En las redes y en la política, las apariencias engañan

Opinión
/ 18 marzo 2024

Miss Ann Throppa, dama las de antes, reprendía con áspera acrimonia al albañil del pueblo, quien le estaba arreglando en su casa una gotera que no funcionaba desde que empezó la temporada de sequía. Sucedió que el hombre se presentó con un aliento que trascendía al peor bebistrajo, a algún chínguere de baja calidad, tepache sucio, mentido bingarrote, cantincara, guarapo, ojo de gallo, sendecho, yagardiza, polla ronca, charape, quebrantahuesos, chilocle, vil garriento o cualquier otro de los fementidos aguapiés con que el tal albañil solía mojar el gurguñate. “El alcohol será su ruina, Etilio −le dijo Miss Ann Throppa con la altiva suficiencia de los que se creen buenos−. Debería usted ser como yo, que con una taza de té de azahar me basta y sobra”. “No soy un borracho –intentó defenderse el albañil−. Tiene usted una mala opinión de mí”. “¡Mala opinión my ass! −se encendió Miss Ann Throppa, quien como todos los de su virtuosa especie no vacilaba nunca en incurrir en desorden cuando se trataba de establecer el orden−. Anoche al ir a la reunión de la Sociedad Staurofílica vi su carretilla recargada en la pared de la cantina, y hoy por la mañana, cuando hacía mi cotidiana caminata, vi que la carretilla estaba todavía ahí, señal indubitable, irrebatible, incontrovertible, inconcusa e impepinable de que pasó usted toda la noche en la cantina”. Calló Etilio, y no respondió nada a aquel iracundo réspice. Pero esa misma noche, cuando los últimos transeúntes pasaban por la calle, fue y recargó su carretilla en la pared de la casa de Miss Ann Throppa... ¿A qué esa larga historia, columnista? No parece tener pies ni cabeza, y bien se le puede aplicar la frase sobre las sirenas; Desinit in piscem, termina en pez, expresión que usaban los latinos para calificar a todo aquello que empieza bien y no tiene buen final. Con ese cuentecillo ilustro una verdad sabida: las apariencias engañan. Antiguamente las campañas políticas se hacían dando de comer a los electores pobres. Escribió un epigramista: “Barbacoa; buen pulquito; cito plebe... Plebiscito”. Ahora esos elementales rudimentos han sido suplantados por los rudimentarios elementos de nuestra época, vale decir por las redes sociales. No podemos aceptar la idea de que la próxima Presidenta de la República sea la que difunda el mayor número de mensajes por ese medio. Eso está bien para vender detergentes, pero aunque con la Internet se hagan presidentes, y hasta guerras, hemos de estar alerta para que no nos vendan una mandataria como nos venden un jabón. El análisis razonado y razonable de las propuestas de las candidatas; la valoración de sus ideas más que de su palabrería; la consideración de sus principios y programas, no la de su eslogan del día o sus promesas, todo eso hará de nosotros votantes conscientes, no rebaños ovejunos a los cuales se da una ración de imágenes y sonidos para manejarlos. Y más no digo, porque ya me estoy encaboronando... Ella era católica; él, judío. Compraron su primer coche nuevo de casados, y para bendecirlo ella invitó al cura y él al rabino. Vino el sacerdote, tomó el hisopo y asperjó agua bendita sobre el vehículo. Llegó el rabino, tomó unas tijeras para metal y le cortó al coche la puntita del tubo del escape... Por primera vez en su vida Susiflor se vio en un campo nudista. Paseó la mirada por el paisaje y luego exclamó con asombro y entusiasmo: “¡La Constitución está equivocada! ¡No todos los hombres son iguales!”... FIN.

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