Indios, batallones y banderas en los fríos inviernos de Saltillo
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En los últimos días de enero y los últimos fines de semana, los frentes fríos han azotado a Coahuila. Este invierno no ha pegado muy fuerte en la ciudad de Saltillo, ubicada en la región sureste del estado, en un valle rodeado de montañas. Los diversos frentes fríos han pegado fuerte en la región norte y particularmente en las partes altas. Nuestras sierras, las que rodean el Valle de Saltillo, han sentido la crudeza de la temporada invernal con una humedad penetrante y en ocasiones la caída de eso que los meteorólogos llaman ahora “aguanieve”, y que nosotros conocíamos sencillamente como candelilla o grajea. El viento que sopla desde Zapalinamé y se pasea por nuestra ciudad, a veces suave y atemperado, se vuelve entonces frío y destemplado.
De niños, regresábamos de la escuela en las heladas tardes invernales sin sentir los pies, con los zapatos húmedos y las calcetas a punto del congelamiento. Las niñas usábamos un escueto uniforme colegial de faldita, el mismo para el verano y el invierno, y calcetas sólo hasta abajo de las rodillas. No había entonces ropa térmica ni la variedad de materiales de hoy para confeccionarla. ¡Bendito sea Dios! El único adelanto de la industria del vestido era el material llamado “nylon”, con el que se confeccionaba la ropa interior y las calcetas y calcetines. Aquel resistente material, frío como el hielo en el invierno y muy caliente en el verano, vino a dar un descanso a las mamás, cansadas de zurcir una y otra vez los calcetines de algodón de su numerosa prole.
En 1886, Esteban L. Portillo publicó su “Anuario Coahuilense”. A 137 años de distancia, ese afortunado libro se ha vuelto indispensable en la consulta sobre su época. Por ejemplo, ¿sabía usted que ese año Saltillo tenía sólo 25 mil habitantes? Movida por la curiosidad de lo que pudiera decir respecto a fríos inviernos, abrí sus páginas en días pasados y leí: “La extraña configuración del terreno del estado, y su distancia del Polo hacia el Ecuador, su mayor o menor elevación sobre el nivel del mar, es lo que realmente viene a determinar la variedad de su clima, haciendo que lugares situados a una misma latitud y a muy corta distancia unos de otros, se encuentren bajo la influencia de distintos climas”. A estos los clasifica en tres: “tierras frías, tierras templadas y tierras calientes”, y dice que las primeras son las que están a una altura de dos mil metros o más sobre el nivel del mar, las templadas entre mil y dos mil, y las calientes a menos de mil metros de altura.
Mi curiosidad insatisfecha me llevó a las últimas páginas, en las que se encuentra un curioso calendario donde el autor consignó el santoral y algunas efemérides. De estas últimas transcribo dos del mes de enero: “1841. Al sur de la Fábrica La Labradora fueron asesinados por una partida de indios los Sres. Lic. José Ma. Goríbar, Andrés Flores, Francisco Aguirre, Juan Rodríguez, Antonio Ma. Pérez, Crisanto Morales y Agapito Sánchez”; “1867. A las cuatro de la tarde fue presentada en la Plaza de Armas al 1er. Batallón de Coahuila la bandera que bordaron las Sritas. Refugio Carbajal, Mariana Rodríguez, Dolores García Carrillo y Luisa López del Bosque. El Gobernador del Estado, D. Andrés S. Viesca, y el Lic. D. Juan A. de la Fuente, a nombre de las señoritas presentaron dicha Bandera al Gral. Mariano Escobedo como Coronel del Cuerpo de Coahuila”. (Ese cuerpo militar es el que fue a Querétaro y peleó valientemente para arrancarle el gobierno a Maximiliano.)
Hay que imaginarse cuánto frío habrían sentido los valientes que murieron a manos de los indios en las afueras de la ciudad, y cuánto, las señoritas que pusieron sus extraordinarias artes de costura a disposición de la Patria, pues aunque seguramente bordaron la bellísima bandera sentadas frente al fuego de una chimenea, también estuvieron presentes en la ceremonia al aire libre en la Plaza de Armas, en la que se hizo entrega del bello lábaro patrio a los valientes coahuilenses que defendieron la República en Querétaro.
Muy probablemente ellos sufrieron el mismo frío que sentimos nosotros. Ni qué decir. Ese es nuestro invierno, esos nuestros fríos, los que a veces cortan el cuerpo y otras veces lo arrullan.
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