...desde que se fue Violeta: Un acercamiento a la canción de protesta
Desde que se fue Violeta, enlutando la poesía,
se ensañan con los poetas, las faltas de ortografía, sí.
Joaquín Sabina.
Para Quetzal y Quetzalito
La canción de protesta es una composición musical que expresa inconformidad con las reglas sociales impuestas por la autoridad, sea ópera clásica, un canto africano, o un musical. La canción de protesta latinoamericana nació, se vigorizó y popularizó en el contexto de las dictaduras del siglo XX y XXI, desde la del general Alfredo Stroessner, en Paraguay, de 1954, hasta la actual de Nicaragua con Daniel Ortega. La efervescencia dictatorial latinoamericana obedeció al miedo serval en EUA por el triunfo de la revolución cubana. Se corría el riesgo de esparcirse en el continente el virus... o la mitosis.
Con tanto ruido en el vecindario, en México no nos quedamos en paz. En 1965 sobrevino el asalto al cuartel militar en Madera, Chihuahua. Desde ahí le seguimos de frente y sin parar, hasta las actuales autodefensas. El EZLN ha quedado, por decirlo suave, en calidad de metáfora.
En detalle, la canción de protesta latinoamericana —diferente a la trova, de la que después se hablará—, es una composición musical breve, escrita para ser cantada por una o varias personas. Se acompaña de instrumentos generalmente campesinos, como el charango, la zampoña, el bombo legüero, la jarana, la guitarra, y como cien más. Su estructura es básica porque las letras suelen ser extensas, a la manera de poemas musicalizados, y el propósito es dar el mensaje por sobre el lucimiento del músico. Recuérdese la obra de Atahualpa Yupanqui, asentada en acordes de guitarra casi invisibles. Sus acordes son simples y su melodía suave, puede cerrar con un estribillo pegadizo y fácil de recordar. Por ejemplo, la famosísima Jacinto Cenobio, composición de Pancho Madrigal.
La tonalidad de las canciones de protesta es en menores —do menor, re menor—, porque esta tonalidad tiende a un carácter entre sombrío y emotivo —Gracias a la vida, de Violeta Parra, Somos Sur, de Anita Tijoux, o Casa de cartón, de Ali Primera. Las canciones de esperanza están en tonalidad mayor —do mayor, re mayor—, como Yo vengo a ofrecer mi corazón, de Fito Páez, o Canción con todos, hermosísimo himno a la unidad latinoamericana, de Armando Tejada Gómez y César Isella.
Las letras describen la injusticia —Mi abuelo, de Mario López, La carta, de Violeta Parra—, la situación que motiva la protesta —La canción del oro blanco, de José Ángel Espinoza Ferrusquilla. A menudo las letras utilizan imágenes poéticas, sin aludir directamente al sujeto de la protesta. Es un recurso ingenioso para eludir el enfrentamiento directo con el garrote policial. Otras veces la propia canción es una metáfora —Te recuerdo, Amanda, del icónico Víctor Jara, y muy especialmente Regalo a un niño del grupo salvadoreño Yolocamba i Ta, que en Chorti que significa, La rebeldía de la siembra.
A finales de los años 60 y principios de los 70, en Argentina se dio el Movimiento del Nuevo Cancionero. Ahí germinó la canción de protesta, promotora de la música con contenido social y político. Los cantantes que habrían de dar más guerra a los estados dictatoriales son: Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Facundo Cabral y León Gieco, autor de Sólo le pido a Dios. Por las mismas fechas en Chile se dio La Nueva Canción Chilena, fundamental en la difusión de Violeta Parra, Víctor Jara o los grupos Inti-Illimani y Quilapayún. Éste popularizó El pueblo unido jamás será vencido, de Sergio Ortega.
En Uruguay, la canción se asoció con el Movimiento de la Nueva Canción Popular, e impulsó a Daniel Viglietti, Los Olimareños, el mero mero Alfredo Zitarrosa autor de Diez décimas de autocrítica. Además, claro hay muchos más, como el brasileño Caetano Veloso, el colombiano Pablus Gallinazo; Carlos Mejía Godoy, de Nicaragua; o el salsero, mero, mero petatero, Rubén Blades, directo de Panamá.
En México el incremento poblacional urbana, el hábil manejo de la televisión hacia la cultura citadina, más los movimientos gremiales, forjaron una canción de protesta urbana, dirigida a lo fabril, lo estudiantil, lo sindical. Aquí levantan la mano (izquierda, obvio), Gabino Palomares, autor de las luminosas Maldición de Malinche, y Letanía del poderoso; Amparo Ochoa (Yo pienso que a mi pueblo, 1978, y Mujer, 1985), Óscar Chávez, Los Folkloristas (Repertorio de conciertos en Palacio de Bellas Artes, 1973). Sanampay (Yo te nombro, 1978).
Aquí se acaba el pase de revista a los hijos de Violeta... Dejemos el rock de protesta para otra entrega.
Encuesta Vanguardia
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