México: En la guerra, en el amor y en las elecciones... ¿todo se vale?
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En un ambiente social crispado por la violencia, que es criticado, cuestionado y denunciado por los principales actores políticos, en tiempos electorales acaban haciendo lo que critican. Violencia epistemológica y violencia política, no deja de ser violencia. Es tanto como que la mentira, sea la que sea y como sea, acabará siempre siendo mentira, es su naturaleza. En tiempos actuales, siendo la violencia el último de los recursos de “los racionales” –igual que en el ámbito social, en temas políticos– se convirtió en el primero.
No entienden, porque no entienden los que “luchan por la paz, la democracia y el bien común” –los actores políticos– que con las mentiras, dobles discursos, ejercicios de simulación, verdades a medias o mentiras piadosas, lo único que se construye es una sociedad divida y al borde del desorden. Probablemente dada la irracionalidad de la que hacen gala, se les olvida que hasta en el reino animal hay códigos de ética.
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Sólo para aclarar cuando se habla de violencia epistemológica nos encontramos en el área de la descalificación, de la burla, de la ironía, del insulto, del bullying, de la negación de la palabra, de buscar que otros ignoren o tengan en cuenta la valía del adversario o del oponente invisibilizándolo, o expropiándolo de su posibilidad de representación. Y la violencia política tiene que ver con el uso de la fuerza física o psicológica –nos quedamos con esta– atentando contra su fama, su prestigio o su persona de forma general.
Todo esto en virtud de la carrera presidencial de las candidatas y el candidato, y las formas que al momento han utilizado, cuando todavía faltan cinco días para que comience oficialmente la campaña. Si al momento las descalificaciones, los prejuicios, los insultos, las denostaciones, las mentiras, los hierros, los pecados y las debilidades de las precandidatas se ha exhibido, ¿dejarían algo para las campañas? Si el ingenio que tienen los asesores para denostar a sus contendientes lo utilizaran para combatir las grandes taras sociales que asolan al país, la vida de los mexicanos sería otra.
A esto habrá que agregar los medios tendenciosos que para un lado y para el otro –para la izquierda y para la derecha– no tienen empacho en servir a quien mejor los trata y que siguen incendiando el país, porque desde hace tiempo olvidaron la función social que tienen y representan. Pero bueno, al final de todos los sexenios y cuando comienzan las campañas electorales, el comportamiento es el mismo y hasta cierto punto para muchos de ellos se ha normalizado y se ha vuelto costumbre, aunque de ningún modo lo es, porque el motivo de su existencia es construir el bien común y ser partidarios de la verdad.
El argumento es que “en la guerra y en el amor, todo se vale”. Pudiera ser que en el amor –al tiempo le quitarán la máscara al amante tramposo–, pero en la guerra no hay vuelta atrás, por eso es importante cuidar las formas, respetar las reglas del juego o simplemente apelar a la civilidad, al respeto, al diálogo y a la tolerancia que, para fines democráticos acaban siendo la esencia. Habiendo visto una buena cantidad de campañas, la lógica nos dice que esto no va a ocurrir, el dinero y el poder son como el oro para los políticos que, para fines prácticos, son capaces de vender su alma al diablo para conseguirlos.
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Lo que no saben quienes son partidarios de las guerras es que en principio ninguna está justificada –una guerra siempre será injusta e inmoral– y, en un segundo momento, si se dieran como se dan, hasta en ellas deben de establecerse códigos de comportamiento, como el derecho natural, el derecho de gentes o las normas establecidas por el derecho internacional. Entonces no todo se vale.
El punto es que en las guerras modernas, la inmoralidad y la injusticia son la visión que acompaña a quienes participan en ellas, que nos lo digan los líderes rusos e israelitas. Por ejemplo, el respeto a los acuerdos que se han pactado, la crueldad para con los prisioneros, atentar contra lugares públicos y contra la población civil, el empleo de medios de destrucción total, las armas bacteriológicas en contra de la población no combatiente, respetar hospitales, iglesias, monumentos históricos, entre otras cosas, son variables que deben ser prioritarias para quienes contienden. Entonces no todo se vale.
Del 1 de marzo al 29 de mayo viviremos la campaña 2024. A los gobiernos, frentes, alianzas, partidos y medios de comunicación −públicos, privados y por internet− se les ha vuelto una costumbre llegar a los excesos, contagiando y metiendo a la población en una dinámica de crispación y polarización, convirtiendo el momento en algo parecido a una guerra, aunque no se den las condiciones propias de esta.
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Ellos, al final de todo, se sentarán juntos a departir, a celebrar. Se seguirán tratando inevitablemente por oficio, y todo lo vivido habrá sido la puesta en escena de una lucha por el poder. Ellos seguirán en las listas plurinominales, no para cambiar la vida pública del país, pero sí para cambiar su vida privada y familiar. Seguiremos –si no hacemos algo para frenar esta inercia– viendo a los mismos en la Cámara de Diputados, en el Senado y en los gobiernos.
No lo olvidé, mucho de lo que se nos viene es por la ocasión, por el momento, por la temporada. No se desgaste en discusiones estériles que acabarán alejándolo de la familia, de los amigos, de los vecinos y de los compañeros de trabajo. Analice y vaya al fondo de las denostaciones, las descalificaciones y las mentiras, porque todo eso es lo que se nos viene. Esperemos que en esta campaña los ciudadanos, a diferencia de los candidatos, apelemos a la razón y a la reflexión, y no a la guerra que ya comenzaron. Así las cosas.