Del olvido al no me acuerdo

Opinión
/ 23 febrero 2025

“Si nadie me lo pregunta, yo sé qué es el tiempo;

pero si alguien me pide que se lo diga, no sé”.

San Agustín de Hipona.

En 1999, una película documental se estrenaba. Dirigida y escrita por Juan Carlos Rulfo, hijo del escritor Juan Rulfo; mostraba la historia de un grupo de ancianos, sus memorias y recuerdos, en una atmósfera que evoca, la soledad o el abandono. Se dice que el pretexto es buscar a Juan, un individuo del que nadie recuerda nada y la necesidad de juntar las piezas de un rompecabezas en el que el propio individuo se había convertido, como un mito o un recuerdo neblinoso, este pretexto nos dirige a conocer a un grupo de personajes marcados por el tiempo y la edad. Los paisajes, las historias, los recuerdos, son parte fundamental en este multipremiado documental titulado: Del olvido al no me acuerdo.

En la mitología griega, Lete es el nombre de la diosa que personifica al olvido pero también Leteo, un río del Hades al cual, algunos filósofos se refieren como Ameles o río de la desatención. Recordar, proviene del latín recordari, formado de re que quiere decir de nuevo y cordis, que significa corazón, es decir, traer a la memoria, recordar o evocar, transmite la idea de repetición o hacer algo de nuevo. En la antigüedad, se dice que los romanos utilizaban la palabra cordis para referirse al corazón, el afecto, el talento, la inteligencia y también el estómago.

En resumen, lo que ya sabemos; recordar significa: volver a pasar por el corazón o por la mente. En la entrega pasada, me refería a relacionar de manera que, esta palabra tiene también una connotación de volver a algo; una metáfora por ejemplo, nos lleva a recordar y vincular por medio de imágenes que se generan en nuestro cerebro y también en nuestro corazón, por lo tanto, a manera de metáfora, recordar, tal como decían griegos y romanos, es el “lugar” -en este sentido en el cuerpo humano- donde residen los afectos, algunos rasgos de carácter como la inteligencia o el afecto mismo y se asentaban en el pensamiento a manera de memoria o recuerdo.

Para el filósofo francés Henri Bergson, el tiempo es lo que hace que todo suceda, además agrega que, hay un tiempo interno y uno externo, lo cual es mucho más complejo que esto, sin embargo, es posible hacer una analogía sobre la duración y elongación del tiempo: cuando espero que cambie el semáforo y tengo prisa pareciera que la luz roja dura una eternidad...

El filósofo plantea que, la coincidencia entre la intuición y la duración, es lo que hace que el tiempo surja o que seamos conscientes del transcurrir del mismo, a su vez, esta conciencia se traduce en memoria, es decir, la prolongación del pasado en el presente: recordar. Cuando somos conscientes del peso que tienen los edificios, metafóricamente, sobre nuestra historia y la importancia de lo que comunican, entonces tal vez, seamos capaces de evitar las aguas del río de la desatención, la invisibilización o la falta de respeto hacia nuestros sitios fundacionales, recordar nuestra historia y nuestra tradición pero sobre todo, el respeto sobre lo que somos como conciudadanos en relación con el lugar donde vivimos y cómo lo habitamos, para que, estos lugares, sigan siendo los sitios donde nacen, crecen, se forjen y creen recuerdos más allá del vertiginoso avance del tiempo.

Entonces, siguiendo esta analogía o metáfora, el corazón de las ciudades o los centros fundacionales pueden ser estos “lugares” donde residen o nacen las memorias de una comunidad o población, donde se forja el carácter y se asientan objetos y elementos que nos hacen recordar quienes somos y de dónde venimos. Porque aunque, como dije, todo lo que supone recuerdo está sujeto al olvido, la historia y las tradiciones reflejadas de manera contundente y concreta en nuestras ciudades, nos hacen volver a pasar por situaciones, anécdotas, historias, legados, pero sobre todo, espero, afectos.

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