Experiencia y práctica

Opinión
/ 11 febrero 2024

Tuve dos experiencias que transmito no porque sucedieron, sino por lo que significan política y socialmente. En una reunión de gente acomodada se habló muy mal del Presidente, como es costumbre. Me restrinjo a lo que pasó. Surgió el tema del dinero que la federación (no el ejecutivo) otorga a la gente vieja, como yo, a los impedidos, a las madres solteras, a estudiantes y a otros.

No acostumbro opinar en tales reuniones; siempre me atacan y se burlan de mí por mi ingenuidad. Un joven me preguntó si yo recogía ese dinero y el que llegará por adelantado. Dije claramente que no lo cobraba, aunque me sobra la edad. Hubo un silencio que podía cortarse con cuchillo. Alguien dijo que era un pendejo; el joven añadió que debería recogerlo porque, con seguridad, alguien lo cobraría. Argumenté que eso era imposible, porque nadie se llama como yo, ni vive en mi casa, ni tiene mi credencial o mi CURP ni mi foto. ¡Se rieron! Cerré diciendo que tengo un salario aceptable y no creo necesario ser aprovechado.

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La otra experiencia fue más rara. Salía yo de Alsuper de López Zertuche con una bolsa en la mano, y un vejete, absolutamente desconocido, me preguntó si ya había cobrado la asignación, porque ahora venía muy amplia. Le dije lo mismo de arriba, que no cobraba. Me dijo: cóbrela y me la regala. Él bajó de un coche, así que no era un menesteroso. Le dije que en la calle de Acuña veía a ancianos (como yo) haciendo filas interminables y que no me daba la gana hacerlo. Me largó: “es usted un pendejo” (¿otra vez?) Le di la espalda.

El título del artículo es referencia a un ensayo de Michel de Montaigne. Lo cito: “aunque no haya sido educado tanto como se pudo para la libertad y la indiferencia, lo cierto es que, por abandono, habiéndome envejecido y reprimido más sobre ciertas formas (mi edad está fuera de tiempo para educarse y desde ahora no tiene que contemplar otros fines que mantenerse), la costumbre ya ha impreso en mí, sin pensarlo, profundamente, su carácter”.

Se discute por qué se entrega la misma cantidad a todos, pobres o ricos: la respuesta es sencilla, porque así lo propuso el ejecutivo. Aclaro, para tranquilidad de quienes expresan tanto odio, que ese dinero y las reglas son ahora parte de la Constitución, acordada por el Congreso. Así que regreso a Montaigne: “Las leyes mantienen su crédito no porque sean justas sino porque son leyes. Es el fundamento místico de su autoridad”. Así que les ruego que los que quieran, gocen de lo que les otorga la ley. ¡Y a mí no me jodan!

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No sé bien por qué me vino a la memoria un escrito de Mao Tsé Tung, a quien leí en mi juventud. Vivió la gran masacre de 100 mil comunistas en 1921 y fue encarcelado. Mao era profesor y tenía un estilo didáctico. Su textito se llama “De la Práctica” en que decía que las lecturas, títulos o retórica no dicen nada de alguien sino su práctica, la que denota lo que es y vale alguien. Montaigne escribió en la década de 1580; Mao en 1927, mucho antes de tomar el poder en China (luego se volvió asesino).

Retomo los dos conceptos: experiencia y práctica. Todos hablan de democracia, pero no permiten que piense con base en mi experiencia y mi práctica. ¡Su mentada democracia no me la aplican!, porque no son demócratas.

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