Entre la dominación y la empatía

Opinión
/ 23 octubre 2022

La dominación es una característica de la condición humana, quizá la más primitiva y la más elemental. En el libro “De Animales a Dioses”, el historiador hebreo Yuval Noah Harari menciona que es posible que los neandertales, los denisovanos y otras especies humanas desaparecieran debido a disputas por los recursos con los homo sapiens, que dieran origen a la primera y más importante limpieza étnica, aquella que eliminó para siempre de la tierra a las especies con las que compartíamos ancestros comunes.

Sin embargo, existen otros rasgos humanos que tienen que ver con la empatía, la reciprocidad y el reconocimiento de las necesidades y emociones de las otras personas. En el siglo 3 a.C., la escuela griega de los estoicos formuló ideas sobre el cosmopolitismo, un concepto de ciudadanía mundial que parte del reconocimiento de que los seres humanos pertenecemos, más allá de nuestra familia o sociedad, a una comunidad más amplia que abarca a toda la humanidad, a la que debemos respeto y dignidad.

Si bien nuestra historia ha estado marcada por los conflictos bélicos, el anhelo de una paz permanente y el reconocimiento de una ciudadanía mundial también ha estado presente como recordatorio de que podemos generar realidades diferentes. En 1693 se publicó el “Ensayo Sobre la Paz Presente y Futura de Europa”, de William Penn, y en 1713 el “Proyecto para Hacer la Paz Perpetua en Europa”, del abad de Saint Pierre. Sin embargo, dichos autores tomaron como base de sus planteamientos únicamente el contexto europeo.

Por el contrario, Immanuel Kant hizo una propuesta filosófica que no estaba limitada a un ámbito geográfico determinado. En su obra “Sobre la Paz Perpetua”, de 1795, consideró que así como al interior de las sociedades las personas se organizan con el fin de proteger su seguridad, de la misma forma los países necesitan ser organizados en una Federación de Estados. Pero agregó que para completar esa propuesta se requería formular, a su vez, una ciudadanía de carácter cosmopolita, es decir, que las personas, y no los Estados, fueran los sujetos centrales de las relaciones internacionales.

El surgimiento de la primera institución de carácter internacional se llevó a cabo al terminar la Primera Guerra Mundial con la creación de la Sociedad de las Naciones, en 1919. La existencia de dicho organismo no pudo impedir el estallido de la Segunda Guerra Mundial veinte años después de su creación, y el genocidio cometido durante
el Holocausto. Al culminar esta última, tuvo lugar en San Francisco la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Organización Internacional, en la que se suscribió la Carta de las Naciones Unidas que entró en vigor el 24 de octubre de 1945.

La Carta es un tratado internacional de carácter vinculante para los Estados parte, cuyo contenido determina la manera en que deben regularse las relaciones entre los países en temas como las amenazas a la paz,
el arreglo pacífico de controversias, la cooperación internacional, la competencia de la Corte Internacional de Justicia, las facultades de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad, entre otros.

Sin duda, la existencia de la Organización de las Naciones Unidas ayuda al mantenimiento de la paz en el mundo y, a través de sus distintas agencias, como el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, ONU Mujeres, la Organización Mundial de la Salud, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia y el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, contribuye a generar acciones de política pública para atender los problemas que enfrentan los países y su población.

En situaciones como la guerra entre Rusia y Ucrania, la Organización de las Naciones Unidas trabaja de manera coordinada con el Organismo Internacional de Energía Atómica con el objetivo de impedir la escalada de violencia y evitar que los ataques pongan en riesgo instalaciones estratégicas en Ucrania que pudieran derivar en catástrofes nucleares, como la que tuvo lugar en la ciudad de Chernobyl, en ese mismo país, en 1986.

La conmemoración del 77 aniversario de la entrada en vigor de la Carta de las Naciones Unidas, este próximo 24 de octubre, es un buen momento para pensar en los desafíos que suponen los conflictos bélicos para la paz en el mundo, así como para reflexionar sobre el nuevo papel que debemos jugar las personas en un planeta interconectado y cada vez más frágil, en el que la sobrepoblación, los efectos del cambio climático, la extinción de la biodiversidad y la crisis energética generarán, con seguridad, nuevos conflictos que afectarán a toda la humanidad.

Es por ello que la aspiración de Immanuel Kant de alcanzar una paz perpetua requiere pensar en la formulación de organismos como la Unión Europea, pero con una vocación federal de alcance mundial, así como en un tipo de ciudadanía cosmopolita que reconozca que todas las personas formamos parte de un mismo mundo y que nuestros intereses y compromisos no se agotan en las fronteras nacionales, sino que nuestra lealtad funciona en círculos concéntricos que abarcan, en último término, a la humanidad en su conjunto. Es la empatía con las personas y con el planeta, y no la dominación, el rasgo que debemos privilegiar como especie si queremos sortear los peligros que nos acechan. Ojalá que algún día lo entendamos.

El autor es Director del Centro de Educación para los Derechos Humanos de la Academia IDH

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos
de VANGUARDIA y la Academia IDH

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