El inolvidable Cine Palacio late todavía en el corazón de Saltillo

Opinión
/ 26 febrero 2023
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Los saltillenses de “de veras” llevamos en el corazón imágenes imborrables de nuestra ciudad: rincones, calles, edificios, casas, lugares públicos, escuelas, plazas, iglesias... y conservamos recuerdos e imágenes de los lugares aún y cuando algunos ya no existen físicamente o sólo queda un pedazo, incluso una huella endeble de su existencia. Víctimas del tiempo que los carcomió, algunos sucumbieron a su embate, mientras que otros cayeron presas de fenómenos a veces achacables al hombre, a veces a la naturaleza y otras sin motivos aparentes. El tiempo demostró que la desaparición de lugares y edificios inmolados a manos de los hombres, derruidos y sacrificados en aras de eso que se llamó progreso, al final fue sólo un gran atentado contra la identidad y el paisaje urbano de la ciudad.

Y vuelve entonces uno de los edificios de Saltillo que durante años sobrevivió a toda clase de embestidas: el Cine Palacio, hasta que a los más de 65 fue vaciado hasta dejar sólo el cascarón para habilitar en su parte delantera un negocio de zapatería. Se fue nuestro Cine Palacio, el de la juventud y madurez de varias generaciones de saltillenses, el que desde 1941 funcionó como sala de cine, y posterior y ocasionalmente albergó algunos espectáculos y conciertos en la esquina de las calles de Victoria y Manuel Acuña, arterias ambas que en tiempos pasados tuvieron un papel mucho más protagónico en la vida saltillense del que la actualidad les encomienda.

Los recuerdos del Cine Palacio reviven intensamente y con distintos motivos en generaciones de adultos mayores y adultos jóvenes. Alguna vez, Américo Fernández publicó un hermoso y bien escrito artículo en homenaje a nuestro cinema. Apasionado cinéfilo, escribió: “El Cine Palacio ha permanecido como un ícono de una ritual forma de ver el cine, se ha sostenido como una prueba de que la epopeya cinematográfica debe cantarse en un escenario de altos muros e imponentes columnas, y como constancia de que la esencia del séptimo arte radica en su potencial para crear héroes y mitos”.

El cine ha sido siempre motivo de diversión, aprendizaje y entretenimiento. Por eso, el Cine Palacio ha formado parte natural de nuestras vidas. Su airosa presencia en la ciudad ha sido motivo de orgullo, al mismo tiempo que es motivo de alegría el que a pesar de los altibajos sufridos en sus más de 65 años de vida, pudo cumplir el destino que en un principio le fuera asignado: proyectar en su gigantesca pantalla las cintas que transportan al espectador a otros mundos, a otras vidas y a otras batallas.

¡Quién no recuerda aquellas cálidas butacas forradas de terciopelo rojo! ¡Quién no recuerda las funciones de las dos de la tarde los domingos!, abarrotadas de muchachas y muchachos vestidos de domingo. Y las funciones populares de los viernes en las que pasaban tres películas por $1.50 con permanencia voluntaria. Todos los estudiantes de Saltillo nos encontrábamos en el Palacio, los del Ateneo, los del Tec, de la Normal, de la Narro, así nos tuviéramos que correr las clases de la tarde para ir al cine. Allí vivimos el cine y nos enamoramos. ¡Cuántos romances nacieron en el Cine Palacio! ¡Cuántos susurros quedaron en el viejo cascarón!, entre el reloj que marcaba la hora del regreso a casa en el muro derecho y el telón rojo que se cerraba cuando todavía el proyector lanzaba a la pantalla la palabra “Fin”.

No sé si existan sus viejos camerinos y su sala de butacas. No sé si el viejo reloj cuelgue todavía en el muro. Es más, no sé si el viejo muro esté en pie. Lo que sí sé es que la función no ha terminado, porque ahí habitan los espíritus de los grandes actores protagonizando eternamente la película que los llevó a la fama, y los espíritus de muchas generaciones de saltillenses que vivimos sus películas al disfrutarlas y llorarlas en su sala, así como también vivimos experiencias personales que nos ayudaron a crecer, disfrutar y llorar la vida propia.

El viejo y querido Cine Palacio de Saltillo guarda en su cascarón algo de todos nosotros, los que en su sala fuimos actores y espectadores.

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