Elecciones 2024: Entre la racionalidad, el sentimiento y la emotividad, ¿cómo decidir el voto?

Opinión
/ 14 abril 2024

La postverdad, como ya se decía en la anterior entrega, es la base del postdebate. Finalmente, condicionados por el prefijo post. Y efectivamente así fue. A la pregunta obligada de ¿quién ganó el debate? Lo ganó quien de antemano estaba en las preferencias del opinador. Porque a los medios, a los youtubers, influencers, blogueros y demás tribus de la red; analistas, opinólogos profesionales y ciudadanos en general, nos mueve la emotividad, el sentimiento. Por tanto, ¿quién ganó el debate? El candidato de su preferencia.

¿Que si hubo argumentos −como también por aquí decíamos la semana pasada– y son la base de un debate? No importa. ¿Que si estaban rígidos y no sonreían o, como dijo Salinas, “ni los veo, ni los oigo”? Eso tampoco importa. ¿Que si la carga agresiva, cínica, irónica o burlona de tal o cual candidato para evidenciar al oponente era notoria? Perdón, eso sí importa. Estamos en el área del emotivismo, la sensibilidad y la banalidad.

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Y, por otra parte, pareciera ser que nuestras decisiones están escritas en piedra y los ciudadanos por razones de filiación, compromisos, antigüedad, amiguismos o favores, estamos condenados a votar por quienes hemos votado toda la vida; independientemente de sus hierros, tropelías, historias y, en el caso de quienes en esta ocasión participaron en el debate, de su falta de argumentos, nivel de insultos, filias y fobias, y no la razón.

Desafortunadamente, esa ha sido nuestra historia, no sólo en temas políticos, sino en la mayoría de los temas donde hay que tomar decisiones. Operan las vísceras y no la razón. Son los nuestros –familia, amigos, religión, ideología– quienes independientemente de lo que hagan, lo que digan o lo que piensen, los vamos a favorecer, porque hay una lealtad mal entendida. Los nuestros jamás se equivocan, son los mejores, son los más listos –aunque tengamos evidencian que demuestren que no es así– por una simple, sencilla y llana cuestión, son los nuestros. Entonces la culpa la tiene el INE, el formato y los moderadores.

¿Y la razón? Parece que la democracia mexicana no está presupuestada por la ciudadanía porque no estamos dispuestos a investigar si la casa roja de Xóchitl o los familiares de Claudia tienen dinero o no en paraísos fiscales. O que Claudia es la responsable de la tragedia del Colegio Rébsamen y de la Línea 12 del metro de la CDMX. O, en el caso de Xóchitl, sus ligas con el llamado cártel inmobiliario, la donación al Colegio Salesiano que nunca se hizo o las ligas con los impresentables líderes del Frente de los que forman parte PRI-PAN-PRD –en palabras del candidato Álvarez Máynez–.

Pareciera ser que lo que dijo nuestro candidato es incuestionable y real. Lo damos por hecho, lo creímos. Por supuesto, esto no puede ser así. Caigamos en la cuenta, nos jugamos el futuro de nuestras familias en los próximos seis años. La elección en la que participaremos no puede depender de nuestros sentimientos o emociones, sí de la capacidad de analizar, de informarnos y de hurgar sobre lo que se dice: que Claudia es científica, ¿por qué dicen eso? Que Xóchitl vendió gelatinas y salió de la pobreza ¿es cierto, cómo le hizo? Que Máynez abandera causas perdidas, ¿cuáles ha abanderado? La racionalidad nos da la posibilidad de evadir todos los dichos que de pronto se hacen –positivos o negativos–, que nos creemos, y que los candidatos y sus cajas de resonancia, medios e internet, nos hacen llegar. El cogito ergo sum cartesiano nos remite a las grandes diferencias que tenemos con quienes su grado de evolución cerebral no se dio.

La racionalidad nos da la posibilidad de pensar, evaluar, entender y actuar tomando las mejores decisiones que nos favorezcan en conjunto. Sin duda, el escenario político de hoy requiere de ciudadanos racionales que piensen, evalúen y tomen mejores las decisiones. Nos permite recopilar elementos para apreciar con objetividad y fundamento la trayectoria política y profesional de las y los candidatos, su formación académica y sus aptitudes para el puesto que busca.

En una democracia ya no puede ser el beneficio personal y la emotividad lo que nos mueva, sino la racionalidad. Por ejemplo: ¿qué sabes de la formación de los candidatos? ¿Podrías corroborar si los estudios que tienen –licenciaturas, ingenierías, especialidades– se encuentran aprobados por la Secretaría de Educación o las universidades de donde dicen que estudiaron? O ¿de plano consideras que la formación académica no importa en la vida de un servidor público? ¿Qué otros cargos públicos han tenido? ¿Han hecho buen papel? No quitemos el dedo del renglón. Hablo de Xóchitl, Álvarez Máynez y Claudia.

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¿Han estado involucrados en escándalos? ¿Han estado ligados a personajes controversiales? ¿Cuál es su historia y pasado político? ¿Han realizado alguna declaración patrimonial? ¿Cómo anda su estabilidad emocional? (importantísima) ¿Su estabilidad económica? ¿Su fama pública? ¿Qué hicieron, qué dejaron de hacer? Aciertos y desaciertos pasados, ¿son verdad? ¿Quiénes son sus asesores? ¿Quiénes conforman su equipo? Y lo más importante, ¿cuáles son sus propuestas?, ¿tienen?

Norberto Bobbio, uno de los grandes de la filosofía política, afirma que la racionalidad nos permite hacer un ejercicio de análisis y de toma de decisión adecuada sobre quiénes nos conviene o no como sociedad para que asuma un cargo o puesto público, pero sobre todo nos permite recopilar elementos para apreciar, con objetividad y fundamento, sus propuestas, sus trayectorias políticas y profesionales, sus formaciones académicas y en lo relevante para la función pública, sus características personales. ¿Estás de acuerdo? Así las cosas.

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