Elecciones: La participación ciudadana en números
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Tenemos en México uno de los mejores institutos electorales del mundo que ha servido como referencia a otros gobiernos. Por supuesto, hablamos de la estructura que asegura y garantiza elecciones limpias, transparentes y legales. En ese sentido, se podrá decir lo que el subjetivismo que pervive entre nosotros nos provoque, pero se quedará solamente en dichos. Efectivamente, el INE es una estructura ejemplar, sólo para aclarar, me refiero a la estructura organizacional a la hora de operar las elecciones y al proceso.
Su politización versus ciudadanización, la forma como se eligen a los consejeros, los consejeros mismos que de pronto pierden objetividad y se vuelven imparciales y protagónicos; los partidos que poco a poco se instalaron pervirtiendo la esencia, eso es otra cosa. Pero de que hay garantía de que las elecciones tienen un backstage adecuado, de eso no tenga la menor duda.
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Tenemos el carro, un Ferrari, pero muy pocos se quieren subir. En el plano de la participación ciudadana seguimos complicadísimos. Las últimas elecciones así nos lo dicen. Veamos: en las presidenciales de 2006 participó el 58.55 por ciento, en 2012 el 63.1 por ciento y en 2018 un 63.42 por ciento de la ciudadanía.
Fueron muy pocos ciudadanos los que llevaron a los candidatos ganadores a la silla presidencial. Hagamos la descripción, veamos las últimas tres elecciones, los candidatos ganadores y el porcentaje de votos. En el año 2006, el candidato ganador sólo obtuvo el 35.89 de la votación (un poquito más de 15 millones de votos), históricamente ha sido la votación más baja que ha recibido un candidato. En 2012 quien ganó la elección sólo recibió el 38.21 de la votación (ganó con 19 millones 158 mil 592 votos). En 2018, quien nos ha gobernado hasta la fecha, ganó la votación con el 53.19 (aproximadamente con 30 millones 113 mil 483 votos. La representatividad es bajísima.
En 2006, que de 71 millones de personas sólo hayan votado por ti 15 millones está para pensarse, ¿no cree? En 2012, de 79 millones de personas registradas en el INE que sólo votaran 19 millones por el candidato ganador, francamente es un despropósito. Y que en 2018, de 89 millones de personas adscritas al padrón electoral sólo hayan votado 30 millones de personas, siguen siendo números muy bajos. No hay representatividad.
En el caso de los estados, en las últimas elecciones los números también son bajísimos, por ejemplo: en Nuevo León en 2021, de manera general, sólo votó el 51.15 por ciento. En Tamaulipas en 2022 sólo votó el 53 por ciento de los electores. En Coahuila en 2023 sólo votó el 56.56 por ciento. Y en el Estado de México el 50.05 por ciento de la población.
Este es el contexto que nos enmarca. Gobiernos sin representatividad, por supuesto un afán desmedido de golpeteo político, de polarización social y de un cambio de paradigma en las campañas electorales que, teniendo en cuenta los tiempos, descansan más en las redes y en los medios. Da la impresión de que los partidos le apuestan a la apatía del ciudadano.
Ahora, si quiere saber cuántas personas votaron por quienes ahora gobiernan los estados norteños en las últimas elecciones –como ya se comentaba el porcentaje de los votantes–, por ejemplo: en Coahuila del 56.56 por ciento de quienes salieron a votar por el candidato ganador sólo votaron 766 mil personas. En Nuevo León en la última elección –2021– sólo votaron por quien triunfó en la elección 787 mil personas. Y en Tamaulipas, en la elección de 2022, sólo votaron cerca de 732 mil personas. El padrón electoral de la membresía en el INE de las tres entidades federativas sobrepasa los 4 millones de personas inscritas.
Todo esto para decirle que el tema de la participación ciudadana es muy bajo y, hasta cierto, punto complejo porque no se ve por dónde. Y como decía, en el tema de la operación no hay nada que recriminarle al INE, pero sí en el tema de la educación cívica que brilla por su ausencia en las organizaciones, instituciones, universidades, educación medía y básica. Si de la misma forma que los nuevos políticos son “políticos de redes”, el INE anda por las mismas, en el tema cívico sólo se le ve en los medios, por supuesto, porque el presupuesto da para eso y para más. Pero in situ la dificultan.
Ahora, no es sólo el INE que por oficio debe de formar en ciudadanía a la población. No se ve por ningún lado, por ejemplo, en el Congreso alguna iniciativa de ley que meta el tema en los planes y programas educativos de las universidades; en concreto, la mayoría de las personas que están en el padrón electoral son jóvenes y justamente se encuentran en estas etapas. Hay países que cancelan los derechos sociales, hay otros que multan y hay otros donde por no votar hay sanción de cárcel.
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Acá lo único que se realiza es el lamento sexenal permanente acerca del déficit ciudadano. Y otra vez a hacer números para saber cuántas personas votaron, cuántas se abstuvieron y de plano a cuántos les dio lo mismo ir o no a la casilla, entre tantos otros pretextos. Según el 36 constitucional, el voto no es sólo un derecho, es un deber, pero pareciera que nos acostumbramos a despreciarlo.
La participación en temas políticos –como vimos en la numerología– no la tenemos presupuestada. Y aunque –no exagero– tenemos uno de los mejores institutos electorales del mundo, con uno de los gastos más elevados del mundo. Nos anda faltando una ciudadanía con las mismas características, pero eso lo podemos revertir el próximo 2 de junio, donde se ponen en juego más de 20 mil puestos públicos, incluyendo la Presidencia de la República. Así las cosas.