Uno de los documentos históricos más importantes y emblemáticos en el mundo moderno, escrito en 1787, empieza así: “Nosotros el pueblo (de los Estados Unidos), para formar una unión más perfecta, establecer justicia, asegurar tranquilidad doméstica, defender a todos, promover el bienestar general y asegurar las bendiciones de la libertad para nosotros y la posteridad, ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América”. “We the people...” (nosotros el pueblo). Tres simples, pero muy poderosas, palabras que aparecen en negritas y tamaño aumentado en el preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos.
¿Cuántas veces has visto estas palabras o referencias a las mismas en textos o películas americanas? Nuestros vecinos del norte se toman muy en serio esas palabras que indican y declaran que la Constitución de ese país obtiene su poder no de un dios, un monarca o incluso de un Congreso, sino de la misma gente. “Nosotros el pueblo ordenamos y establecemos esta Constitución...”. Es la gente, los ciudadanos quienes son los soberanos. El gobierno y la constitución responden a ese “we the people” y no al revés. El gobierno existe para servir a sus ciudadanos, al pueblo, a esos que forman el “we the people”, y no al revés; que no quede duda.
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Insisto, son tres palabras simples, pero su significado tiende a ser olvidado por los ciudadanos o convenientemente ignorado y tergiversado por quienes ostentan el poder. El caso mexicano, a través de los últimos 100 años, después de la revolución que acabó por engendrar un partido y sistema que perduraría, para bien y para mal, por más de setenta años, puede ser digno de estudio y análisis desde la perspectiva de quienes se suponen somos el pueblo y quienes se supone son el gobierno que sirve a esos ciudadanos.
Estoy convencido de que en algún momento de nuestra historia algo pasó que hizo que la gran mayoría de los mexicanos olvidáramos, permanente o esporádicamente, que los poderes de la unión, los gobiernos en sus distintos niveles, los funcionarios, el presidente, la gobernadora, los secretarios, están ahí para servirNOS y no para servirSE. Y también a esos políticos o funcionarios se les ha convenientemente olvidado el rol que les toca en esa ecuación en la que se hace nación a través de ciudadanos y gobierno.
Mientras no podamos entender, reaprender y enderezar el significado que tiene la frase “nosotros el pueblo”, en el contexto de quién sirve a quién, aplicada a México, será muy difícil que podamos deshacernos de los partidos y políticos sanguijuelas que han sentenciado a nuestro país a cuatro décadas de estancamiento económico, crecimiento de la pobreza, la inseguridad, la corrupción y la desesperación de grandes sectores del “nosotros el pueblo”. Cuatro décadas de victorias pírricas en aquello de las grandes reformas y maravillosas instituciones “autónomas” que se veían muy bien en el papel, con sendos presupuestos y liderazgos de alcurnia, pero que no fueron capaces de realmente cuajar en su intento de actuar como se supone les indicaba la letra de sus mandatos.
La creación de esas instituciones u organismos autónomos se puede considerar como victorias pírricas porque no es descabellado pensar que acabaron haciendo más daño del que se hubiera tenido si no existieran. Se les olvidó a esos organismos entender que, aunque no fueran parte formal del gobierno, también era indispensable que actuaran en beneficio de “nosotros el pueblo” y no de “aquellos los regulados”. No dudo de la buena intención de quienes diseñaron, aprobaron y manejaron organismos como la Comisión Federal de Competencia, el Instituto Federal de Telecomunicaciones o la Comisión para la Mejora Continua de la Educación, pero los resultados que entregaron por años y con los que parece cerrarán sus ciclos difícilmente dejarán satisfecho a “nosotros el pueblo”.
Difícil, también, defender los resultados en materia de justicia del Poder Judicial, por más que la reforma de la 4T sea una barbaridad. No, no me gusta que se profundice el control del gobierno sobre más áreas de la vida económica, social y política de México. No es conveniente regresar al México de los setenta u ochenta en ese sentido, pero quienes formaron parte de esas iniciativas de ciudadanización, modernización y autonomía de instituciones o poderes, deberían ser capaces de reconocer que cuando pudieron y debieron hacer algo para enderezar el rumbo de esos organismos, simplemente no quisieron, no pudieron o no supieron cómo hacerlo.
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Así, el partido en el poder, con su ideología amorfa y muchas veces rancia e inexplicable, dotado de preferencias electorales y simpatías en niveles récord, se ve con el poder para burdamente hacer valer aquella frase de Obama de “elections have consequences” y aplicar la política aplanadora a todo lo que toca sin pensar mucho en “nosotros el pueblo”, pero atentos al “lo que quiera el señor”.
Cometen un error los funcionarios y legisladores de la 4T cuando se les olvida la existencia en México de un “nosotros el pueblo” que está muy por encima del “señor infalible”. Duele que con un apoyo históricamente alto se equivoquen a la hora de buscar una verdadera transformación. La consolidación de la polarización, la adopción alegre de esa política del “ni los veo ni los oigo”, que tanto les ofendía en los noventa, y el culto total a un personaje que, se supone, va de salida, son muestras de que no están hechos a la medida de las circunstancias, que no buscan promover lo que “nosotros el pueblo” necesitamos.