Se mira relampaguear...
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Se le van acabando los pretextos a don Nicolás. Cada vez tiene mayor dificultad para hallar justificante a su pereza
Don Nicolás vive en las afueras de Ramos Arizpe. Tiene una pequeña labor por el rumbo de la salida a Monterrey. En esa tierrita siembra chile.
Don Nicolás no parece de Ramos. Quiero decir que no es trabajador. Los hombres de Ramos Arizpe son muy laboriosos (y las mujeres más). Don Nico es la excepción a esa regla. Y yo no se lo tomo a mal: bien vistas las cosas, al no trabajar expresa su profunda confianza en la Divina Providencia. Si las flores del campo no hilan, y a pesar de eso el Señor las reviste de galas mejores que las de Salomón; si las aves del cielo no siembran ni cosechan, y aun así el Creador les manda su alimento ¿por qué entonces don Nico tiene que trabajar? Ya Dios proveerá.
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La esposa de don Nicolás no sabe apreciar la fe de su marido en la bondad divina. Ella quisiera verlo trabajar. Le pide que vaya a la labor, a ver cómo va el chile, pero don Nico retrasa la visita con pretextos peregrinos: debe oír las noticias para saber si hay guerras en el mundo; espera información secreta de Saltillo acerca de cosas de la política local; es el aniversario de la muerte del gran piloto aviador Emilio Carranza, y sería grave desacato trabajar en fecha tan solemne.
-Nicolás −le dice de continuo la señora−. ¿Por qué no te vas a trabajar?
-Mujer −responde él dándole otro sorbito a su café−. A nadie le falta Dios.
Y es cierto. Sólo que en este caso la obra de Dios es completada por la esposa de don Nicolás, que se la pasa todo el día haciendo tamales para vender. Si no fuera por esos tamalitos, la Divina Providencia habría tenido problemas para acudir en auxilio de don Nico y poner sobre su mesa el puchero nuestro de cada día.
-Nicolás: ¿por qué no te vas a trabajar?
Y don Nico responde: se cumple un año más de la promulgación del dogma de la Inmaculada Concepción; es martes, día de mal fario: en martes, hace 40 años, su compadre fue a desyerbar su milpa y se hirió con el azadón en el pie izquierdo. O si no: ¿trabajar hoy, día del equinoccio de primavera?
Pero se le van acabando los pretextos a don Nicolás. Cada vez tiene mayor dificultad para hallar justificante a su pereza. Un día, sin embargo −más bien una noche− encuentra una maravillosa excusa para no ir a trabajar al otro día: está relampagueando juerte p’al rumbo de su labor. Seguramente lloverá esa noche y el campo amanecerá anegado. ¿Qué caso tiene ir?
A la noche siguiente −¡bendito sea Dios!− vuelve el relámpago.
-Míralo, vieja. Ahí está la tronazón, que no me dejará mentir.
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La señora se asoma y, en efecto, mira a lo lejos el resplandor. Relampaguea, sí. Relampaguea una y otra vez.
Aquel providente relámpago se repite noche tras noche, sin fallar. Y día tras día lo toma de pretexto don Nicolás para no ir a trabajar. ¿Qué caso tiene? Con tanto relámpago de seguro la labor está inundada.
Y don Nico se está en la cama muy contento por no tener que ir a trabajar al día siguiente. En el nuevo aeropuerto de Ramos Arizpe el faro recién instalado da vueltas y vueltas. Visto desde el pueblo su resplandor parece el de un relámpago.