¿Estamos solos o acompañados?

Opinión
/ 18 enero 2025

Los años cincuenta del pasado siglo fueron de platos voladores. Todo mundo vio alguno. Entonces no había ovnis, ni ufos. Había nada más platos voladores. En Saltillo la gente llamaba todos los días por teléfono a “El Diario”, y le contaba a don Benjamín Cabrera la aparición -sobre el Cerro del Pueblo, invariablemente-, de uno de aquellos platos voladores, y a veces de la vajilla entera.

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Había obsesión por los platívolos (así se llamaban también). Los jovenzuelos nos divertíamos formando un pequeño grupo en alguna esquina del centro, Aldama y Padre Flores, por ejemplo, y señalando un punto en la bóveda celeste al tiempo que decíamos con simulada excitación:

-¡Ahí, ahí! ¡Míralo!

De inmediato se formaba una pequeña multitud ansiosa de contemplar el inexistente platillo volador. Alguna vez logramos que se interrumpiera el tránsito y se formara un embotellamiento, cosa ahora de todos los días. Y de todas las horas.

He recordado eso a propósito de aquella formidable noticia -opacada en su tiempo por el último desliz erótico de algún político o artista- de que un objeto construido por el hombre, el robot llamado Spirit, había aterrizado en la superficie de Marte. Dije “aterrizó”, y dije bien. Algunos escribidores puntillosos han dicho que el verbo “aterrizar” debe usarse únicamente en relación con el planeta Tierra, o con la tierra de que está hecho. Se equivocan. Puede decirse “aterrizar” incluso hablando de un hidroplano que se posa sobre la superficie del mar, o de algún río o lago. Existe también “amarar” o “amarizar”, claro, y en este caso su uso sería mejor y más preciso, al menos tratándose del mar, pero “aterrizar” no se descarta. En efecto, la última edición del diccionario de la Academia define “aterrizar” en la siguiente forma: “Dicho de un avión o de un artefacto volador cualquiera (el Spirit, por ejemplo, añado yo): Posarse tras una maniobra de descenso (eso de “tras una maniobra de descenso” sale sobrando, digo yo también, pues mal podría posarse tras una maniobra de ascenso), sobre tierra firme o sobre cualquier pista O SUPERFICIE que sirva a tal fin”. (Las mayúsculas son mías). Si el agua tiene una superficie, y si el suelo de Marte es una superficie, entonces no será barbaridad decir que el hidroplano aterrizó, o que aterrizó en Marte el robot Spirit. No vamos a decir “amartizar” tratándose de Marte, pues algún día tendríamos que decir “ajupiterizar”, que se oye retefeo. En fin, cosas de nuestro lenguaje, tan bonito y al mismo tiempo con tantos meandros, como dijo Adolfo Angelli.

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Lo del Spirit me lleva otra vez a la cuestión de si estamos solos en la infinitud del Universo. Ésa es pregunta muy estremecedora, pues resulta difícil decir qué es más inquietante, si el pensamiento de estar solos en la vastedad del cosmos o la posibilidad de estar acompañados. Alguien ha preguntado: si hay otros seres en el espacio, como esos que supuestamente tripulan los platillos voladores ¿por qué no han bajado a la Tierra? Yo le contesto: si vieras tú desde el espacio lo que se mira aquí: guerras, violencia, contaminación, ¿bajarías? De pendejos se pasarían los marcianos, con perdón sea dicho. Además, si uno de sus platívolos descendiera en cualquier población de México seguramente sería asaltado por una turba que vociferaría: “¿Se lo cuido? ¿Se lo lavo? ¿Le limpio el vidrio?”.

Pobres marcianos: a lo mejor son ellos los que prefieren estar solos, aun sabiéndose acompañados por nosotros en el Universo. Quizá llegó el Spirit y todos los marcianos se fueron corriendo al otro lado de su planeta para no ser vistos ni perturbados por esas criaturas tan inteligentes y tan estúpidas: los humanos.

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