Albino Luciani, en su obra Ilustrísimos Señores, ofrece una profunda reflexión sobre la vida humana utilizando una serie de cuatro cuadros como metáfora visual del ciclo vital. A través de estas imágenes, aborda temas universales como el paso del tiempo, la lucha constante entre el bien y el mal, y la búsqueda de sabiduría espiritual.
Luciani describe el viaje de la vida mediante un velero que navega por las etapas de la existencia humana, desde la infancia hasta la vejez. En la primera pintura, un niño, despreocupado, es guiado por un ángel, simbolizando la protección divina y la inocencia de la infancia. Sin embargo, ya se vislumbra la figura de una sombra en la popa, un personaje sombrío que representa las fuerzas negativas que se mantienen dormidas en esta etapa temprana.
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En la adolescencia, un joven comienza a mirar más allá, hacia los misterios del futuro, pero las aguas se vuelven más turbulentas. El personaje sombrío despierta y sus ambiciones se revelan, marcando el inicio de los desafíos y tentaciones que surgen en esta etapa de descubrimiento e incertidumbre. Esta lucha por el control del timón simboliza la batalla interior entre el bien y el mal.
En la adultez, la tormenta arrecia. En el cuadro se observa un hombre que lucha ferozmente en un paisaje oscuro, y el personaje sombrío ha tomado el control del timón. El ángel ha sido desplazado, lo que refleja cómo en la madurez muchas veces el bien se ve relegado frente a las presiones de la vida cotidiana, las responsabilidades y las tentaciones del mundo.
Finalmente, en la vejez, se observa a un anciano contemplando un horizonte de calma. La tempestad ha pasado, el puerto está cerca, y el ángel vuelve a tomar el control del timón. El personaje sombrío, antes amenazante, está ahora encadenado. Esta imagen final simboliza la redención y la paz alcanzada al final del viaje, cuando se ha vivido con sabiduría y se ha reconquistado la espiritualidad.
Cada una de estas etapas está llena de desafíos y transformaciones, desde la despreocupación de la infancia hasta la lucha y las tormentas de la adultez, y finalmente la llegada de la calma en la vejez. A través de estas imágenes, Luciani enfatiza la inevitabilidad del paso del tiempo y cómo cada etapa de la vida trae consigo sus propias lecciones y retos.
Luciani nos recuerda que el timón de la vida está siempre en nuestras manos, y que son nuestras decisiones a lo largo del viaje las que definirán si nuestro destino será de luz o de sombras, de paz o de arrepentimientos.
TIEMPO
Al recorrer el relato de Albino Luciani, las imágenes de esos cuadros cobraron vida en mi mente: vi la barca surcando el mar y sentí las olas, imponentes y gigantescas. Visualicé al niño, al adolescente, al adulto y al anciano, todos navegando bajo el implacable paso del tiempo, donde solo los recuerdos parecen perdurar. Al ángel lo imaginé translúcido y majestuoso, guiando el viaje en silencio.
El misterioso acompañante, esa figura sombría, se me reveló astuto, expectante y, de algún modo, cautivador. Recrear el sol resplandeciente y los dos puertos - uno bañado en luz y otro envuelto en llamas rojas - fue inevitable.
Estas pinturas retratan el viaje de cada ser humano a lo largo de la vida. Aunque todos partimos del mismo lugar, la barca en la que navegamos es única. El trayecto se encuentra colmado de luces y sombras; la primera etapa, por supuesto, se vive sin complicaciones, bajo la protección del ángel que guía con seguridad y confianza. A medida que avanzamos, el viaje se torna más desafiante, y el papel del misterioso personaje sombrío se vuelve más prominente, simbolizando las tentaciones, los miedos y las dificultades que todos enfrentamos en la vida.
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Esta secuencia no solo es una reflexión sobre la vida y la lucha constante entre el bien y el mal, sino también una invitación a encontrar sentido y propósito en cada etapa, navegando con conciencia y discernimiento para alcanzar un destino luminoso.
MISTERIO
Si ese artista anónimo volviera a pintar en este 2024, tal vez colocaría a la figura sombría muy cerca del niño, susurrándole al oído palabras misteriosas, peligrosas y sutiles.
En la segunda pintura, la mano del sombrío personaje estaría sobre el timón, junto a la del adolescente, que ahora tendría la mirada vacía, como si viviera en un tiempo consumido, atrapado por pasiones y distracciones, dejando mínimo espacio para el ángel.
En la tercera imagen, el hombre adulto cargaría sobre sus hombros al oscuro personaje, y el ángel habría desaparecido por completo. Y en la última escena, el anciano surgiría cansado de vivir, con arrepentimientos pesados, observando la risa burlona y complacida del siniestro acompañante.
¿POR QUÉ?
¿Por qué el artista pintaría estas escenas de tal forma? Porque reflejarían fielmente la realidad actual: por un lado, observamos a los niños expuestos a la violencia y al descuido de padres demasiado ocupados “haciendo” cosas para sus hijos, mientras estos se desmoronan. Niños absortos en la tecnología, sin el entusiasmo de mirar las estrellas, apresurándose a crecer, imitando lo que hacen los mayores, seducidos por las redes sociales, por costumbres vacías y materialismo rampante.
Por otro lado, los adolescentes, hechizados por la fugacidad, cambian lo esencial de su juventud por soluciones temporales y falsas promesas. Invadidos de lo “políticamente correcto”, algunos contagiados por la espantosa epidemia denominado “futurofobia” que les hace temer del porvenir. Jóvenes alejados de Dios, perdiendo la capacidad de asombrarse ante cada nuevo amanecer.
La adultez, por su parte, reflejaría una etapa en la que el ser humano estaría dominado por la soberbia, la competencia deshumanizante y la indiferencia. Cegados por las mentiras y falsedades de la “posverdad” y las grandezas de este mundo -el dinero, el poder y el conformismo del alma-, olvidando lo que realmente importa. ¿Y el anciano? Después de haber vivido bajo las “reglas” de este tiempo, ¿cómo podría encontrar satisfacción en una vida plena?
TRAVESÍA
Zygmunt Bauman es conocido por sus conceptos de modernidad líquida, una era caracterizada por la fluidez y la incertidumbre, donde las relaciones, valores y estructuras sociales son cada vez más inestables y cambiantes.
La metáfora del velero y el viaje por el mar también se alinea con el pensamiento de Bauman sobre la vida en la modernidad líquida: estamos navegando sin mapas claros, en un mar donde las corrientes son impredecibles y el puerto de llegada está envuelto en incertidumbre. Sin embargo, como señala el texto, cada uno de nosotros tiene el timón de su propia vida, y aunque el “personaje sombrío” pueda estar al acecho, también existe la posibilidad de retomar el control, de dirigir nuestro velero hacia un puerto de luz y esperanza, lo que resuena con la visión de Bauman de la necesidad de una ética más humanista en tiempos de incertidumbre.
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