El modus vivendi del Presidente
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“Ninguna ley por encima de la autoridad política”. Es una frase dicha por el presidente López Obrador en el marco del trabajo periodístico del New York Times, que bien podría resumir y definir al mandatario.
Una frase que podría estar en la definición de autócrata en cualquier diccionario. Y si recordamos otras frases suyas como “no me digan que la ley es ley” o “al diablo las instituciones”, el perfil se va moldeando.
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“Si calumnia, siempre va a haber réplica”, dijo el Presidente también en el marco del mismo asunto.
Pero su réplica se redujo a los insultos y a mostrar el teléfono de la periodista. No fue réplica, fue una venganza, un desquite, el uso de su poder para exhibir a una colega en un país donde tan sólo en su administración ha habido más de 40 homicidios de periodistas.
La réplica sería haber mostrado lo débil del reportaje (porque lo fue), haber exhibido la falta de rigor y el hecho que el mismo gobierno de Estados Unidos dijo que no había ninguna investigación. Pero al Presidente le gusta echarle leña al fuego, se alimenta de la confrontación estéril e inequitativa.
Un líder de altura no hubiera reaccionado como un bravucón, como un bully sin inteligencia. ¿A qué le llama réplica el Presidente? ¿A los insultos? ¿A mostrar en una pantalla el número de telefónico de una periodista? ¿A las amenazas, como aquello de que los periodistas le bajemos rayitas?
Pero es su modus vivendi, su forma de centrar la atención en la pelea callejera y no lo que sucede alrededor. Mirar el encontronazo y no las decenas de asesinatos o los problemas de sequía, las observaciones de la Auditoría Superior de la Federación (ASF), los problemas de abasto de agua, las desapariciones que no cesan.
El Presidente no puede vivir de otra forma que no sea polarizando, metiendo en el mismo saco de “conservadores o neoliberales” a todos los que no comulgan con él. Si él muestra el teléfono de una periodista, lo volvería a hacer porque hay libertades, pero si muestran el de su hijo lo califica de “vergonzoso” y todos son “hipócritas y conservadores”. Pero logra, al final, su cometido: jugar su juego, lograr que la oposición se reduzca a la misma bajeza, centrar el debate en si un acto es justificado y el otro no.
Porque el Presidente vive de provocar. “¿Volvería a presentar un teléfono privado de uno de nosotros?”, le preguntó la reportera de Univision. “Claro, cuando se trata de un asunto en donde está de por medio la dignidad del Presidente de México”, respondió. La provocación a todas luces.
Nadie se puede meter con su “dignidad”, pero él sí con la de las familias de desaparecidos, las familias de niños y niñas con cáncer, la de las familias de personas masacradas, con las víctimas de la pandemia, con los campesinos que no tienen apoyos, los migrantes que mueren o con los que no pueden surtir una medicina en su sistema de salud.
AL TIRO
Pero provoca aquí y allá. Provoca cuando no recibe a las familias de personas desaparecidas, las victimiza y rasura las cifras de desaparecidos, pero mueve a todo un aparato de gobierno para buscar los restos de un general desaparecido en el siglo 19. Provoca cuando no atiende a los enfermos de cáncer o víctimas de la violencia, o damnificados por un desastre, pero sí saluda a la mamá de “El Chapo” Guzmán.
Así vive el Presidente. Es su modus vivendi. Pide respeto y dignidad, pero siembra encono y divide a una sociedad cada que puede; entre conservadores y quien lo sigue, entre neoliberales que lo apoyan y neoliberales que no. Pide respeto, pero fustiga todos los días contra los medios de comunicación y periodistas.
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“Represento a un pueblo que merece respeto”, justificó su bravuconería. No se equivoque, Presidente, lo que pasó fue hacia usted. No hacia el pueblo de México.
Y apenas están por iniciar las campañas.