La enfermedad o síndrome holandés es un concepto que en economía describe un fenómeno económico en el que el desarrollo acelerado de un sector de la economía (generalmente relacionado con recursos naturales) genera un impacto severo y negativo en otros sectores. El término fue acuñado a raíz de que Países Bajos (Holanda) encuentra vastos yacimientos de petróleo y gas en el Mar del Norte que hicieron que su riqueza aumentara considerablemente, provocando una apreciación desmedida de la moneda de ese país (el florín) y haciendo que las exportaciones holandesas se encarecieran y perdieran competitividad con el resto del mundo. Así, Holanda tuvo que enfrentar una fuerte contracción en su sector manufacturero y un aumento en su tasa de desempleo derivado de un efecto colateral de ese “golpe de suerte” en su descubrimiento de los yacimientos petroleros.
Hay también otros síndromes con nombres de países o ciudades. La gripe española (pandemia similar al COVID en 1918), por ejemplo. La revista en línea “Big Think” publicó una nota en 2022 donde menciona algunos síndromes relacionados con ciudades: tal vez el más famoso es el Síndrome de Estocolmo, en el que los rehenes generan un cierto apego emocional por sus captores; el Síndrome de Lima describe lo contrario al de Estocolmo, ya que en este caso los captores desarrollan un apego emocional con sus rehenes, y proviene de un secuestro masivo de unas 600 personas en la embajada japonesa en Lima a manos del movimiento revolucionario Tupac Amaru.
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Existe también el Síndrome de Londres, en el que los captores desarrollan sentimientos negativos por sus rehenes, porque los rehenes son difíciles y eventualmente provocan su propia muerte por cuestionar, debatir o tratar de escapar; el Síndrome de París, que afecta con alucinaciones y ansiedad a visitantes japoneses que van a París por primera vez; el Síndrome de Florencia, observado unas cien veces entre viajeros de entre 20 y 40 años que visitan esa ciudad italiana y que sufren palpitaciones, mareos, desmayos y paranoia; el Síndrome de Venecia, acuñado para describir a aquellos viajeros que visitan la ciudad italiana con la intención de quitarse la vida ahí; el Síndrome de Jerusalén, que afecta a unos 100 visitantes cada año, relacionado a temas religiosos y que se manifiesta con los afectados pensando que son figuras bíblicas importantes; los afectados son principalmente cristianos, pero también hay judíos; los cristianos generalmente pensando que son figuras del Nuevo Testamento, mientras que los judíos se asocian con figuras del Antiguo Testamento.
Supongo que a cualquier país o ciudad se le podría conseguir o inventar un síndrome con cualquier excusa o detalle curioso, a veces injustamente. Sin embargo, creo que estamos ante lo que parece ser un nuevo síndrome para el cual hay que ser cuidadosos a la hora de ponerle nombre, ya que pudiera ser injusto para el país de referencia, al no haber evidencia de que haya existido en ese país alguien con los síntomas que presenta el personaje mexicano en cuestión y que todo indica ni siquiera ha visitado ese país.
Vayamos al contexto del nuevo síndrome que aqueja al liderazgo político de México. Hay que partir, primero, de la idea muy arraigada en una sociedad como la mexicana de que (casi todos) los políticos mienten, exageran (o inventan) sus logros y minimizan (o esconden) sus errores. Pero ¿cuál es el límite “normal” o razonable que se le pone al tamaño, nivel o cantidad de las mentiras que tal o cual político puede usar? De acuerdo con un estudio de la consultoría SPIN (Luis Estrada), para el final del cuarto año de gobierno se calculaba que “el presidente AMLO había mentido unas 101 mil 155 veces, un 230 por ciento más que Trump en sus cuatro años de gobierno” (de ese calibre). Las hay de todos tipos, tamaños y frecuencias, muchas veces fundadas en lo que el señor llama “sus otros datos”. Seguramente habrá algunos errores involuntarios, declaraciones sacadas de contexto y datos debatibles, pero nos ha demostrado, una y otra vez, que disfruta provocar incluso con verdades a medias o mentiras enteras.
Una recurrente y, tal vez la más grotesca y reciente, es la relacionada a su sueño (¿guajiro?) de que el sistema de salud mexicano sería mejor que el de Dinamarca al final de su sexenio. Así, en su último informe de gobierno, simplemente se atrevió a afirmar que ya el sistema de salud mexicano es mejor que el de Dinamarca. De ese tamaño el descaro. Digo, para empezar, no es claro por qué se le metió en la cabeza poner el objetivo en Dinamarca desde el inicio. ¿A qué países ha viajado el Presidente en los últimos 25-30 años? ¿Qué habrá aprendido y qué ideas se habrá traído de sus viajes? ¿Acaso el señor Presidente ha ido a Dinamarca? ¿Entiende cómo funciona el sistema de salud de ese país −de unos 6 millones de habitantes−?
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Dudo en asociar a Dinamarca con el nombre de este síndrome que provoca que un político encumbrado mienta y se mienta a sí mismo, que se convenza de una realidad paralela, nieguen lo obvio, usen otros datos que sólo existen en su cabezas y que sólo compran y repiten sus focas aplaudidoras, las cuales alimentan la mentira con su aplauso. Sin embargo, creo que debemos recordar el mal chiste de comparar al México 4T con Dinamarca y bautizar al síndrome como el Síndrome Danés-4T. Esperemos no decreten Navidad en octubre o invierno en junio.