El pensamiento judicial ultraconservador (1)

Opinión
/ 19 agosto 2021

Hace algunos días, el Presidente de México hizo una crítica fuerte al Poder Judicial. De manera general, sostiene que los jueces, salvo honrosas excepciones, somos personas corruptas, injustas y ultraconservadoras.

Este cuestionamiento se da en el contexto de los juicios de amparos que han suspendido algunas leyes u obras de gobierno federal. Pero también se explican por las actuales polémicas en las presidencias del Poder Judicial, de la SCJN y del TEPJF, respectivamente.

Este debate plantea, a mi juicio, una revisión autocrítica de la función judicial. Los jueces debemos ser conscientes de esta crítica. Entender el por qué existe una crisis de credibilidad en la justicia. Existe, sin duda, muy poca confianza en que los jueces, federales y locales, impartan justicia en nombre y a favor de los intereses del pueblo.

La opinión general, fundada o no, es que los jueces hacemos de la interpretación de ley una serie de procesos tortuosos, con dilaciones y soluciones injustas que no protegen de manera efectiva los derechos de las personas. Solo tutelamos a los poderosos. La réplica radica en la tesis dura lex, sed lex: nosotros aplicamos la ley, aunque sea dura e injusta.

Es cierto que el trabajo judicial no puede descalificarse en general. Pero sí creo que el Poder Judicial en México requiere una transformación sustancial: tenemos que comenzar a pensar de manera diferente el Derecho.

A los jueces nos deben juzgar por nuestras sentencias. En ellas se expresan las razones públicas que una comunidad debe aceptar o rechazar para aplicar de manera correcta la ley.

No se trata de justificar jueces revolucionarios o justicieros. Ni tampoco de construir, desde la divinidad ilustrada, los nuevos conceptos que deben regir en el acceso a la justicia. Se trata más bien de ser más profesionales, sensibles y abiertos en la interpretación del Derecho, con las metodologías contemporáneas que la propia ciencia jurídica nos ofrece para significar la norma, para descubrir los hechos en forma razonable e interpretar los valores en conflicto para encontrar la mejor versión de los derechos y libertades fundamentales.

Dicho de otra manera: los jueces debemos ser contemporáneos: vivir en el siglo XXI. Dejar atrás, por tanto, los vestigios del viejo régimen que solo perpetua las injusticas con un debido juicio que solo legitima la arbitrariedad. Es una tarea fundamental del Poder Judicial en esta etapa de cambio social.

En gran medida, los jueces no podemos escondernos en el falso dilema de la certeza de la ley, cuando ni siquiera se interpreta la norma, los hechos y los valores del Derecho con los debidos cánones de interpretación.

En algo tiene razón el Presidente. Existe un pensamiento judicial ultraconservador que imparte injusticia. Es cierto. A lo largo de mi trayectoria profesional, he denunciado que la justicia en México se opera por jueces tradicionales que poco o nada saben del Derecho.

¿Cómo opera esta forma de pensar? Los jueces ultraconservadores, en efecto, tienen una premisa inicial: todo lo ven improcedente. Crean el Derecho a través de su negación. En lugar de facilitar el acceso a la justicia, con rigor técnico, asumen que toda demanda de las personas son frívolas, notoriamente improcedentes.

Esta forma de pensar es una determinada manera de pensar las formalidades del juicio. Se piensa que el juez debe regirse por reglas, incluso arbitrarias e irracionales, para resolver las controversias. No importa que resolvamos el conflicto. Lo que importa es pronunciarse por la improcedencia de los juicios. El juez conservador es un juez de improcedencias, de sobreseimientos. No es un tribunal de justicia.

En segundo lugar, el juez ultraconservador es esencialmente intuitivo, arbitrario y contradictorio. Cuando él cree que un conflicto debe resolverse de tal o cual manera, acuden, sin rigor técnico, a una serie de argumentaciones absurdas, incoherentes y hasta conflictivas de su pensamiento tradicional, para darle la razón a lo que él considera justo resolver.

Esta noción es esencialmente injusta. Los jueces tradicionales, para impartir su justicia, se basan hasta en el espíritu de la ley para decir lo que la ley no dice. Las leyes tienen normas objetivas que deben significarse. Ningún juez debe hacer ejercicios espiritistas para descubrir lo que no se dijo, pero lo que quiere que se diga.

JUECES CON INTERESES

Los jueces, como toda persona, tenemos intereses y errores. Pero el compromiso que hemos asumido es resolver, sin importar nuestros intereses; es decir, resolver la controversia de manera honesta, objetiva e imparcial.

Si nuestros fallos benefician o perjudican, no es porque resulte de una posición que oculte los intereses privados a tutelar, sino porque es el resultado de nuestra razón libre que una comunidad debe aceptar o rechazar en función de la moralidad legal.

Los jueces, aunque suene básico, debemos impartir justicia.

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