Elecciones presidenciales: De candidatos, lemas y promesas incumplidas
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La elección de 1988 marca objetivamente el fin del sistema político mexicano. Setenta y un años de hegemonía de poder de un sólo partido, que todavía en su última elección −por la falta de un órgano electoral, siendo juez y parte de los comicios en 1994− logró conservar la presidencia de la República. No era posible continuar, el hartazgo era mayúsculo. No sólo era el tema de las promesas incumplidas, era la discordancia entre el dicho, el hecho y las promesas, que al tiempo se quedaban en el olvido. Todos lo sabían: el prometer no empobrece.
Con Salinas de Gortari (1988) el lema de campaña fue: “Que hable México”, el país se vio silenciado con la violencia sistemática que ahí comenzó y se ha convertido en factor e instrumento de control social. Como en tiempos de la revolución, magnicidios, asesinatos y homicidios que silenciaron a la ciudadanía mexicana.
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¿Cómo hablar con el 56 por ciento de la población sumida en la pobreza, con un candidato a la presidencia de la República asesinado, con un cardenal de la Iglesia Católica acribillado en un aeropuerto, con el presidente del partido más poderoso del país baleado afuera de un hotel, un diputado del Congreso cercano al ya mencionado presidente nacional del partido, también asesinado, y con el fiscal que investigaba el caso también muerto? Por razones obvias, la ciudadanía prefirió permanecer callada, y el que prometió nuestra llegada a primera fue el gran beneficiado.
En 1994 ganó la Presidencia de la República Ernesto Zedillo. Su lema fue “Bienestar para la familia”. Con una economía detenida con alfileres y con un sueño que se convirtió en pesadilla, a partir de entender que la realidad era diferente a la planteada por el gobierno anterior, sobreviene una crisis que golpeó terriblemente a las mayorías y que impidió a lo largo del sexenio el bienestar para las familias. Las familias que se beneficiaron fueron unas cuantas, mismas que hoy siguen poniendo condiciones a una economía que no acaba de despegar.
En el año 2000, con un IFE en estreno y un México expectante, Vicente Fox y sus asesores entendieron el momento que vivía el país; y con una campaña distinta, confrontativa y desafiante, invitaron a la sociedad mexicana a un cambio urgente bajo el lema “México ya, el cambio que a ti te conviene”. Efectivamente, el cambio era urgente, al menos de partido, pero quien lo representaba no lo supo capitalizar. El “cambio” nunca llegó. En menos de tres años la sociedad se desencantó con las actitudes triviales, banales e insensibles de un presidente que comprometió su discurso con las clases hegemónicas y perdió de vista el momento histórico que él representaba. Lo que cambió fue su entorno y el de su familia.
En 2006 el candidato ganador –Felipe Calderón– utilizó tres lemas en su campaña: “Mano firme, pasión por México”, la segunda fue “Valor y pasión por México” y terminó con “Para que vivamos mejor”; 2006-2012 un sexenio suigéneris marcado desde el principio por la violencia, la inseguridad y el despropósito permanente por legitimar su sexenio. A la fecha, a menos que usted diga lo contrario, no vivimos mejor, apenas sobrevivimos. Él sí vive mejor... en Madrid.
Para 2012, Enrique Peña Nieto, con el lema de campaña “Mi compromiso es contigo”, “Mi compromiso es con México”, complicó aún más la realidad de la sociedad mexicana. Firmó el Pacto por México, acuerdo que trajo consigo una serie de reformas estructurales que fueron el centro de operación de su gobierno. El lema “mi compromiso es contigo”, a las primeras de cambio se diluyó porque su administración estuvo marcada por altibajos –violencia, inseguridad y falta de rumbo– que acabaron con el descrédito del que fue objeto, dada su personalidad y el aparente poco interés que tuvo con el país en la parte final de su mandato.
En 2018 “Por el bien de todos, primero los pobres” fue la frase que utilizó Andrés Manuel López Obrador para marcar la ruta de su gobierno, que estamos para finalizar. En un México donde la desigualdad no baja y la pobreza, aunque se diga lo contrario, es notoria, los programas sociales, apuntalados por las reformas que busca implementar –pero que seguramente no vendrán por la falta de tiempo– y que tienen como base el adelgazamiento de la burocracia por todas partes, han sido el hilo conductor de su gobierno. Con una idea trasnochada de “la lucha de clases”, este pensamiento ha polarizado el país, cuando pudo prudencialmente –por la realidad en la que hemos vivido– ser un catalizador para el gobierno.
Finalmente, el viernes dos mujeres –cambiando la narrativa de la historia política en nuestro país– y un varón iniciaron la campaña hacia la presidencia de la República 2024-2030. Xóchitl Gálvez, quien representa a la coalición “Fuerza y Corazón por México” (PRI-PAN-PRD), eligió el lema “Por un México sin miedo”, frase que apela a los sentimientos y al momento prolongado del contexto que vivimos desde 2006.
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Por la coalición “Sigamos Haciendo Historia” (Morena-PT y el Partido Verde), Claudia Sheinbaum afirma la continuidad del proyecto del presidente López Obrador con el mismo lema de su campaña: “Por el bien de todos, primero los pobres”, donde en el fondo busca priorizar los sectores vulnerables y la búsqueda de equidad en la sociedad mexicana. Por último, Jorge Álvarez Máynez con su lema “Lo nuevo, va en serio”, poco conocido en el país, buscará revertir las adelantadas campañas de sus oponentes.
El lema de campaña funge como el timón que lleva al barco a puerto seguro o, al menos, así debería de ser. ¿Con cuál se quedará usted? Con “Lo nuevo va en serio”, con “Por un México sin miedo” o con “Por el bien de todos, primero los pobres”. Tenemos 90 días para, a través del lema, saber hacia dónde queremos llevar nuestro futuro. Así las cosas.