Desigualdad y violencia

Opinión
/ 26 junio 2022
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Causas multifactoriales son las que han alimentado la espiral de violencia que padecemos en México y que nos sigue complicando el tránsito para tener una vida buena. Héctor Hernández, en un estudio que realiza sobre el origen de los homicidios en América Latina y el Caribe en 2021, comenta que la violencia es alimentada por la desigualdad y la pobreza, la falta de oportunidades, la impunidad y la debilidad del estado de derecho; la proliferación de armas de fuego y los altos consumos de alcohol y el control de territorios por parte de grupos delincuenciales.

De acuerdo, son algunas causas, que en lo social son visibles, pero el trasfondo de cada una de estas taras sociales es más profundo. En el plano de lo público podría ser la base de un buen programa que desde el escritorio podría involucrar al Estado, a los gobiernos y a las organizaciones de la sociedad civil y empresariales. Concuerdo con Hernández Bringa (2021), estas variables han sido las causas de los homicidios en nuestra zona, pero la violencia tiene detalles finos que involucran lo epistemológico, lo social y lo político y a la base de nuestra sociedad, es decir, a la familia.

Infaltable el discurso polarizante, que no es made in actual sexenio, sino que ha sido un caldo de cultivo que la sociedad clasista en la que vivimos ha tenido backstage, desde siempre producto de la desigualdad histórica y de la marcada división de clases que seguimos sin superar. Sí, claro, aquello de que todos somos iguales, pero unos menos iguales que otros o si quiere el asentimiento de la dignidad humana de quienes nos rodean, pero no su reconocimiento. Todo esto ha tenido altos costos sociales.

Para que se dé una idea, el Estudio Mundial sobre el Homicidio 2019, luego realimentado en 2021, afirma que en los últimos tres años se han cometido más de 100 mil homicidios. Sólo en 2021, en México hubo un poco más de 33 mil decesos entre feminicidios, policías, militares, periodistas, candidatos a puestos de elección popular, servidores públicos y, por supuesto, civiles armados. En la Guerra de Ucrania, en datos de la ONU, se reportan 4 mil 074 civiles y 4 mil 826 personas heridas, compare usted. De ese tamaño están los niveles de violencia en nuestro País, por supuesto, aquí no se habla de las personas desaparecidas.

En ese orden de ideas, ¿cómo frenar la desigualdad en nuestro País cuando la OCDE lo reporta como el más desigual de sus miembros? Amartya Sen hablaba de cómo la justicia no es otra cosa sino la carencia de capacidades (oportunidades) y de programas que, como afirmaba John Rawls, igualaran a los desiguales. No lo hemos entendido.

Si Sen coloca a la educación, a la salud, a la vivienda y al empleo como palanca para el desarrollo, ¿por qué no se ha usado esta fórmula que nos ha ofrecido el PNUD? ¿O de plano a quienes poseen los medios les viene bien una sociedad desigual? Pareciera que la frase recurrente de que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres se convirtió en un cliché que a todos nos ha venido bien, claro, sin tener en cuenta que la consecuencia de la falta de una distribución justa de la riqueza es la violencia y esto complica la disminución de la pobreza.

Habrá quienes ilusamente sigan pensando que los pobres son pobres porque quieren, pero la estructura de injusticia impide que muchos puedan salir del absurdo y degradante círculo vicioso de la pobreza en la han vivido por generaciones. ¿Y el pensamiento de la dignidad humana y la justicia social? Bien gracias. La necesidad de crear oportunidades para las siguientes generaciones de emprendedores deberá de ser una constante si quieren tener una sociedad justa y en paz.

Y si hablamos de los gobiernos como corresponsables también del estado que guarda la violencia en nuestro País, la necesidad de afirmar la cultura de la legalidad, versus impunidad, es una de las claves más importantes de interpretación. Se esperaba más de la administración federal en cuanto al tema de la aplicación de la ley, pero no ha sido así. La población en general y quienes se dedican a delinquir por oficio, igual que a otras administraciones, le tomaron la medida a quien administra la justicia y esto se aplica también a lo estatal y a lo municipal. La impunidad sigue alimentando la ola de violencia que no para en nuestro País. ¿Quiénes tenemos toda la vida viendo esta realidad de debilidad institucional veremos un cambio de cultura antes de pasar a una mejor vida? Probablemente.

Lo cierto es que la violencia, como recurso irracional del ser humano para afirmar poder, no sólo es un tema que le compete al estado para generar control y promover el caos, sino que también se ha convertido en una industria bastante rentable para quienes la regentean, pues mucho recurren a ella como medio de supervivencia que deja grandes ganancias a quienes la usan por el escenario mental, psicológico y anárquico que esta genera. Aunque el Estado, en este caso el mexicano, no se da cuenta, la violencia es más letal que los decesos de los que se hablaba al inicio porque resquebraja la sociedad, complica el mercado, evidencia la estructura sanitaria y tiene un impacto gravísimo en la educación de nuestros hijos.

No es, por tanto, el Estado el responsable directo de la desigualdad y la pobreza, la falta de oportunidades, la impunidad y la debilidad del estado de derecho; la proliferación de armas de fuego y los altos consumos de alcohol y el control de territorios por parte de grupos delincuenciales los causantes de la violencia en nuestro país, somos todos los que nos hemos centrado sólo en lo individual dejando de lado lo comunitario. El caso de los jesuitas asesinados en Chihuahua no es cosa menor. Así las cosas.

fjesusb@tec.mx

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