Es sólo cuestión de tiempo... La RAE y su desgastada autoridad
COMPARTIR
Fueron trece años de callada disidencia, de ortografía proscrita y de rebeldía diacrítica.
Durante más de una década, de manera deliberada y perfectamente consciente, yo y otros miles como yo nos negamos a acatar desde el día uno la arbitraria disposición que una todavía más arbitraria autoridad gramatical impuso, movida por un extraviado afán de economía y modernización.
Finalmente, luego de trece años de clandestinidad, de escribir temeroso de que cualquier editor fanático o corrector automático fuera a despedazar nuestros textos por una obediencia ciega a un órgano que cada día cae más en el descrédito, la tilde que corona la palabra “sólo” fue restituida y con ella algo de justicia para nuestro maltrecho idioma.
No me malinterprete ni me tome por favor por un purista. Soy bien consciente de que las lenguas están en permanente evolución o, para decirlo como lugar común, que son entidades vivas. Y tal evolución está determinada por cambios económicos, geográficos, políticos, religiosos, culturales −y vaya usted a saber qué más− sobre los cuales no tenemos ningún control.
Algunos análisis prospectivos apuntan a que −si no nos aniquilamos antes− en el futuro la humanidad sólo hablará tres idiomas: Inglés, español y chino (no recuerdo cuál de los dos chinos, ni siquiera los podría distinguir). Ello estaría determinado por la influencia política y comercial y la cantidad actual de hablantes de estas lenguas que habrán absorbido parcialmente a las otras cuando no las hayan erradicado por completo y sin piedad.
Pero ello quizás demore todavía un par de siglos o más, así que, para entendernos mejor, le sugiero que sigamos tratando de ponernos de acuerdo sobre la manera en que empleamos esta bella variante de la lengua ibérica que es el castellano y que, por uno de esos avatares de la historia, es el que más se habla en todo el Continente Americano.
Bien, sobre el asunto de tildar la palabra “sólo”, la RAE anunció en días pasados, luego del enésimo debate, que el uso de este acento diacrítico queda de alguna forma despenalizado.
Tal despenalización es desde luego ¡sólo! un decir, ya que no había multa o castigo por utilizar la tilde durante su veto. No es como que se nos fuera a aparecer la maestra de 4° grado de primaria a darnos de reglazos (¡cómo...! ¿A ustedes nunca les dieron de reglazos?).
La única sanción por desobedecer lo aconsejado por la Real Academia recaía en el desprestigio de no estar en sintonía con la que se supone es la máxima autoridad en el correcto uso del idioma.
La mera idea de que el lector pudiese pensar: “Bueno... ¿Y a este pobre pendejo nadie le ha avisado?”, era ya suficiente oprobio y castigo, pues tildar no era una consecuencia de la ignorancia o el desconocimiento, sino un acto de rebeldía.
He acentuado con su tilde bien puesta el adverbio “sólo” inexcusablemente, sí o sí, durante los últimos trece años pese a la “recomendación” de la RAE.
¡Ah! Porque ahora resulta que nunca se proscribió el uso de este acento, al igual que el de pronombres como “éste”, “ése” “aquél” cuando tienen función demostrativa y no determinante, sino que simplemente se recomendó limitarlo.
¿Limitarlo? Sí, limitarlo a aquellos casos en los que “a juicio de quien escribe” haya riesgo de ambigüedad.
Pero la misma RAE notificó: “Si el hablante percibe que hay riesgo de ambigüedad, lo tendrá que justificar”.
¡Perdón! ¡Ahora resulta que habría que argumentar nuestra postura, no sé si ante el Consejo Supremo de la RAE, enviándoles una carta por triplicado esgrimiendo las razones por las que hemos decidido en cada caso utilizar la escurridiza tilde, siendo que la mejor justificación de todas es la regla.
Pero... ¿y la economía? Lo de la economía está muy bien, pero si por economía hay que pensar y repensar si el contexto del texto se presta a confusiones, es mucho más económico simplemente aplicar la regla.
Es decir: Para acentuar “solo”, tengo tradicionalmente que hacerme sólo una pregunta: “¿es adjetivo o es adverbio?”. Una vez respondida esta cuestión, procedo en consecuencia.
Pero gracias a la RAE el proceso se duplica, por decir lo menos. Preguntamos: ¿Es adverbio o adjetivo? Y ahora bien: ¿Cómo ves el contexto? ¿Tú crees que si le quitas la tilde el lector pueda malinterpretar esta hermosa pieza de literatura que estás escribiendo? ¿No estás seguro? ¿Por qué no te sirves un trago de güisqui en lo que te lo piensas un poco? ¿Tienes hielo?
Como verá, económico no es. Es mucho más sencillo apegarse a una regla que, si bien no es ortografía básica, tampoco es avanzadísima como para que rebase las capacidades del redactor promedio.
Pero ya le digo, la RAE ahora pretende hacerse la que siempre ha estado del lado de la sensatez y el pragmatismo, desentendiéndose de todo el caos y el debate generado por sus posturas y decretos. Es lo que en inglés llaman “gaslighting”, una perversa manipulación psicológica que implica mucho sufrimiento para la víctima: “¡Ay, no! Si yo nunca prohibí nada. Sería incapaz. Tú me entendiste mal”.
Me recordó mucho a cierto personaje que hace declaraciones a la ligera, como si no fuera consciente del poder y la influencia que ejerce sobre un amplísimo número de personas. Luego, cuando tras mucha discusión (no siempre civilizada), divisiones profundas, confrontaciones y endurecimiento de los radicalismos, se da cuenta de que sus designios y decires no son factibles porque carecen de fundamento legal o del más elemental pragmatismo, se retracta, se desdice. Las cosas siguen su curso, las leyes naturales y las del hombre hacen lo suyo y la cosa se arregla. Luego, el personaje en cuestión sale y se atribuye todo el mérito de que se haya logrado la conciliación y la situación haya llegado a buen puerto. —“¡Qué!”.
Hay que recordar que la RAE no es ninguna autoridad. Es una academia que hace recomendaciones de dudosa calidad porque dudosa es la manera en que selecciona a sus miembros y dudoso es su método de trabajo.
Como ya hemos comentado, no existe su equivalente para la lengua inglesa. Los hablantes son dueños de su idioma y todos tan contentos.
Y no me opongo a la existencia de la dichosa RAE, pero en honor a la verdad, tiene que ganarse su lugar como árbitro de nuestro idioma, en lugar de apoltronarse cómodamente en la cima de una verticalidad autoritaria que el hablante le otorga en cuanto escucha que no sólo es una Academia, sino que desde el nombre se presume emparentada con la realeza.
A diferencia del señor que le comentaba líneas más arriba y cuyo poder es real, su autoridad se va desgastando a una tasa alarmante y la veremos desaparecer. Es SÓLO cuestión de tiempo.
TE PUEDE INTERESAR: Elon, INE y aluxes, los últimos bochornos presidenciales