Cultura y Pop: Vermeer y Rembrandt
Resulta conmovedor que cualquier turista podría ir esta tarde a Delft y tomar una foto con su iPhone, y lo que le mostraría a sus amigos de regreso en casa será esencialmente igual a lo que Vermeer retrató
Durante diez largos años el museo más importante de Holanda estuvo cerrado casi en su totalidad. Del 2003 al 2013 el Rijskmuseum, o “Museo del Reino,” pasó una renovación durante la cual los visitantes sólo podían acceder a un par de salas. En una de ellas estaba, por supuesto, la obra más importante que tiene: “De Nachtwacht,” o “La ronda nocturna.”
La remodelación del museo fue un éxito, y hoy en día la obra maestra de Rembrandt Van Rijn puede verse en un contexto adecuado. El visitante sube al tercer piso, dobla una esquina para entrar en el pabellón principal, y lo ve al fondo, majestuoso y enmarcado por dos preciosos arcos.
Antes de llegar a él, sin embargo, las tentaciones son muchas: el visitante se encuentra en la Sala de Honor del museo. Entre los muchos otros cuadros valiosos que hay alrededor, destacan otros dos de Rembrandt y dos de Vermeer.
El primero de Vermeer es famoso: el retrato de la hermosa holandesa conocida como “La Lechera” (“Het Melkmeisje”). El segundo es todo lo humilde que un cuadro de Vermeer puede ser: “Straatje,” que puede traducirse como callecita. En él Vermeer retrató una calle aparentemente sin importancia de su natal Delft.
En efecto, para un holandés cualquiera de la época podía ser una escena irrelevante. Para Vermeer, en cambio, retrataba un mundo. Tenía razón: hoy en día, quien ve su cuadro se sube a una máquina del tiempo: contempla el cielo de esa tarde, la actividad de un día cualquiera en la ciudad, lo ordenados y meticulosos que desde entonces son los holandeses, y el desgaste que trae a las cosas el uso cotidiano.
Resulta conmovedor que cualquier turista podría ir esta tarde a Delft y tomar una foto con su iPhone, y lo que le mostraría a sus amigos de regreso en casa será esencialmente igual a lo que Vermeer retrató. La ropa de las mujeres es otra, por supuesto, y probablemente al menos una de ellas estará viendo TikTok. Pero no sólo el aspecto de los ladrillos, las casas y los patios interiores es semejante al que encontramos aún en cualquier ciudad de Holanda, sino que el misterio de la existencia sigue siendo el mismo, iPhone o no iPhone. Las mujeres que aparecen en el cuadro de Vermeer murieron hace siglos, y ahora somos nosotros quienes estamos aquí. Dentro de cien años sin embargo serán otros, y seguimos sin saber por qué.
En cuanto a tema y ambición, la obra maestra de Rembrandt es todo lo contrario a este cuadro. Y sin embargo, “De Nachtwatch” también deja constancia de la historia de Holanda, aunque de una manera más evidente. Mientras en el resto de Europa los ciudadanos eran protegidos por los reyes y la Iglesia, y por tanto su vida dependía de los intereses, vaivenes y locuras de los nobles y de los arzobispos, en la Holanda de Rembrandt la tierra no les pertenecía a ellos, sino a los ciudadanos que trabajaban unos junto a otros para ganársela al mar.
Así que ni la Casa Real —cuando la había— ni la iglesia tenían mucho poder. Eran los ciudadanos comunes quienes, entre muchas otras cosas, se organizaban en milicias para defender sus ciudades de las amenazas exteriores, como el catolicismo representado por España. Holanda fue uno de los primeros países occidentales donde los ciudadanos de a pie se sintieron dueños y responsables de su vida.
Una de las consecuencias fue que a los artistas no los contrataban los reyes para glorificar sus casas reales ni los obispos para ilustrar las aventuras de sus mártires, sino esos mismos ciudadanos para que los retrataran a ellos y a los temas que les eran relevantes.
Fue el caso de los paramilitares que cuidaban Ámsterdam: querían que el artista de moda dejara constancia de lo importante que era su labor. Lo que perdieron de vista es que Rembrandt no era un tipo común. El Rijskmuseum exhibe a los lados de “De Nachtwatch” otras dos pinturas que también retratan a las milicias que cuidaban a los ciudadanos. El contraste es tan grande que a ratos causa pena y a ratos risa. En esos dos cuadros los militares aparecen guapos y pomposos, iluminados y ufanos, todos igual de altos y encantados de haberse conocido. Rembrandt, en cambio, retrató a unos haciendo cosas relevantes, a varios perdiendo el tiempo en minucias, y a otros despistados y sin enterarse de nada. Más poderoso aún, los retrató en movimiento, no posando — preparándose para la ronda nocturna, no para una sesión de modelaje.
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Todo esto fue una revolución. Pero en ese entonces pasó mucho tiempo antes de que alguien contratara de nuevo al insensato Rembrandt para hacer otro retrato.
Los dos cuadros, el de Vermeer y el de Rembrandt, son completamente diferentes. Y sin embargo en ambos los artistas fueron capaces de hacer mucho más de lo que en principio el tema parecía ofrecerles.