En defensa propia

Opinión
/ 24 agosto 2024

El hombre es una criatura de contrastes estremecedores, es capaz de realizar las cosas más excelsas, pero también las más deleznables. A lo largo de su paso por la tierra ha hecho y deshecho. Lo mismo se convierte en defensor a ultranza de la libertad, de los derechos humanos, de cuanto construye y edifica, que en el más feroz de los depredadores de aquello que se interponga a lo que quiere imponer, sin más sustento que su mezquindad y el dominio de sus voraces demonios interiores.

El poder político en manos de un inconsciente, de un individuo enfermo de soberbia y arrogancia, que se estima a sí mismo como mesías, como salvador de la patria, como benefactor de la misma, como imprescindible, y de ahí “pa delante”, acarrea una serie de infortunios, de desgracias, de fracturas, que dañan el presente y hasta el futuro de los habitantes que tienen el infortunio de padecerlo. Los dictadores, el que usted guste y mande, de ayer o de hoy, tienen ese infausto perfil. La nación que los sufre se divide. Este engendro de perversos alienta la división, es la manera de entronizarse en el mando.

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¿Cómo se llega a caer en la trampa de estos indeseables? Generalmente es el hartazgo de la población hacia un estado de cosas que ya resultan inaceptables. Y vuelven la vista hacia el que se vende como el paladín que va a librarlos de la pesadilla, y le compran la bandera. Y es una compra a ciegas, es decir sin reflexión, sin ponderación objetiva, no media razón ni raciocinio. Es simplemente un “se acabó”, un “no quiero saber más nada de lo de siempre”. No se admite ni un siquiera “¿y si sale peor? Lo que está ocurriendo hoy, en pleno siglo XXI, en Venezuela, es indignante. Hay un individuo aferrado al poder y redoblando la represión sobre quienes se oponen a su permanencia. Está más que claro que en el país sudamericano no solo se cuestiona la continuidad de un régimen impositivo, también asistimos a la expansión de una izquierda radical decidida a pasar por encima de lo que sea para dominar el mundo. Y esto no debiera resbalársenos a los habitantes del continente americano que estamos en la mira.

No es ninguna casualidad que países como Cuba, Nicaragua, Irán, China y Rusia, respalden a Maduro ante las fuertes acusaciones de que su elección estuvo amañada. Latinoamérica les representa un punto estratégico para cimentar un nuevo orden mundial encabezado por Putin, cuyo sueño en convertirse en el árbitro de los conflictos internacionales, al que se le suma con singular beneplácito Xi Jinping, enfrascado en una batalla comercial...¿contra quién? Sí, contra Estados Unidos...su enemigo común... ¿Y qué cree? Venezuela está alineada en esa dirección. De modo que para ese eje, es de vida o muerte la victoria de Maduro.

Apoyar a Edmundo González y a María Corina Machado, no es asunto menor. Por eso indigna que haya mandatarios que no condenen los crímenes que a diario se están cometiendo con el pueblo venezolano, que permanezcan impasibles ante la vulneración a los derechos humanos y a la dignidad de esos hermanos latinoamericanos. Que tampoco manifiesten protesta alguna por los ataques en contra de los jueces, del Tribunal Supremo y de la independencia de este poder. Esto constituye el más descastado ataque al estado de derecho y a la propia democracia. Hay deshonra e indignidad en esta conducta huérfana de humanidad. No merecen estos cobardes ser titulares del Poder Ejecutivo en sus respectivos países.

Como mexicanos, como hombres y mujeres libres debemos sumarnos a la defensa colectiva del oprobio que hoy flagela a Venezuela. Pongámonos siquiera por un instante en los zapatos de un pueblo que no quiere más dictadura, que está harto de ser tratado como escoria, que está luchando para deshacerse de semejantes cadenas. No debemos permanecer indiferentes. A eso le apuestan los regímenes dictatoriales para enraizarse. Así perduran. Y cuando están bien agarrados mandan al demonio la división de poderes, se hacen de la mayoría en ambas cámaras a través de “elecciones” trinqueteras, y con ello se adueñan del poder legislativo, se pasan por debajo de las extremidades inferiores a la misma Carta Magna y ya con eso le dan el tiro de gracia a la democracia, finiquitan cualquier organismo que le represente “amenaza” al desgraciado poder ejecutivo, y después se abalanzan como jauría enrabiada contra el poder judicial, lo hacen pedazos, nombran “jueces” de pacotilla, de esos que “imparten” justicia según órdenes recibidas. De solo pensar que eso se emule en México, me dan escalofríos. No quiero para mi país un gobierno de esa laya.

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Sueño con que las generaciones de niños y de jóvenes de ahora, y las que vendrán mañana, tengan gobiernos de los tres niveles ocupados TODOS LOS DÍAS en generar condiciones para que vivan acorde a su dignísima condición de personas. Con educación de primer nivel, formados con valores aprendidos en casa y reforzados en la escuela, que se sientan realizados y echados siempre para adelante. Que tengan claro que la participación en los asuntos de su comunidad es un deber de honor y de amor, que de ello depende en mucho la prosperidad de su nación. Eso anhelo para México, con todo el corazón.

Me duele lo que hoy están viviendo los venezolanos, porque soy de carne y hueso como ellos. Espero que triunfen la concordia y la paz y que la tierra del Arauca recupere su alma.

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