La ‘pedra portuguesa’: cuando la tradición y la estética derrotan a la funcionalidad

Opinión
/ 18 abril 2025

Como sabrán mis lectores asiduos, soy una persona a la que le gusta caminar. Pienso que no hay mejor manera de conocer una ciudad que transitar por sus calles a pie, atento a todas las sensaciones que mis sentidos vayan captando. Así, cada sitio me va mostrando sus peculiaridades, sus aspectos positivos y aquellos que le restan encanto. Mis pies me conducen, a veces, por lugares que no están en ninguna lista de “cosas que hacer en...” de esas que suelen consultar los turistas antes de viajar. Y eso me parece bien, porque me permite ir más allá de la “fachadas” para introducirme al interior de las “casas” que visito.

Estoy cumpliendo mi sexta semana en Brasil y, con excepción del par de días que acompañé a mis amigos a Brasilia, el resto del tiempo lo he pasado en Campinas (aunque mañana iré con ellos a visitar —ahora sí en plan plenamente turístico— la ciudad de São Paulo). Como buen habitante de nuestra era, traigo un reloj de esos que cuentan los pasos. Al llegar de Panamá, mi promedio superaba los 17 mil. Hoy, con trabajos alcanza los 11 mil. La razón, en parte, ha sido la dificultad de caminar por las banquetas campineiras.

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En Campinas (y entiendo que también en Río de Janeiro y en São Paulo), muchas de las aceras —sobre todo en la zona del centro— están construidas con una técnica llamada “pedra portuguesa”, que consiste en la elaboración de mosaicos decorativos a partir de pequeñas piedras. Los adornos van desde simples figuras geométricas hasta elementos de carácter publicitario, cuando se encuentran frente a locales comerciales. Son, sin duda, una experiencia estética extraordinaria, sobre todo cuando se combinan con calles adoquinadas o áreas de césped en los parques.

Es evidente, por el nombre de la técnica, que su origen es portugués. En Brasil, la incorporación de la “pedra portuguesa” comenzó en el siglo XIX y dio lugar al surgimiento y sostenimiento de un oficio: el de calceteiro, que todavía prospera, aunque cada vez en una forma más empresarial y menos artesanal. Con todo, sigue siendo sensiblemente más costosa su instalación que la del concreto. Y ni hablar del mantenimiento: constantemente hay hundimientos o se sueltan piedras que es necesario reacomodar, no sólo por una cuestión estética, sino porque además representan un riesgo para quien, sin querer, las pisa. Y allí radica parte de la dificultad de andar a pie en Campinas.

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Sería totalmente falso e injusto decir que las aceras campineiras no reciben mantenimiento. Sin embargo, las banquetas suelen tener una inclinación para que escurra el agua de las frecuentes lluvias y no se formen charcos —lo que facilitaría el desprendimiento de las piedras. Con todo, el paso constante de los transeúntes genera pequeños hundimientos que también le dan una irregularidad a la superficie. Así, inclinadas, irregulares y muy resbalosas cuando llueve, las “pedras portuguesas” pierden bastante de su encanto y abren paso a la pregunta de si mantener la estética y la tradición es preferible a ofrecer funcionalidad y seguridad al peatón.

No es un tema sobre el que me resulte fácil decidir. Sé, por experiencia propia, que caminar por las banquetas campineiras es muy complicado; pero también creo que suprimirlas no sólo eliminaría un distintivo muy importante de esta ciudad, sino que haría que se perdiera un oficio y una tradición que da sustento de vida a muchas personas en Brasil. Tal vez sea necesario recordar que las banquetas o aceras no fueron creadas originalmente para el desplazamiento humano separado del tránsito vehicular, sino que tenían otros usos, como canalizar el agua de lluvia e impedir que penetrara en los hogares. Funcionales o no, siempre recordaré a Campinas por sus “pedras portuguesas”.

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