Entre la voluntad y la inercia de AMLO
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No pocos, incluso observadores un tanto informados sobre la política son de la idea que las personas importantes en el poder actúan con amplios márgenes de libertad, hacen lo que pretenden, según sus ideas, creencias o pulsiones. Este parece ser el caso de López Obrador a lo largo de su trayectoria por su singular persistencia y por su capacidad para sobreponerse a la adversidad. No necesariamente es virtud; un político, sobre todo cuando tiene poder y no considera el entorno y contexto suele fracasar en su empeño. Así será consignado, históricamente, el personaje López Obrador, un presidente que ambicionó mucho, logró poco y cuyos resultados fueron contrarios a sus propósitos: México será más violento, injusto, frágil y corrupto que como lo recibió.
López Obrador es el jugador más importante e indisputado. Por la visión sexenal propia de nuestra tradición política, es inevitable cuestionarse de ganar Claudia Sheinbaum la presidencia, si habría cesión de mando, si realmente desplazaría a López Obrador de su condición de eje del ejercicio del poder. Es evidente que hay un proceso sucesorio formal que implica relevo; la duda está en los alcances y los términos del desempeño de la nueva presidenta.
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En esta línea de especulación algunos piensan que la sucesora será más moderada a partir de su formación profesional, trayectoria y carácter. Es una apuesta generosa y quizá influenciada por lo que se quisiera que sucediera. Se advierte en ella disciplina, consideración por la que hace propia toda propuesta del presidente por absurda o discutible que sea, posiblemente con la idea de que ella, de ganar, tendría la capacidad para contener, redefinir, moderar o ajustar esas propuestas.
La eventual distancia entre López Obrador y Sheinbaum resulta inevitable partir de la tesis de que el poder no se comparte y plantear una visión idealizada del potencial de la voluntad del gobernante. Sin embargo, la situación es más compleja; los límites están allí y es preciso conducirse a partir de las inercias que impulsan o frenan las decisiones deseables o necesarias.
Ciertamente, Claudia y Andrés Manuel son muy distintos y tendrán visiones diferentes, pero no necesariamente contradictorias ni incompatibles. Los dos pueden ser y quizá sean profundamente autoritarios, intolerantes, políticamente conservadores y promotores de un poder presidencial sin restricciones institucionales ni medios de sanción social como son la actuación de los factores de influencia o la misma libertad de expresión. Nada hay que no sean expresiones en privado sobre algunos temas como el medio ambiente y la promoción de negocios e inversión que abone a la idea de que Claudia es más moderada que su promotor, incluso el manejo de crisis de la candidata exhibe a una mujer “dura” y decidida a estirar la liga más allá de lo razonable. Pocas veces se le ha visto fuera de control, como ocurrió al encarar a Alfonso Durazo en algún evento. Debe tenerse presente el uso político desmedido, más que López Obrador, de la justicia penal contra sus adversarios, tema que debiera preocupar.
La diferencia radica en el margen de libertad de Claudia en ese supuesto de ganar la presidencia. Desde ahora es claro que no gozaría de la legitimidad que tuvo López Obrador por tres consideraciones: la primera, su candidatura proviene de un proyecto personal ajeno, ella es subproducto del líder quien ha definido mandato y cuenta con una amplia grey de seguidores, propia de un líder religioso carismático; segunda, muy probablemente no contaría con un resultado tan favorable, sobre todo en las elecciones legislativas concurrentes y, por lo mismo, sufriría restricciones que AMLO no tuvo; tercera, su triunfo se daría en un contexto de elección de Estado, que vuelve muy incierto lo que sigue, una suerte de continuidad de la polarización con mucho más encono, pero sin los recursos personales y de contexto con que cuenta el actual presidente.
Se anticipa así una situación sumamente complicada para el ejercicio del poder más allá de lo que se pretende por las dificultades resultado del deterioro de la situación del país en varios rubros, destacadamente, la violencia y la impunidad que pone en crisis al Estado; las presiones en las finanzas públicas que obligan a una reforma hacendaria; el deterioro institucional heredado con proyectos altamente deficitarios, empezando por PEMEX y, finalmente, los efectos del previsible endurecimiento del vecino del norte en temas migratorios, seguridad y control fronterizo.