De desigualdades y de ciudad

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Las ciudades han desnaturalizado parte importante del espacio público, despojándole de su escala humana, a golpe de infraestructura concebida con exclusividad para el disfrute de vehículos
La ciudad es una mezcla de realidades y cada una abona a un aspecto de lo que en ella podemos apreciar. Particularmente las realidades en las que se experimenta el mayor grado de vulnerabilidad son en las que la ciudad debería poner mayor cuidado.
Entre las realidades a las que me refiero están las de quienes, por alguna limitación ajena a su voluntad, no pueden ejercer el más básico y natural disfrute del entorno. Ya sea por límites físicos, económicos, culturales o políticos, la ciudad se presenta en desigualdad.
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Entre las desigualdades que más hemos normalizado se encuentran las vinculadas a la movilidad urbana. El espacio público, que debiese ser el lugar idóneo para la convivencia, se ha convertido en una arena de competencia por su dominio y, casi, exclusividad.
La competencia es desigual por muchos factores. Quienes se presentan con más fuerza a ella son notoriamente menos en número, pero su ventaja radica en un poder artificial que hace imposible la competencia con la abrumadora mayoría con la que se mide.
Me refiero a la funesta supremacía de la movilidad motorizada particular por sobre las demás expresiones de movilidad urbana, particularmente aquellas que van prescindiendo de mecanismos y accesorios hasta llegar a la movilidad no asistida: la movilidad peatonal.
Las diferencias que motivan esta competencia están expresadas claramente en la forma en que diseñamos las ciudades. Ciudades dispersas, que alejan a la gente de los satisfactores de los que precisan, precarizando la realidad de quienes menos tienen.
Ciudades excluyentes, que han convertido al desplazamiento de las personas por motivos económicos en una dinámica justificada por el mercado, dejando de lado la dignidad de quienes las habitan, convirtiéndoles en un mero factor cuantitativo en su propia ecuación.
Ciudades que complican la movilidad activa, al aislar y dibujar complejos trazados de las rutas aptas para recorrerse a pie, en bicicleta o en transporte colectivo de ruta, a partir de garantizar la comodidad aislada de la movilidad motorizada en automóvil particular.
Ciudades hostiles que transforman vías de conectividad humana en pistas de carreras que suponen verdaderos abismos entre sectores de la ciudad que están apenas a unos metros de distancia, pero separados por riesgos inasequibles para la integridad personal.
Ciudades que han desnaturalizado parte importante del espacio público, despojándole de su escala humana, a golpe de infraestructura concebida con etiqueta de exclusividad para su disfrute sobre vehículos que evocan falazmente desarrollo, progreso y modernidad.
El discurso humanizador de la ciudad se ha visto acallado por el sonoro circular de veloces unidades automotoras, que han generado una forma de silencio plagada de ruido, a la que nos hemos acostumbrado involuntariamente en esta normalidad que vivimos.
Es lamentable cómo hemos construido una narrativa urbana que avala las desigualdades como mera consecuencia de la desatención de unos y la habilidad de otros. Culpamos al mérito de las desigualdades, cuando el mérito debería estribar en reducirlas y eliminarlas.
Y a pesar de lo claramente equivocado de esa narrativa, está en boca de todos, desde quienes toman las decisiones hasta quienes irremediablemente deben acatarlas, justificando esta bizarra realidad en la axiomática afirmación de que “aquí nos tocó vivir”.
Este letargo de tantos años en el que se encuentra sumida la noción de la dignidad humana, parecería imposible de superar, sin embargo, cada vez es más recurrente encontrar manifestaciones de reivindicación a esa idea tan familiar y a la vez extraña.
Tales manifestaciones, en principio aisladas, han ido encontrando congruencia en una voz que se va haciendo notoria, aunque aún no de manera tan sonora como sería deseable, pero sumando poco a poco más voluntades que han ido amplificando su mensaje.
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Tal vez habrá quien piense que el mensaje llega tarde, que la fuerza que requiere no se logrará. Habrá quien afirme que los obstáculos son muchos y los incentivos pocos, que no existe mucho que hacer para posicionarse frente a tan abrumadora realidad.
Sin embargo, es importante tener presente que también esta realidad que vivimos hoy es una más de las creaciones humanas; que si bien surgió de la nada, se fortaleció en una complicidad involuntaria que se multiplicó al tiempo hasta convertirle en normalidad.
Revertir esta realidad y reemplazarle puede en efecto ser difícil, pero lo será mucho menos si mantenemos un futuro posible como ideal.
jruiz@imaginemoscs.org