El amo... así se siente...

Opinión
/ 28 septiembre 2024

Como abundan en el ámbito político –no es el único– personas que llegan a un cargo público y si ya traían aires de marqués, pierden por completo piso y se transforman en una especie de monstruos deleznables... pero aplaudidos por una multitud de seguidores, de lamesuelas o como usted guste ponerles. Y los ha habido a lo largo de la historia de la humanidad, con todos sus lastres despreciables, y lo increíble es que siguen atrayendo séquito. De ahí que se afirme, y con sobrada razón, que no hay ser más necio que el hombre. Estos “amos”, porque así se sienten, se creen el centro del universo, y hacen y deshacen cuando tienen el mando, importándoles un bledo las tempestades que provocan. Según el siquiatra holandés Jean Paul Selten, se trata de personalidades tóxicas, que pueden tener en su perfil psicológico “orgullo exagerado, desprecio por los demás y un sentido disminuido de la realidad”. De presentarse estas “lindezas” –esta palabrita es mía, no del maestro Selten- el individuo padece el síndrome de Hubris –palabra de origen griego que significa orgullo o arrogancia-, trastorno psicológico que se caracteriza por generar un ego desmedido y desprecio por las opiniones y necesidades de los demás. Lo han padecido muchos famosos de ayer y de antier, verbi gratia, el rey Enrique VIII, dictadores como Hitler, Stalin, políticos como George Bush, Tony Blair.

TE PUEDE INTERESAR: Domínguez y Unamuno

Apuntan los estudiosos del tema que el hecho de querer destacar y sentirse admirado y valorado, no es nada malo ¿a quien le desagradan sus cinco minutos de gloria? El problema es cuando ese afán de protagonismo alcanza niveles exorbitados, dicho en chanza, pero hay quienes en un bautizo hasta quieren ser el bautizado y en un velorio, el difunto. Se vuelve enfermizo ser el centro de atención de los demás. En los casos más graves este rasgo se manifiesta como un trastorno histriónico de la personalidad. Por lo general la Hubris se desarrolla después de que se llega a una posición prominente. Como decía mi tía Tinita, “se les ve la pinta, nomás necesitan un empujoncito para enseñarla”. Quienes la padecen, al darle rienda suelta, acentúan su imprudencia, su impulsividad y su desfachatez. El neurólogo David Owen, en 2008, acuñó el término en su libro: “En el poder y en la enfermedad”, en su texto analiza el comportamiento de políticos como el Sha de Irán, Roosevelt, entre otros. Destaca que aunque existe vinculación con el narcisismo y con el trastorno bipolar, se trata de un trastorno reversible en personas sanas. Enlista una serie de síntomas psicopatológicos en los que se manifiesta: Confianza exagerada en sí mismo, imprudencia e impulsividad. Sentimiento de superioridad. Desmedida preocupación por la imagen, lujos y excentricidades. El rival debe ser vencido a cualquier precio. La pérdida del mando o de la popularidad termina en la desolación, la rabia y el rencor. Desprecio por los consejos de quienes les rodean. Alejamiento progresivo de la realidad. No todos tienen que darse, pero son los que apuntan a que se padece. También hace hincapié, que el problema lo puede venir arrastrando desde la infancia. Si los padres lo detectan, el niño debe ser tratado, porque el ambiente en el que se crece ejerce mucha influencia sobre la personalidad y, combinado con la carga genética que viene de los padres, es lo que define cómo somos. De modo que si se trata, se puede controlar, se puede encauzar adecuadamente, y no se convierte en un problema en su adultez. La mejor medicina para evitarlo es enseñarles desde pequeños que no son el ombligo del mundo, que cuando necesiten algo deben pedirlo, que es importante ser pacientes, porque hay otros niños y niñas esperando turno también para jugar, para hablar, y que todos tienen derecho a ser escuchados.

Y me centro en nuestro país, y retomo lo que acontece en el ámbito político, en el que infortunadamente acceden a cargos públicos personas que no son las idóneas para comportarse acordes a una realidad que hoy por hoy, demanda SABER ESCUCHAR, entender que no se es el dueño de la verdad nomás porque se tiene una posición de carácter temporal y pagada con recursos de los mexicanos, que esa circunstancia no le imprime el ser poseedor de la razón y que tiene la obligación de dialogar con todas las partes, al margen de sus filias y fobias personales, que no le asiste derecho alguno para endilgar culpas por los resultados producto de sus decisiones tomadas con las visceras, a todos los que no le rinden pleitesía. Que este país en este siglo XXI necesita estadistas, no tlatoanis, ni caudillos, ni mesías. Que las prédicas del “yo, yo, yo, después yo y hasta la consumación de los siglos, yo”, no le sirven a nuestra nación para resolver los severos problemas de inseguridad pública que la agobian, que tampoco es solución para ganarle terreno a la pobreza el repartidero irracional de dinero que se hace, y digo irracional porque no está sustentado en un estudio que explique por qué lo reciben personas cuyo status económico no lo demanda y hay otras a quienes no se les da y siguen siendo presa de todos los males que acarrea la marginación material. El medio probado y más eficaz para apalearla, es generando condiciones para que haya fuentes de trabajo que permitan al ser humano vivir acorde a su dignidad. ¿Primero los pobres? ¿Y hasta cuándo va a perdurar este sistema educativo, que deja tanto que desear y que le impide a los mexicanos desarrollar todo su potencial? Invertir en educación es lo que hace falta a gritos en este país. Ejemplos de lo que reditúa una acción de este tamaño, los hay, Finlandia, Singapur ¿y aquí por qué no? Cuando la gente se educa es libre y entonces nace una sociedad exitosa, realizada, próspera, pero en serio, no de slogan ni de publicidad pagada. Y en materia de salud ¿por qué en lugar de ir hacia adelante se sigue la suerte del cangrejo? Son lamentables las condiciones en que se encuentran las instalaciones del sector público, en cualquier renglón están reprobadas. Su personal, desde el de intendencia hasta el médico, de verdad que hace milagros, pero no basta. Esas son las inercias que debe combatir cualquier gobierno que se vende como el gran transformador.

¿Cuándo vamos a tener un país en el que el titular del ejecutivo se comporte nada más como servidor público, que se esmere en cumplir con creces la oportunidad de gobernar y administrar que se le otorgó en las urnas? Lo último que nuestro país requiere es individuos con hambre de poder, con ínfulas de amo y señor, a quienes les enferma que se les cuestione su desempeño, que son incapaces de aceptar que se equivocan y de sostener un diálogo respetuoso e inteligente con personas que piensan diferente. La cerrazón y la necedad producen reformas constitucionales irracionales, destinadas a colapsar el estado de derecho, a más de ser contrarias al sentido común. Que horror padecer un hambre insaciable de protagonismo. El 1 de octubre se cierra un ciclo, no obstante, eso resulta inaceptable para un ego embrutecido en el delirio de la exhibición y el aplauso perpetuo. Que autoestima tan paupérrima que demanda para sentirse plena el envilecimiento del séquito que le rinde vasallaje. Y que papel tan triste el de quienes aceptan semejante condición. Si nos mantenemos como espectadores de la tragedia que está ocurriendo en nuestro país, no nos va a alcanzar la vida para llorarlo. Pero lo más reprochable es que les estamos enseñando a las nuevas generaciones a aceptar porque no hay de otra. ¿Eso queremos? ¿Así de simple entregamos la plaza? Lo que está ocurriendo en Venezuela no es invento. Así empezó...y ya están en el segundo acto.

COMENTARIOS

TEMAS
NUESTRO CONTENIDO PREMIUM