¿Es seguro caminar por aquí? Señales que aprendí a leer viajando
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En mi experiencia, hay señales que suelen ser confiables. El aspecto físico del barrio es, muchas veces, la primera pista
Una de las preguntas que me hago casi todos los días cuando estoy de viaje es si el lugar en el que camino es seguro. Y no me refiero a una evaluación formal basada en estadísticas o informes policiales, sino a esa lectura intuitiva que uno hace con el cuerpo, con los sentidos atentos y con la memoria entrenada por experiencias previas. Caminar es una de las formas más enriquecedoras de conocer una ciudad, pero también una de las más exigentes en términos de percepción del entorno.
En mi experiencia, hay señales que suelen ser confiables. El aspecto físico del barrio es, muchas veces, la primera pista: si las calles están visiblemente sucias, hay señales de vandalismo; grafitis ofensivos, basura acumulada o fachadas descuidadas, la sensación de inseguridad aumenta. Me ocurrió en ciertos sectores de Montevideo y también en partes de la Ciudad de México, donde esa negligencia urbana genera una atmósfera que invita a la alerta. No porque el descuido garantice el delito, pero sí porque habla de una ausencia: de autoridad, de cuidado, de comunidad.
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Otro factor que he aprendido a observar con cuidado es la presencia de policías o militares. No hay una regla única. En Panamá, por ejemplo, vi muy pocos agentes en las calles, pero la sensación de seguridad era alta, probablemente por la limpieza y el orden generalizado. En cambio, en muchas ciudades mexicanas, la abundante presencia de cuerpos armados no necesariamente transmite tranquilidad. Todo depende de su actitud: si están tensos, en formación rígida, visiblemente alerta, el mensaje es claro —algo puede pasar en cualquier momento—. Pero si los ves relajados, conversando entre ellos, saludando a los transeúntes, esa calma también se contagia.
De todas las señales, la que más tomo en cuenta es el comportamiento de la gente que camina. Si la mayoría lleva las mochilas al frente, si nadie saca el celular en la calle, si todos caminan rápido y en silencio, algo no está bien. En el centro de Medellín, por ejemplo, noté estos comportamientos con mucha claridad. Y algo parecido me ocurrió en ciertos sectores de Buenos Aires. En contraste, en Montevideo o en barrios de São Paulo y Río de Janeiro, vi personas más relajadas, interactuando entre sí, tomando fotos, revisando sus teléfonos con naturalidad.
También observo con atención la forma en que las personas piden ayuda o se aproximan a uno. La actitud hace toda la diferencia. En Medellín, las solicitudes de apoyo económico fueron, en varias ocasiones, agresivas e intimidantes; mientras que en Montevideo, incluso cuando alguien pedía algo, lo hacía con cordialidad, sin invadir el espacio personal, sin imponer la incomodidad como estrategia.
Y luego está otro tipo de seguridad, no menos importante: la vial. La manera en que conducen los automovilistas dice mucho de cómo se entiende el espacio público. En Río de Janeiro vi una conducción agresiva, poco considerada con los peatones. En cambio, en São Paulo —una ciudad enorme y con altísimo flujo vehicular— me sentí notablemente respetado al cruzar las calles. La infraestructura también influye: pasos bien señalizados, banquetas amplias, semáforos peatonales visibles. En ese aspecto, São Paulo, Buenos Aires y Montevideo destacan por haber pensado en quien camina.
La seguridad, entonces, no depende de un sólo factor, sino de un conjunto de circunstancias: la limpieza, el orden, el comportamiento de las personas y autoridades, y también —no hay que olvidarlo— de las decisiones que uno mismo toma como extranjero. Yo, por ejemplo, procuro vestir de forma sencilla, más por comodidad que por lucimiento. Camino con paso firme, como si supiera hacia dónde voy, aunque la mayoría de las veces no lo sepa. Trato de mezclarme con quienes caminan a mi alrededor, y aunque a veces me detengo a admirar un edificio o un árbol, echo un vistazo antes, atento a lo que me dice el entorno.
Caminar es una forma de explorar, sí, pero también de escuchar. Escuchar la ciudad, leerla, sentirla. La seguridad, en buena medida, comienza por ahí: por prestar atención. Y aunque no hay forma infalible de evitar riesgos, esa atención —ese hábito de observar— permite que el camino, además de interesante, sea también confiable.