.
Ese fue el origen de Oasis. En la sociedad que los rodeaba, sus miembros iban directo a perdedores. Así que cuando tuvieron fama, les importaba un pepino lo que la gente “decente” pensara de ellos.
Pero si los grandes grupos de rock surgen así, la industria de la música es un monstruo que, una vez que un grupo empieza a tener éxito —en otras palabras, a generar dinero— toma el control y mima a sus nuevas estrellas con riqueza, ropa de diseño, vuelos en primera clase, hoteles de cinco estrellas, alcohol de lujo y las drogas que sean necesarias.
Y aquí comienza el problema. ¿Cómo pueden mantener el espíritu de rebelión chicos que de pronto tienen una casa de super lujo, beben champaña, y se codean con billonarios?
La disonancia entre su ethos original y su nueva vida es tan grande, que durante un tiempo algunas bandas luchan contra ella: suben el nivel de las peleas y las salvajadas, destruyen habitaciones de hotel, prueban más drogas, y se comportan como niños malcriados. En casos extremos, algunos incluso se suicidan porque sienten que han vendido su alma al sistema; pregúntenle a Kurt Cobain.
O bien la banda implosiona, o se reinventa y aplaza la discusión por un par de años, o comprende que para mantener su nuevo estilo de vida tiene que enfocar su carrera ya no como arte, sino como un trabajo.
Todas las bandas que fueron grandes en los 80s y los 90s y siguen existiendo, viven de la nostalgia y de las billeteras de sus fans. Algunos siguen haciendo nuevos álbumes, otros ya ni se molestan: los fans de toda la vida quieren que toquen sus grandes éxitos, y los jóvenes no están interesados, a menos que una de sus canciones se vuelva viral en TikTok.
Los hermanos Gallagher seguramente creen que la música actual es una mierda, pero no vuelven porque quieran trasformarla. Vuelven porque quieren recordar lo que era sentirse relevantes, y porque encima de la mesa hay mucho dinero: los boletos para sus conciertos se agotaron en cuestión de minutos, a pesar de que un algoritmo se encargó de hacerlos lo más caros posible.
¿Por qué tanto furor? Por que los fans que cantamos sus canciones en los 90s, ahora nosotros mismos cincuentones que estamos pagando hipotecas, discutiendo con los profesores de nuestros hijos, y tomando pastillas para bajar la presión, queremos recordar, aunque sea por una noche, ese sentimiento de rebeldía, el convencimiento de que no íbamos a crecer para convertirnos en una pieza más del sistema.