Entramados colectivos: Arte que teje comunidades
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En las dos publicaciones anteriores he compartido sobre los diversos significados de la memoria a través del arte textil. En esta ocasión abordaremos dos proyectos, uno que se desarrolló en nuestra ciudad y otro al sur de América.
Observación, cuidado y patrimonio:
Laila Castillo Silva, artista textil saltillense, desarrolló dos proyectos relacionados con la apropiación de los espacios urbanos y con la importancia del cuidado arquitectónico como parte del patrimonio de nuestro estado.
La artista entró al mundo del textil hace aproximadamente 10 años, cuando decidió dejar la pedagogía del arte para hacer escuela en casa con su hija y, al mismo tiempo, darle nueva forma a su voz como creadora. Siempre he pensado que los hilos encontraron a Laila y le trazaron un camino para que ella lo siguiera, no solo el creativo, sino también aquel visibilizara su ancestralidad, sus raíces desérticas y las formas colectivas de ser desde el profundo respeto y cuidado de su entorno.
En 2020, en plena pandemia, la artista decide iniciar un proyecto para la reactivación de lugares en el centro de la ciudad. Enhebra Saltillo buscaba el encuentro con las personas a través del bordado en espacios como bares y cafés que tenían espacios abiertos, y así apoyar a la activación de la economía local. Si bien lxs participantes trabajaban con el mismo dibujo de la fachada realizada por Laila, cada quien la “intervino” con paleta de color, trazos, puntadas diferentes. El resultado: un mismo lugar visto y recreado desde muchas manos.
Posteriormente, bajo la convocatoria de Arte Resiliente de la SEC, la artista logra obtener un fondo para desarrollar Arquitectura Blanda, en el cual invita al público en general a bordar fachadas de lugares simbólicos de nuestra ciudad, con el objetivo de vivir la calle y apropiarse del espacio público durante el tiempo de bordado.
Las fachadas seleccionadas por la artista, por su complejidad y riqueza arquitectónica fueron la Catedral, el Teatro García Carrillo y la Casa Purcell. Los bordados se realizaron los fines de semana durante dos meses. El proyecto buscaba romper con el aislamiento que la pandemia había propiciado, bajo la urgencia de volver a reunirnos. Para cada espacio se armaron grupos de 10 personas, dando un total de 30 participantes y 33 piezas realizadas que posteriormente se mostraron a manera de exposición.
Además de la fuerza del medio textil, me parece que proyectos como los anteriores deben de tener continuidad, auspiciados por las instancias culturales y desarrollados bajo una mirada crítica que otorgue la importancia y urgencia que nuestra ciudad necesita para erradicar la destrucción de espacios arquitectónicos emblemáticos por el afán de llenar las calles de comercios que terminan siendo uno más del montón y que rompen con la identidad del centro histórico de nuestra ciudad.
La herencia del textil y el trabajo en comunidad.
Emilia Demichelis es una talentosa artista textil argentina que posee una vasta experiencia en proyectos comunitarios, gracias a su educación y herencia familiar. Trabajó para el Centro del Adulto Mayor en la Universidad Nacional de Lanús y, posteriormente en 2019, se integra al Programa Cultural en Barrios como colaboradora y tallerista del Centro Cultural La Casita d la Selva.
En ese momento, Emilia se dio cuenta de que más allá de impartir talleres de arte textil, ese espacio era propicio para hacer proyectos de largo aliento y, sobre todo, desarrollar entre les participantes, proyectos comunitarios de mayor fuerza. Durante las horas de taller, además de elaborar pequeñas piezas individuales, Emilia invitaba a desarrollar piezas colectivas y mientras bordaban, se abrían a compartir y dialogar.
Ese año desarrollan el Mural textil colaborativo #2, el cual se generó cuando ella comparte la técnica del telar circular, lxs participantxs crearon piezas individuales que posteriormente se ensamblan entre sí diseñando entre todxs un gran tapiz o mural. Con esta pieza se empieza a forjar el espíritu de lo que después se llamó Selva Textil, mismo que sigue de pie y se desenvuelve fuera de la institución, pero con el aval del centro cultural y con el acompañamiento artístico de Emilia.
Aunque 2020 y 2021 estuvieron fuertemente marcados por la pandemia, los talleres se desarrollaron desde lo virtual y se crearon piezas individuales vinculados a las Arpilleras chilenas. Con la vuelta al a presencialidad, Selva textil ha desarrolla dos proyectos en los que se observan cómo se construyen los discursos sociales y como se educaba a las infancias a través de una canción aleccionadora o un simple pañuelo. El primero se titula Teresa pone la mesa en el que, a partir de 3 vestidos iguales de niñas, hacen una reflexión sobre el adoctrinamiento social a las mujeres en el sistema patriarcal. El segundo, que terminó como un libro colaborativo textil exhibido en varios espacios, se llama Celeste para varón partiendo de unos pañuelos que estaban bordados con acciones que aleccionan a los hombres a cómo comportarse y cuál es su rol en la sociedad.
En este año realizan el Mural Textil Colaborativo #3, realizado en tonalidades verdes como resultado de las reflexiones realizadas sobre los principios del ecofeminismo, el cuidado de la tierra, los afectos, el reciclaje, etc. y sobre todo, sobre las mujeres que se dedican a ello. Con este mural textil participan en una convocatoria para entrar a exposiciones en museos y, a raíz de ello, surge otra reflexión muy compleja e importante: la dificultad de los museos de nombrar a lxs participantes de un proyecto colaborativo o comunitario. Algo tan simple como cambiar los diseños y poner todos los nombres se convierte en un gran desafío. En este punto, se vuelve evidente la dificultad de reconocer las autorías colectivas, pero también plantea una nueva reflexión.
Selva textil como proyecto comunitario tiene como objetivo abrir momentos de confianza donde se pueda compartir todo lo que está sucediendo, tanto en el presente como en el pasado, donde se plantean preguntas sobre cómo nos pensamos, cuáles son los modos de ser y estar en sociedad, y donde se promueva la lectura de ciertos temas que nos atraviesan a todes, en un espacio de reflexión y acción de 3 horas semanales.
Imagino a las talleristas, Laila y Emilia, preparando sus espacios, llevando un tema para compartir y abriéndolo desde la palabra mientras las demás toman sus telas e hilos. Me imagino que en algún momento las pláticas se vuelven complejas, salen vivencias y las reflexiones profundas que habían estado guardadas y que toman fuerza para ser enunciadas desde el bordado o el tejido, con la fuerza de la voz colectiva y empática, desde muchas manos que forman procesos horizontales que buscan romper con el silencio.