Esclavos y cabalgaduras
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Una de las claves que definen la vida y el mundo actual la constituyen las infinitas posibilidades de la comunicación inmediata, en tiempo real. El misil todavía no acaba su carrera destructora en Ucrania y las imágenes del estruendo, las llamas y el humo ya le dan la vuelta al mundo enseñando el horror de la guerra y la potencia del arsenal nuclear. Son infinitos los medios para acceder, captar y mover la información. Las facilidades para su abuso también lo son.
La comunicación y, paradójicamente, la incomunicación son, quizás, los factores que distinguen los modos de vivir y sobrevivir del hombre actual. La comunicación íntima, personal, entre seres humanos, amigos y compañeros, entre la pareja y entre la familia, es sinónimo de vida y fortaleza. En cambio, la no comunicación es señal de decadencia y destrucción.
Igual sucede con la información que se maneja a través de cualesquiera de los medios que la proporcionan. Quien trae teléfono celular en la mano trae al mundo con él, tiene información de lo que sucede a su alrededor y en el último rincón de la Tierra, puede obtener temas de conversación y bases para defender sus posturas personales en cualquier foro de discusión y volverse apto para desenvolverse en cualquier ambiente. La persona que, por el contrario, no posee información de su entorno y su mundo está desconectada, literal y figuradamente. Bien utilizados, esos medios ayudan a la convivencia y la interactividad humanas y pueden ser de beneficio incalculable para la sociedad. Cuando se mal utilizan, ayudan a destruirla. De ahí la gran responsabilidad de los medios impresos y digitales, mismos que gracias a la técnica, la ciencia y la libertad de expresión, manejan y difunden la información.
Lo grave con relación a los medios de comunicación es cuando se abusa de cualquiera de ellos. El teléfono, por ejemplo, se ha vuelto un medio ideal de mercadeo hasta para las mismas compañías que dan el servicio, quienes lo usan asiduamente con el intento de convencer a la gente de que debe cambiar de compañía o para ofrecerle nuevos equipos y nuevos planes de servicio y promociones en premio a la puntualidad de sus pagos y su compromiso con la empresa. Pero que no se pase un día sin hacer el pago porque se declara la guerra de las llamadas, todo el día y a todas horas. Esto sucede también con los bancos, tanto para ofrecer nuevos servicios como para molestar, a veces ni siquiera al titular de la cuenta sino a quien hace muchos años aceptó dar su nombre como referencia de algún conocido para que pudiera obtenerlos. Y ay de usted si le toca que su número telefónico fijo perteneció antes a otra persona que acostumbra a retrasarse en los pagos de su tarjeta: las llamadas buscando a la tal persona, que usted ni siquiera conoce, se suceden minuto tras minuto, inclusive en días inhábiles.
Eso es mal uso de los datos personales de los clientes que posee una compañía de servicios públicos. Eso se llama abuso, exceso, arbitrariedad, atropello, etcétera, y a pesar de estar penado por la ley, nadie se ocupa de castigarlo. Y sumadas a los bancos y a las compañías de servicios de telefonía tenemos ahora todo el día en el teléfono a las empresas encuestadoras, mismas que ya no se molestan en hacer sus preguntas en forma presencial en las calles. Vísperas de año electoral, guerra sin cuartel. Difícil, pero debe haber una forma de detener el abuso de los servicios de telefonía y hacerles ver a las compañías que los proporcionan que podríamos tomar medidas, como lo hizo aquella bíblica burra de Balaam. Cuando ya no pudo resistir el maltrato de su dueño, se paró de pronto a la mitad del desierto y negándose a seguir le dijo a su amo: “¿Por qué me maltratas si soy tu esclava y también tu cabalgadura?”.
Así los usuarios y las compañías telefónicas. Sus clientes somos sus cautivos, llevamos su carga y no podemos prescindir de ellos. Pero al mismo tiempo, sin nosotros, ellos no pueden llegar a ningún lado. Somos esclavos y cabalgaduras. Como la burra de Balaam.