El ‘pasquín inmundo’, el ‘autócrata’ y el periodismo
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Lo que aquí escribo es a mi nombre. Nada más. Pasado el miniprefacio, procedo:
1. Autócrata. Persona que ejerce por sí sola la autoridad suprema en un Estado. El presidente Andrés Manuel López Obrador no es un autócrata, no ejerce por sí sólo la autoridad suprema del Estado mexicano, pero hay días en que se conduce como tal. Así lo hemos visto en varias de sus mañaneras: él, investido de México, como sus ancestros priistas, debe estar por encima de todo y de todos. Por encima de la Constitución, de las leyes, de los Poderes de la Unión, del derecho internacional. Él, por encima de la democracia. Por encima de los derechos de los demás. Por encima de las libertades de quienes difieren. Por encima de las minorías.
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2. Déspota. Persona que gobierna sin sujeción a ley alguna y abusa de su poder o autoridad. López Obrador no es un déspota, pero cómo se parece a uno cuando enfurece, pierde el control, y se comporta despóticamente. En esos días de rabia se asemeja a aquellos priistas que, desde la oscuridad, sin mañaneras que los exhibieran, eran unos autócratas perfectos: “Aquí no se mueve nada sin que el Presidente lo sepa o lo ordene”, se ufanaban. Aquellos presidentes carentes de escrúpulos y moral: “La moral es un árbol que da moras”, se burlaban de sus insolencias y ostentosas corruptelas.
Para decirlo de manera simple: si el Andrés Manuel del 2006 pudiera ser transportado al futuro y viera al López Obrador en su mañanera del 23 de febrero del 2024, me parece que se abochornaría. Quizá pensaría: “Qué lenguaje autocrático”.
3. El texto publicado por “The New York Times” es bastante malito, sin fuentes claras, sin documentos rotundos. Es como un desafortunado refrito del publicado semanas atrás en ProPublica, pero con una nueva fecha (2018 en vez de 2006), y una imputación muy dura que no prueba en ningún párrafo, tal como se reconoce en el propio texto: que los hijos del Presidente habrían recibido dinero del narco, pero que AMLO no estaría involucrado. O sea, difamo a tus hijos y a ti no, pero sí.
Ahí sí podría haber un debate interesante sobre lo que implica el rigor periodístico, sobre qué se debe publicar y cómo se debe publicar, porque de otra manera cualquier volador cita a unos agentes de la DEA que, indignados con México y con su propio gobierno desde los años 80 (les mataron a un agente en México), echan mano de sus testigos protegidos (criminales) y mañana dicen, sin mayor prueba, que los hijos de usted, lectora-lector, “quizá” son narcos y que por tanto “tal vez” su changarro esté vinculado al crimen organizado.
4. Entiendo el enojo del Presidente ante lo que parece una calumnia producto de un trabajo periodístico endeble (y fácilmente refutable: el gobierno de Estados Unidos dijo que no hay nada contra AMLO). Lo entiendo, pero eso no le da derecho a exhibir en una pantalla el teléfono de una colega periodista en un país donde tantos periodistas han sido asesinados: de 2000 a la fecha, Artículo 19 ha documentado 163 asesinatos de periodistas. De ese total, 48 fueron ejecutados durante el sexenio de Felipe Calderón, 47 en tiempos de Enrique Peña Nieto, 43 en este sexenio, 22 en el de Vicente Fox, y tres con Ernesto Zedillo.
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De todos ellos, 12 eran mujeres. ¿Pidió perdón el Presidente? Qué va: en un inadmisible arrebato machista, dijo que la colega... “cambie de teléfono”. Y que los periodistas le bajemos varias rayitas, como si estuviéramos en Dinamarca, y como si hace poco más de un año no hubieran intentado asesinar a uno de nuestros mejores, a mi querido Ciro Gómez Leyva.
BAJO FONDO. Un buen director de Comunicación Social protege a su jefe. No lo expone, no lo exhibe. Un gran director de Comunicación Social hubiera borrado el teléfono de la periodista antes de pasarle al Presidente el documento con las preguntas del NYT.
jp.becerra.acosta.m@gmail.com