De la visión sistémica al modelo de ciudad

Opinión
/ 22 octubre 2025

Estamos hablando de una vinculación activa, en la que se reconoce la diversidad como un activo imprescindible para la viabilidad urbana

En la narrativa de la planeación y gestión de las ciudades, es cada vez más recurrente escuchar el concepto de “modelo de ciudad”, muchas veces usado más gratuitamente que con verdadero sentido. El modelo de ciudad es un traje a la medida para un área urbana.

La manera de confeccionar este traje es a partir de una profunda comprensión del pasado de un asentamiento humano, del conocimiento claro de las dinámicas y problemáticas presentes, así como una precisa definición de una visión de futuro adoptada en común.

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Si bien existen componentes comunes para todas las urbes, dadas las necesidades compartidas que éstas deben abordar y satisfacer, las particularidades son las que realmente las caracterizan, asegurando objetivamente que el modelo se mantenga vigente.

Lo anterior precisa inexcusablemente de procesos de vocación participativa, donde los distintos sectores que activan las dinámicas de la ciudad se sientan representados y vean sensiblemente traducidas sus aspiraciones y preocupaciones en la visión del modelo.

Es también relevante la forma de integración de la perspectiva rural en el modelo de ciudad, que no deriva sólo de la articulación territorial, sino que escala a una visión funcional del territorio, a partir de la vinculación funcional de cada uno de sus elementos integrantes.

Si alguno de estos se rezaga, podría provocar la ralentización de los elementos aparentemente menos vulnerables. Es decir, estamos hablando de una vinculación activa, en la que se reconoce la diversidad como un activo imprescindible para la viabilidad urbana.

De igual manera se requiere de considerar los componentes estratégicos que permiten la viabilidad de un municipio. Esto, evidentemente, va más allá de la mera definición de un polígono urbano y de sus perspectivas de crecimiento, consolidación y densificación.

Tiene que ver con la posibilidad real de aspirar a los distintos horizontes temporales que contemplen su perspectiva evolutiva. Es decir, se requiere partir de una visión sistémica para hacer posible garantizar un modelo de ciudad pertinente, viable y de largo plazo.

Desde esta perspectiva no se puede dejar fuera absolutamente a nadie, por el contrario, la preocupación central debe ser garantizar el involucramiento generalizado de quienes habitan dentro de su polígono, particularmente de las personas más vulnerables.

Entre los temas que invariablemente se tienen que considerar en esta visión sistémica está el crecimiento ordenado y sostenible. Esta vertiente de crecimiento debe estar orientada necesariamente a la consolidación urbana, como un detonador de la densificación urbana.

En este sentido es importante evitar dar a la densificación el carácter de meta, cuando la densificación es un resultado se convierte en una consecuencia natural de la buena consolidación urbana, donde quienes habitan la urbe gozan de verdadera calidad de vida.

Se deben también prever las dinámicas productivas y de sinergia social, económica y cultural, que apuntalen la integración de los contextos rural y urbano. Una fragmentación entre los escenarios rural y urbano favorece tangiblemente desigualdades y rezagos.

Es también necesario evitar que se limite la integración urbana a la movilidad urbana de tipo pendular –o de ida y vuelta–, al significar esto condenarle a una integración funcionalista, que desdeña el carácter humano y, en consecuencia, diverso de dicha integración.

Asimismo, se deben considerar los impactos a los que se expone la urbe por virtud de los cada vez más severos efectos del cambio climático, así como por la urbanización descontrolada que comprometen el capital natural y los servicios ambientales.

La gobernanza de cada una de las dinámicas presentes en el municipio se debe articular funcionalmente al modelo de ciudad, para permitirle un curso armónico en la consolidación de cada uno de sus sectores, así como desde una perspectiva global integradora.

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Por último, pero de vital importancia, el principal componente de un modelo de ciudad: la calidad de vida. Aquí es donde se requiere adoptar las perspectivas centrales de desarrollo de una ciudad, como la inclusión, la accesibilidad universal, entre otras.

Esta visión sistémica traducida en modelo de ciudad puede sentar las bases para una verdadera visión de largo plazo de la urbe, así como para la integralidad de la planeación municipal.

Sólo asegurando que todas y todos los habitantes de la ciudad tengan parte en su construcción, de manera efectiva, verificable y sensible, se podrá asegurar un futuro posible.

jruizf@henka.com.mx

Abogado por la U.A. de C., especializándose en Derecho Ambiental y Gestión Urbanística. Cuenta con Maestría en Gestión Ambiental por la U.A.N.E. Cursa actualmente estudios de Doctorado con enfoque en Derecho a la Ciudad. Ha colaborado en los Institutos Municipales de Planeación de Torreón y de Saltillo, así como en la Delegación Coahuila de SEMARNAT. Ha representado a México en diversos foros internacionales, entre ellos el SWYL Program y la Tokyo Conference, organizados por el Gobierno de Japón. Se desempeñó como Director Operativo de COPERES y Presidente de la Representación Coahuila de la Asociación Mexicana de Urbanistas. Es catedrático a nivel Licenciatura y Posgrado en instituciones como la Universidad Autónoma de Coahuila y la Universidad Iberoamericana.

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