Defender al INE es defender nuestra democracia
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El pasado domingo, cientos de miles de mexicanos salimos a las calles en muchas ciudades del país y dimos la cara en defensa del Instituto Nacional Electoral (INE). Tuve el orgullo de participar con mi familia en la marcha de la Ciudad de México, la más numerosa del país, y pude ver cómo decenas (o cientos) de miles de ciudadanos, de manera ordenada y respetuosa, sin ofender a nadie, dijeron “ya basta” al intento del gobierno de aprobar una reforma electoral que pretende acabar con una institución clave en el desarrollo democrático de nuestra nación.
Hay, en lo sucedido el domingo, dos cosas que me llaman mucho la atención: en primer lugar, vimos por primera vez cómo la gente salió a la calle en defensa de una institución, eso no había sucedido nunca. Habla del reconocimiento que a lo largo de los últimos 30 años se ha ido ganando el INE (antes IFE). Independientemente de que el INE, como cualquier otra institución es perfectible, ha mostrado a lo largo de los años su fortaleza e independencia y ha dado sobradas muestras de su imparcialidad y su capacidad para organizar comicios, aún en condiciones a veces muy difíciles.
En segundo lugar y lo que más me llama la atención, es que vimos a una sociedad viva, que no está dispuesta a dejarse. Una sociedad que ha despertado y que no está dispuesta a perder lo que tanto tiempo costó construir.
¿Qué resultados podemos esperar de la marcha? Primero, que se dé marcha atrás a la reforma con la que se pretende acabar con el INE. Creo que, por lo que toca al Presidente, no servirá de nada, nada cambiará. Sin embargo, creo que sí puede servir para que algunos legisladores que han coqueteado con la idea de apoyar la reforma y que podrían dar los votos que le hacen falta al gobierno para aprobarla, lo piensen dos veces. Hay una sociedad viva, pendiente de lo que será la actuación de cada legislador.
Hace apenas poco más de tres décadas, México no era una democracia. Las elecciones las organizaba el Gobierno a través de la Secretaría de Gobernación y las calificaba el Congreso, siempre dominado por un partido hegemónico. Opacidad y abuso engendraron una cultura de desconfianza; para mucha gente, los comicios eran una farsa en la que no valía la pena participar. No permitamos una vuelta atrás.
@jglezmorfin