En memoria a mi padre a diez años de su partida.
En la actualidad, contamos con una multitud de palabras que hasta hace poco no existían; la gran mayoría de ellas son conceptos que han surgido a la luz de la cambiante tecnología, el vertiginoso avance de los medios de comunicación y las redes sociales, como es el caso de Facebook y otras plataformas digitales. Son términos que, en su mayoría, han sido adaptados del inglés al español. Desde esta perspectiva, parece que ya es casi imposible preservar “la elegancia y pureza de nuestro idioma”, como lo plantea la Real Academia Española.
Vivimos en una época en la que el mundo hispanohablante se ha integrado con el resto del planeta, creando, en el entorno virtual, comunidades inéditas que poseen sistemas de comunicación únicos, con un lenguaje compartido que incluye palabras, expresiones y signos completamente distintos a los que estábamos acostumbrados.
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Por ejemplo, escuchamos términos como internet (una palabra que, recientemente, ha sido aceptada por la Asociación de Academias de la Lengua Española) y otros usos comunes que antes eran impensables, como tuitear, tuitero, blogosfera, bloguero, chatear, email, facebookear, postear, taggear, zapping y likear. A estos se suman palabras más recientes, como streaming, binge-watching (el acto de ver varias horas de contenido audiovisual de una sola vez), influencer, follower, scrolling y story, todas ellas resultado directo de la influencia de plataformas como TikTok, Instagram y YouTube.
Tampoco podemos olvidar términos asociados al mundo de la inteligencia artificial, que cada vez ganan más relevancia en nuestro día a día: algoritmo, machine learning, deepfake, chatbot y tokenizar (convertir algo en un activo digital), entre otros.
La lista es interminable y crece cada día con una cascada de nuevos términos. Estoy seguro de que, muy pronto, entraremos en contacto diario con un vocablo que hoy es desconocido para muchos: “pizzled”, una palabra que refleja una desafortunada realidad.
ESCASEZ
Creo que vivimos en una época en la que la atención se ha convertido en un recurso —si podemos llamarlo así— extremadamente escaso. El ruido constante, la velocidad con la que transitamos nuestras vidas y los innumerables distractores que invaden nuestra cotidianidad han mermado nuestra capacidad de concentración, afectando nuestra sensibilidad hacia nosotros mismos y, en consecuencia, hacia los demás.
Johann Hari, en su libro “Stolen Focus: Why You Can’t Pay Attention”, explora precisamente este fenómeno. Hari argumenta que nuestras mentes están siendo sistemáticamente robadas por la tecnología, las redes sociales y el ritmo frenético de la vida moderna. Según él, la pérdida de nuestra capacidad de atención no es accidental, sino el resultado de un sistema que prioriza la distracción. Hari propone que reconectar con el presente, la naturaleza y la auténtica interacción humana es clave para recuperar nuestra atención y vivir de manera más plena.
Las personas necesitamos profundamente atención; no solo en el sentido de captar estímulos, sino de una atención activa, vital, que se exprese en la preocupación auténtica por el otro. Este cuidado hacia el prójimo parece haber sucumbido ante el individualismo y la indiferencia predominantes. Hoy en día, somos peregrinos sin posibilidad de descanso, rodeados de compañeros de viaje que son, en gran medida, desconocidos. Nos miramos, pero no nos vemos. Nos hablamos, pero no nos escuchamos.
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DESENCUENTROS
Nos estamos acercando peligrosamente al concepto de Sartre, quien decía que “el infierno son los otros”, es decir, el prójimo, o sea “tú”. Este pensamiento contrasta profundamente con la idea de que somos seres de encuentro, ya que todo encuentro genuino requiere generosidad y paciencia para estar disponibles para los demás y, así, poder entablar una comunicación auténtica y edificante.
En la ausencia de generosidad, resulta más difícil encontrar la atención que tanto anhelamos, esa atención que es enemiga de la indiferencia. Parte del problema radica en que ignoramos todo lo que se encuentra dentro de nuestro ámbito inmediato, dándole prioridad a lo lejano, a lo distante en presencialidad.
Un ejemplo de esta desconexión lo podemos observar en una típica comida familiar: la mayoría de las personas están absortas en sus propias preocupaciones y prioridades. Algunos se comunican, a través de Twitter o Instagram, con quienes están lejos, ignorando a los que tienen cerca; otros están sumergidos en su propio mundo con auriculares, escuchando música en plataformas como Spotify, que no va más allá de sus oídos. Otros más están hablando por teléfono móvil o enviando mensajes, entretenidos en “conversaciones” con personas distantes, mientras que algunos simplemente pierden su tiempo frente a la televisión, en internet o navegando en sus dispositivos móviles, ya sea un iPhone, una tableta o una computadora. En este sentido, literalmente, los demás dejan de existir.
Lamentablemente, este fenómeno se replica en muchos otros ámbitos, como el escolar, donde la falta de atención y la desconexión también son palpables.
EXPIRADOS
La palabra a la que me refiero fue mencionada en un artículo de la reconocida revista Harvard Business Review, titulado “El momento humano”. Este artículo aborda cómo generar un verdadero contacto con otra persona en el entorno laboral. Señala que lo más importante es apagar tu smartphone, cerrar tu laptop, dejar de soñar despierto y concentrar toda tu atención en la persona que tienes frente a ti.
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La palabra acuñada introducida al lenguaje inglés en 2006 y que pronto estará plenamente en nuestro lenguaje es la que mencioné anteriormente: “pizzled”. Este término describe el instante en el que la persona con la que estamos interactuando saca su smartphone y responde a una llamada, y de repente nos sentimos ignorados, como si hubiéramos dejado de existir, por ejemplo:
“I was pizzled when my husband started talking on his iPhone at the dinner table” (La otra noche me quedé “pizzled” cuando mi marido, en la cena, se puso a hablar por el móvil).
”Pizzled” proviene de las palabras en inglés “puzzled” (confundido) y “pissed off” (enojado), encapsulando perfectamente esa mezcla de desconcierto, menosprecio y molestia que sentimos cuando alguien nos interrumpe para atender su dispositivo móvil.
NUEVA MIRADA
Erich Fromm sentenció: “Concentrarse en la relación con otros significa, fundamentalmente, saber escuchar. La mayoría de las personas oye a los demás, e incluso da consejos, pero sin escuchar realmente. No toman en serio las palabras del otro, y tampoco les importan demasiado sus propias respuestas. Como resultado, la conversación los agota.
“Viven bajo la ilusión de que escuchar con atención los agotaría aún más. Sin embargo, la realidad es completamente opuesta. Cualquier actividad realizada con concentración tiene un efecto estimulante (aunque pueda aparecer un cansancio natural y saludable después); mientras que las actividades hechas sin concentración provocan somnolencia y, paradójicamente, dificultan conciliar el sueño al final del día”.
Estar concentrado significa vivir plenamente en el presente, en el aquí y ahora, sin distraerse pensando en la próxima tarea mientras se realiza otra. Esta capacidad de concentración no solo requiere esfuerzo, sino también paciencia.
La paciencia es clave para desarrollar una verdadera concentración. Si no entendemos que cada cosa tiene su tiempo y tratamos de apresurar los resultados, es inevitable que nunca logremos concentrarnos plenamente. La paciencia nos enseña a respetar los procesos y a no forzar las cosas antes de que estén maduras.
OJALÁ
Creo que un buen punto de partida para evitar caer en la condición de estar “pizzled” es, a toda costa, evitar ignorar a las personas que nos rodean. Esto implica contemplar la posibilidad de apagar, de vez en cuando, esos dispositivos que no solo distraen nuestra mente, sino que también nos alejan del alma de los demás.
Para actuar en consecuencia, es necesario reconocer que estamos ante una forma de esclavitud moderna: la dependencia a la tecnología. Esta dependencia nos distancia de quienes están cerca y nos conecta, de manera artificial, con quienes están lejos. Si realmente queremos liberarnos de esta esclavitud, necesitamos colocar a la tecnología en su contexto adecuado, reconociendo primero que somos seres diseñados para el encuentro genuino.
Ojalá la palabra “pizzled” jamás se convierta en el reflejo de nuestras relaciones personales, ya que la atención total y la verdadera presencia ante quienes nos rodean es lo que nos conecta con la esencia más profunda de nuestra propia humanidad, y es también la manifestación más genuina del amor y respeto que debiéramos profesar a las personas que nos abrazan cotidianamente con sus miradas.
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