Kumbala: el bar legendario de Saltillo donde sudaban la noche, el cuerpo y la perdición
Entre pistas de baile, rusos blancos y noches interminables, el Kumbala fue más que un bar; fue un espacio de encuentro y cultura que vive en la memoria un Saltillo más pequeño, más íntimo, más seguro.
Premonitorias resultaron las letras de La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio cuando, en 1991, estrenaron “Kumbala”, una canción que en su primera estrofa evoca un lugar de “música y pasión”.
Involuntariamente, el grupo chilango le dio nombre, y también destino, al bar que entre 1995 y 2011 fue protagonista de la vida nocturna en Saltillo.
Ubicado sobre el bulevar Venustiano Carranza, el Kumbala se distinguió por tener tres pistas de baile y por cerrar, según se cuenta (y a pesar de las prohibiciones municipales), hasta las diez de la mañana los viernes y sábados.
Quienes vivieron esa época añoran no solo la variedad musical y el ambiente, sino también un Saltillo que ya no existe: más pequeño, más íntimo, más seguro.
Hielo, vodka, una onza de licor de café y leche evaporada se mezclaban en vasos de cristal para servir los “Rusos Blancos”, la bebida emblema del Kumbala Turistic Center. Costaba 20 pesos; la cerveza, apenas 15.

“Ese era el máximo, pero también vendían las mentadas cucarachas. Las cucarachas eran vodka con licor de café; te la prendían y te la tenías que tomar antes de que se apagara el fuego, antes de que te llegara a la boca”, recuerda Iris Hulay Martínez.
Fresas, rockeros, raperos, vaqueros, gente de Monterrey y de Monclova desfilaban noche tras noche por el Turistic Center.
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Los primeros compases del reguetón, a principios de este milenio, encontraron bocina en el Kumbala, con DJ’s que a la fecha siguen marcando el ritmo en los centros nocturnos de Saltillo. Celso Adrián López, conocido como Lucky DJ, y José Manuel Valdés, mejor identificado como Caballo DJ, fueron los más emblemáticos.

Daddy Yankee, Don Omar, Wisin y Yandel ponían ritmo en una de las pistas. En otra, sonaban las baladas con Alejandra Guzmán, Gloria Trevi y Sin Bandera. En la pista grupera, la música tex-mex llenaba el ambiente: los García Brothers, David Olivares, entre otros.
Iris asistió al Kumbala entre 1999 y 2002, aunque dejó de ir cuando se enteró de que “ya se ponía muy feo”; es decir, que las mujeres se quitaban hasta la falda y salían tambaleándose, borrachas.
La saltillense fue testigo de la transformación del Kumbala, cuando se construyó la tercera pista destinada a la música grupera, la cual incluso llegó a tener un toro mecánico. Recuerda que había hasta tres barras para servir bebidas.
En una de esas madrugadas donde el delirio era política oficial, el Kumbala recibió a Niurka Marcos.

Llegó como jurado de un concurso de disfraces, vestida con transparencias y rodeada de gente que, a la 1 de la mañana, todavía esperaba autógrafos, besos y selfies que en 2009 aún no se llamaban así.

“Niurka es amor”, dijo antes de bajarse del escenario. Y nadie se atrevió a contradecirla.
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La emperatriz del escándalo fue, por unas horas, la reina de un Saltillo que quería parecerse a Acapulco, pero sin mar. Y ahí estaba ella, encarnando todo lo que el Kumbala también era: espectáculo, deseo, simulacro. El Kumbala podía darse esos lujos. Algunos, sintiéndose afortunados, preservaron el recuerdo en fotos tipo Polaroid.

MÚSICA PARA LOS OBREROS
‘Jerry’, otro nostálgico del Kumbala, comenzó a trabajar ahí como recogebotellas, aunque después ascendió a mesero y más tarde a DJ del bar.
Coincide con Iris: el Kumbala no era para todo el mundo. El personal de seguridad decidía quién entraba y quién no, dependiendo de la apariencia o la ropa de los asistentes.

Jerry recuerda que quienes frecuentaban el Studio 85 —un lugar concurrido por múltiples pandillas y también propiedad de Óscar Cadena Coss— no eran bienvenidos en el Kumbala.

“El Kumbala siempre fue más exclusivo. Al Kumbala no dejaban entrar gente que iba al Studio. Aunque algunos se iban disfrazados y daban el gatazo, sí me tocó ver en la puerta cuando estaba la vigilancia: llegaban así, diez, quince cabrones, y les decían ‘ustedes no pueden entrar aquí’. Y les daban para atrás”, cuenta Jerry.
“Yo usaba pantalón de mezclilla, el zapato que estuviera de moda en ese entonces, unas botas de taconcito con plataforma, una camisa normal, común y corriente. En aquellos años se usaban blusas que podías llevar al hombro, con manga campanada, y los pantalones acampanados. Volvía la moda retro de los setenta, que ahora volvió otra vez”, dice Iris.

Lo cierto es que, según cuenta ella, empleados de empresas como DEACERO, Sonric’s o Cinsa llegaban directo de las plantas al Kumbala para arreglarse y perfumarse en los baños.
“Llegaban con la ropa del trabajo, entraban a los baños, las mujeres se cambiaban, se perfumaban, ahí mismo se arreglaban y dejaban su mochilita en el guardarropa... y a disfrutar”, recuerda.
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El Kumbala era, sin saberlo, un lugar que albergaba lo que hoy se conoce como un “after”. Iris recuerda que primero iba al Zeus a las 10 de la noche, y luego llegaba al Kumbala hacia la medianoche, justo cuando comenzaba el momento de mayor apogeo. Incluso ponían una música tipo “intro” para dar la bienvenida.
“En los años en que yo empecé a ir, todo era muy diferente: muy tranquilo, muy pacífico... ibas a divertirte. Otro lugar como el Kumbala ya no va a haber”, guarda Iris en la añoranza.

Al principio, cuenta Jerry, los jueves el Kumbala cerraba a las dos de la mañana, y los viernes y sábados a las cuatro. El domingo abría para tardeada: empezaba a las tres y cerraba a las diez de la noche, sin venta de alcohol.
“Iban muchachos y de todo, familias... era más una tardeada. Había venta de refrescos, los hot dogs famosos del domingo, un futbolito que teníamos ahí para que jugaran los chavillos gratis”, dice Jerry.
Autor material de cientos de Rusos Blancos, Jerry descarta los rumores sobre el supuesto alcohol adulterado que se vendía en el Kumbala.

“Había bastantes discos, pero la más chingona era el Kumbala”, recuerda Jerry.
EL LEGADO DEL KUMBALA
Cuando se habla de identidad cultural en Saltillo, se habla poco de lugares como el Kumbala, aunque forman parte importante de ella, al menos durante los años de su existencia.
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Con el tiempo, el Kumbala no solo significó una forma de esparcimiento nocturno, sino que se convirtió en un concepto.
Por ejemplo, en 2015, VANGUARDIA relató la creación de un nuevo centro de baile y espectáculos en el local que alguna vez fue el casino Caliente, y lo describía como “tipo Kumbala”, por tener varias pistas en un mismo espacio.

Un año después, el Grupo Principal anunció la apertura de Flying Pig, un restaurante que se ubicó —para mejor referencia de los saltillenses— en la misma zona, aunque no en el mismo local, que el Kumbala.
La nostalgia se hizo presente en septiembre de 2021, cuando se organizó una fusión de homenajes al Kumbala y al Tornado Disco Country en el bar Gabino’s.

Una página de Facebook, creada especialmente para ese evento, publicó múltiples fotografías de lo que se vivió en aquella época. Permanece activa, por lo que funciona como archivo y galería de aquellos tiempos.
MUERE CON SU DUEÑO
La madrugada del martes 4 de octubre de 2011, Óscar Cadena Coss, propietario del Kumbala, fue asesinado a balazos en el bulevar Mariano Abasolo, en la colonia Guanajuato.
Su hijo, Óscar Cadena García, señaló que su padre fue víctima de un intento de secuestro, pues era un hombre metódico que además entregaba en efectivo la nómina de sus empleados.

“Mi papá traía todos los lunes la nómina de 120 empleados —alrededor de 100 mil pesos— y manejamos cantidades importantes. Lo quisieron secuestrar. Mi papá era un hombre de trabajo”, declaró entonces Cadena García.
Días después del asesinato, registros de VANGUARDIA indican que Óscar Cadena Coss murió por disparos del entonces Grupo de Armas Tácticas Especiales (GATES).
Si bien el Kumbala reabrió diez días después de su muerte, cerró poco tiempo más tarde, dejando por años un local vacío que fue acumulando maleza y deterioro, hasta su demolición.
SE NOS MURIÓ EL KUMBALA, ¿QUÉ NOS QUITÓ?
Junto con el Kumbala se murió el estallido de la noche de una ciudad que, aunque en las sombras, a puertas cerradas, en puros rumores, sabía mezclar la explosividad de los cuerpos, la música y el sudor bajo luces de neón.
Ya no habrá nada igual, dicen algunos. Y recuerdan que ahí, la perdición no era un peligro que atentara son la moral de la ciudad, sino una cara un poco más honesta, que no quería rendirle cuentas a nadie.

Murió una parte de Saltillo. Que no le digan lo contrario. Baños que funcionaban como camerinos, barras como altares y pistas como territorios compartidos. Obreros, fresas, raperos, DJ’s y vaqueros. Todos echando fiesta, como dicen la canción, “con el corazón a media luz”.
Era otro México, otro Saltillo. Más aventado a a la loquera, el desorden y el exceso. Que no es que no exista, ya. Pero no es error decir que con la demolición de los muros de este edificó, colapsó también un pedacito de la ciudad que no volveremos a recuperar.
Y aunque sobrevivan las fotos, los DJ, los ecos en redes, la ciudad que sudaba cada fin de semana en ese rincón ya no existe. Y no va a volver.
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