Estados Unidos logró que se permitiera el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero hubo costos
La modesta campaña dio pie a la reacción violenta en contra en contra de la comunidad LGBTQ que vemos en la actualidad
Por Omar G. Encarnación, The New York Times.
Es un momento extraño para los derechos de las personas de la comunidad LGBTQ+ en Estados Unidos. A medida que el país se acerca al décimo aniversario de la legalización del matrimonio homosexual en todo el país, el apoyo a las uniones entre personas del mismo sexo ha aumentado hasta el 70 por ciento del pueblo estadounidense. Pero al mismo tiempo, las personas LGBTQ son objeto de ataques que no se veían desde los tiempos de la infame campaña “Salvemos a nuestros hijos” que Anita Bryant protagonizó en 1977 en contra de los derechos LGBTQ y que describía a los hombres homosexuales como basura humana y pedófilos.
En los últimos años, las legislaturas estatales controladas por los republicanos han prohibido los espectáculos de ‘drag queens’, la atención de afirmación de género para menores y adultos y la enseñanza de orientación sexual desde el jardín de niños hasta el tercer grado, incluida la ley aprobada en Florida llamada “No digas gay”. El pánico generado por el “grooming”, o engaño pederasta, un insulto homofóbico que se aprovecha de los peores temores de la gente con respecto a las personas homosexuales y los niños, es importante.
Incluso el dictamen emitido por la Corte Suprema en 2015 en el caso Obergefell contra Hodges, que legalizó el matrimonio igualitario en todo el país, está bajo ataque. En 2020, los magistrados Samuel Alito y Clarence Thomas cuestionan la legalidad del dictamen, que aún podría acabar igual que el de Roe contra Wade. La Ley de respeto al matrimonio, que promulgó el Congreso en 2022, no convirtió el fallo en ley y proporcionaría escasa protección.
Está claro que la igualdad matrimonial no fue suficiente para lograr la plena igualdad de los estadounidenses LGBTQ. Tal vez sería ilusorio pensar que podría serlo. Pero la campaña a favor del matrimonio homosexual fue una gran oportunidad desaprovechada para ampliar la igualdad LGBTQ. En comparación con sus homólogas extranjeras, la campaña estadounidense destacó por una cosa: la extraordinaria modestia de su planteamiento.
El planteamiento era suficientemente bueno como para convertir el matrimonio homosexual en ley nacional. Sin embargo, al no defender de forma más ambiciosa la igualdad en todos los ámbitos, como hicieron otros países, la campaña limitó el poder transformador del matrimonio igualitario y dio pie a la reacción violenta actual.
La campaña, inspirada en la lucha del movimiento por los derechos civiles que buscaba la igualdad ante la ley (que además se analizó durante casi dos décadas hasta el veredicto de 2015) se articuló en torno a los derechos y las prestaciones. Se centraba en los derechos que se les negaban a las parejas del mismo sexo, como las deducciones fiscales, las disposiciones sobre herencias y los privilegios de visita hospitalaria.
Pero el mensaje resultó contraproducente, pues se interpretaba como estéril, materialista y poco convincente. También suscitó la crítica de que los homosexuales estaban comparando su lucha por el matrimonio con la lucha contra la discriminación racial de los afroestadounidenses. Otro mensaje, centrado en el amor y el compromiso, se lanzó al final de la campaña para demostrar que las parejas del mismo sexo querían casarse por las mismas razones que las heterosexuales.
Sin embargo, ninguno de los dos mensajes defendía la igualdad de la comunidad LGBTQ más allá de abogar por la apertura de la institución del matrimonio a las parejas del mismo sexo. En su mayor parte, los defensores del matrimonio igualitario no defendieron la moralidad de las uniones homosexuales. Tampoco refutaron la afirmación de la derecha cristiana de que el matrimonio gay era una amenaza para la familia y la libertad religiosa.
No hay duda de que la ampliación de los derechos matrimoniales a las parejas del mismo sexo fue un gran paso para la sociedad estadounidense. Pero no exigía que los estadounidenses cuestionaran sus premisas fundamentales sobre las personas LGBTQ. Y a pesar de su modestia, la campaña no evitó la respuesta negativa ni la sensación entre activistas y legisladores conservadores de que atacar a las personas LGBTQ supone poco riesgo.
Había maneras distintas de enmarcar la lucha por el matrimonio entre personas del mismo sexo, como lo demostraron otros países. Por ejemplo, en España, los activistas por el matrimonio igualitario emprendieron una cruzada para obtener la ciudadanía plena e hicieron hincapié no solo en los derechos y las prestaciones, sino también en la dignidad y el respeto. También plantearon el matrimonio gay como una redención moral de las injusticias históricas contra gays y lesbianas que se remontaban a la quema de “sodomitas” en la hoguera durante la Inquisición española.
Este ambicioso marco preparó el terreno para que hubiera una ley de matrimonio homosexual en 2005 que convirtió a España, como informó The New York Times, en “la primera nación en eliminar todas las distinciones legales entre uniones homosexuales y heterosexuales”. También inició un franco debate sobre el estado de las minorías sexuales en la sociedad española y convirtió a España, históricamente un remanso social, en el país que más acepta la homosexualidad. Su resonancia entre los ciudadanos españoles también sirvió para amortiguar la reacción de uno de los estamentos católicos más poderosos de la cristiandad.
En otros países tan diversos como Argentina, Canadá, Brasil, Sudáfrica e Irlanda se pueden encontrar ecos de la campaña pionera del matrimonio entre personas del mismo sexo de España. En todos ellos, el matrimonio igualitario se enmarcó como una cuestión moral más que jurídica. Brasil destaca porque, al igual que en Estados Unidos, el matrimonio homosexual fue legalizado por los tribunales pese a la férrea oposición de los líderes evangélicos. Los activistas LGBTQ brasileños argumentaron que las uniones entre personas del mismo sexo podían considerarse uniones estables, una categoría de relaciones que la Constitución brasileña considera equivalente al matrimonio en reconocimiento de una tradición de cohabitación fuera del matrimonio en la historia de Brasil.
Pero la campaña brasileña sostuvo también que la ampliación de los derechos matrimoniales a las parejas del mismo sexo estaba en consonancia con las aspiraciones en materia de derechos humanos que Brasil se fijó tras su transición a la democracia en 1985. Desde que se legalizó el matrimonio igualitario en 2013, el planteamiento de los derechos humanos ha resultado convincente para el Supremo Tribunal Federal de Brasil, lo que ha dado lugar a sentencias históricas sobre los derechos de las personas transgénero y la criminalización de la homofobia.
Desde luego, no podemos esperar que lo ocurrido en el extranjero se reproduzca en casa. En España y Brasil, los activistas del colectivo gay aprovecharon las historias de opresión y violencia contra las personas LGBTQ para crear mensajes morales convincentes. La campaña española se desarrolló en medio de un reconocimiento nacional de las atrocidades de la guerra civil española y la dictadura franquista, que incluyó el envío de gays y lesbianas a campos de “reeducación”. La campaña brasileña tuvo como telón de fondo una epidemia de asesinatos de gays y lesbianas conocida como homocausto que los activistas de este colectivo afirman que cobró más de 300 vidas de personas LGBTQ todos los años a partir de mediados de la década de 1980.
Pero el hecho de que las condiciones que rodearon la lucha por el matrimonio igualitario fueran distintas en el extranjero no significa que los activistas del colectivo LGBTQ estadounidense no tengan nada que aprender. Al fin y al cabo, la guerra cultural por el matrimonio homosexual en países como España, Brasil e Irlanda se ganó con movimientos por los derechos de los homosexuales más pequeños y menos experimentados que el de Estados Unidos y contra adversarios del tamaño de la Iglesia católica y el movimiento evangélico.
Los activistas homosexuales estadounidenses harían bien en reorientar su activismo, pasando de un enfoque basado en los derechos, con su énfasis en los litigios, a otro más orientado a la ciudadanía y la dignidad. También les convendría adoptar una mentalidad más ambiciosa e idealista, orientada de lleno a la persuasión pública. La modestia tiene sus virtudes, por supuesto. Pero cuando se trata de luchar por la justicia y la igualdad, conviene ir a lo grande y apuntar alto. c.2024 The New York Times Company.