Diseñando para la habitabilidad

Opinión
/ 30 enero 2024
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Cada escala nos habla de la particular experiencia de una persona en el espacio urbano en que se encuentra y con el que interactúa

La habitabilidad, en el contexto del urbanismo, es una característica perceptible cuando se logra el máximo disfrute posible de los espacios urbanos. Este concepto se puede entender desde distintas escalas, como la doméstica, la barrial, la de ciudad. Para esta reflexión abordaremos la escala doméstica.

Cada escala nos habla de la particular experiencia de una persona en el espacio urbano en que se encuentra y con el que interactúa. Así, cada escala de habitabilidad nos dará una lectura distinta del entorno, haciendo evidente lo necesario, lo deseable y lo idóneo, tanto como lo innecesario, lo indeseable y lo que no debe estar o suceder.

La escala doméstica nos refiere a la intimidad del hogar, es decir, del hábitat por excelencia de la persona y de la Familia. El aislamiento del exterior que aporta el domicilio particular podría hacer parecer que esta dimensión de habitabilidad nada tiene que ver con lo público; por supuesto, nada más alejado de la realidad.

La vinculación del espacio doméstico con el público es enorme. Se manifiesta, por ejemplo, en la conexión con las líneas de distribución de agua potable, de drenaje, las de conducción de energía eléctrica, de gas, de telefonía, de internet. De manera más perceptible, se puede apreciar en la conexión con el exterior, desde la banqueta, la calle, los espacios destinados a la movilidad y la conectividad.

Pero también es sensible esta relación en la proximidad con un parque, con un hospital, con una escuela. Es decir, cada necesidad que precisa de ser cubierta para una persona idealmente debe encontrar un satisfactor accesible y asequible desde el hogar y su proximidad.

Sin embargo, esto no es una realidad para mucha gente, aun habitando la misma ciudad. Existen lugares en las ciudades que no cuentan con acceso a agua potable, a drenaje, a luz eléctrica, entre otros servicios básicos. También los hay sin infraestructura adecuada para transitar del espacio privado al público, desasociados a la conexión a los sistemas de movilidad urbana. Los hay también alejados de centros de salud, de escuelas, de parques.

Si hacemos un sencillo ejercicio de análisis del territorio, nos daremos cuenta de una nada agradable realidad, que estriba en que los domicilios que suman las deficiencias señaladas se encuentran agrupados en lugares, cuyos habitantes de por sí cuentan ya con características de vulnerabilidad social, acentuadas gravemente por las deficiencias señaladas.

Sin embargo, la vocación subsidiaria de la sociedad no se ve fácilmente expresada en la integración de estos espacios a la dinámica urbana. De hecho, existen ciudades donde se busca encapsular estos espacios precarios y aislarlos hasta visiblemente del entorno más privilegiado, reduciendo drásticamente la posibilidad de percepción de su existencia.

Esto provoca dinámicas perjudiciales que incrementan y arraigan con mayor fuerza las desigualdades, y todo lo que conllevan. Se podría pensar que esto es ajeno al diseño urbano, sin embargo, no lo es; de hecho, un mal diseño urbano es causante directo de estas dinámicas y de las desigualdades resultantes.

Cuando me refiero a un mal diseño urbano, el calificativo no obedece a criterios técnicos, sino a la deshumanización de estos, a su carencia de componentes de sensibilidad social. No basta con saber técnicamente por dónde puede pasar una calle, es necesario también saber qué piensan quienes serán potencialmente beneficiados -o perjudicados- por su instalación.

Igual sucede con parques, con plazas públicas, con espacios de interacción social. El diseño urbano no debe nacer en el trazo de un boceto, sino en la escucha y la observación atentas y sensibles. No existe urbanista con más expertise sobre un lugar determinado que quien lo habita. Entonces, ¿por qué no escucharles?

Y, por supuesto, ese proceso de escucha no debe estar sólo en la identificación de necesidades y recolección de propuestas. Precisa de estar presente también en la ejecución de obra y en el seguimiento de resultados. La gestión de la ciudad debe ser un proceso de observación y escucha permanente, no sólo de ejecución de obra y administración de lo público.

Permitirnos reflexionar sobre otras realidades que también suceden en la ciudad, pero que nos hemos acostumbrado a dejar de lado, a hacer invisibles, haría posible un cambio sustancial en la forma en que habitamos. La noción de vinculación entre el espacio público y el privado hará del sentido de habitabilidad un elemento primordial para un futuro posible.

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