El ejemplo arrastra

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La semana pasada impartí un taller para muchachos de entre 10 y 13 años, un tema que discutí con ellos fue “Las Verdades del Vaping o Cigarrillo Electrónico”. Al exponer sobre sus efectos negativos en las vías respiratorias y su alto contenido de nicotina y mariguana, uno de los participantes me preguntó: “Maestro, si nos expone sobre las consecuencias del uso del vape, entonces, ¿por qué mi mamá lo usa?”.
Nuestros hijos viven una gran encrucijada. Por un lado reciben información sobre cómo deben cuidarse y tener una buena salud física y emocional, y por el otro lado ven y escuchan otros mensajes en su familia. Una posible respuesta que se le puede dar es: “Hijito, ella es un adulto y puede tomar sus decisiones”. Entonces, el mensaje es: Cuando seas adulto todo se vale, aunque de pequeño te enseñaran lo contrario; o las enseñanzas que me dan los maestros son erróneas ya que mis padres hacen lo contrario. ¿Quién tiene la razón?
Una de las grandes lecciones de la vida es: “Los valores no se enseñan, se viven”. Como dice el dicho, las palabras convencen pero el ejemplo arrastra. Hay una historia que no sé si es real o no, pero dice así: Una madre cansada de que su hijo comiera mucho dulce fue pedirle un consejo a Mahatma Gandhi y le pidió que le dijera cómo evitar que su hijo comiera tanto dulce. Gandhi, después de reflexionar le pidió a la madre que regresar en dos semanas con su hijo.
Dos semanas después, la mujer volvió con su hijo a ver a Gandhi. Al verlos, Gandhi observó profundamente los ojos del muchacho y le dijo: “No comas dulces”. La madre agradecida pero asombrada, le preguntó a Gandhi por qué le había hecho esperar dos semanas para decirle sólo eso a su hijo. Y Gandhi le contestó: “Hace dos semanas, yo también comía dulces”.
Dos semanas después, la mujer volvió con el hijo a visitar a Gandhi. Al verlos, Gandhi miró bien profundo en los ojos del muchacho y le dijo: “No comas azúcar”. La madre, agradecida pero perpleja, le preguntó a Gandhi por qué le había hecho esperar dos semanas para decirle sólo eso. Gandhi le contestó: “Hace dos semanas, yo también estaba comiendo azúcar”.
Esta anécdota nos hacer reflexionar cómo las palabras pueden influir, pero si no están fundamentadas por una conducta no sirven de nada. La gran lección de vida es: “La coherencia entre lo que hacemos y decimos es la influencia que proyectamos”.
Evitemos el refrán “las palabras se las lleva el viento”, quizás duran un momento y después desaparecen, a no ser que exista un buen ejemplo que las refuerce. Si les pregunto ¿quiénes han influido o impactado más profundamente en nuestra vida?, probablemente no son los merolicos que tratan de adularnos con sus palabras o convencernos, sino aquellos que con sus acciones nos demuestran el valor de ser y hacer en la vida. Cuantos de nosotros elegimos una carrera profesional al observar a alguien que expresaba, no con palabras, sino con su ejemplo pasión, alegría y entrega y decidimos vivir como él o ella. Creo que muchos.
Mi abuelo me repetía constantemente el siguiente refrán: “Del dicho al hecho, hay un gran trecho”. Enfatizando que las palabras son llevadas por el viento si no son coherentes con las acciones. Me gustaría cambiar el refrán: “Del dicho al hecho sin trecho”.