Experimentar la danza desde la fenomenología

Opinión
/ 3 julio 2023
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Hace algunos años escuché por primera vez el término fenomenología de la danza, sin embargo nunca supe realmente de qué trataba, ni en concepto, ni en la práctica. Hoy, gracias a la Cátedra Gloria Contreras de Danza UNAM y su seminario permanente de Fenomenología de la Danza, dirigida por Raissa Pomposo de la mano de la productora Adriana Dowling, es que comienzo apenas a vislumbrar qué es, de dónde se sostiene y quiénes son aquellos seres que han impulsado su investigación y aporte, para hacer posible que más nos acerquemos a su comprensión y esto genere un efecto en quienes participamos y cómo participamos del mundo de la danza.

Percibo la danza como un impulso que proviene de lo más profundo de nuestro ser, el impulso rítmico de la vida. Nuestro cuerpo está conformado por millones de células que pulsan para mantener la materia que en unión llamamos cuerpo y nos contiene, separados pero perceptivos de nuestro entorno. Este cuerpo cuenta con un sistema nervioso central, el cuál nos ayuda a recabar-percibir toda la información a través de nuestros sentidos, y donde el cerebro es el órgano más grande de este sistema, el cual nos permite procesar y clasificar la información que hemos recabado con nuestro cuerpo. Así también es que vamos grabando información en cada una de las células que nos componen, con ayuda de la amígdala y el hipotálamo, ubicados en el sistema límbico, ambas importantes para nuestra supervivencia, respuestas corporales y valoración del significado emocional de las experiencias.

Todo esto es importante porque es el proceso con el que vamos construyendo nuestra percepción del mundo, del yo, de los otros, de mi cuerpo-materia-espacio. Esto es importante para la danza, porque la danza se sirve de la corporalidad, y la corporalidad, de la conciencia que estructuramos a través de la experiencia. Entonces todo aquel fenómeno que ocurre alimenta nuestra danza a través de la percepción.

$!La danza se sirve de la corporalidad, y la corporalidad, de la conciencia que estructuramos a través de la experiencia

Mis primeras experiencias en la danza, fueron desde una práctica técnica, donde la relevancia de la forma se superpone al fondo (a la esencia). Al pasar de los años me alejaría de ese campo para adentrarme al mundo de la danza experimental, dónde bajo la dirección de Lola Lince, vivíamos una práctica que incluía danza butoh, expresionismo alemán e improvisación.

La danza entonces adquirió otra dimensión, había un trabajo de tonalidades musculares y energías habitadas, la literatura era una constante compañera que repercutió en el cuerpo, tanto en sonido como en contenido, ejemplo de ello los haikus trasladados al cuerpo. Entonces la danza requería de algo más que la forma, requería de la experiencia viva del cuerpo, en búsqueda de una presencia total, en el aquí y ahora de la acción.

Otro de los elementos fundamentales era el tiempo-espacio, como moldeamos ese espacio a través de nuestros cuerpos, como nuestros conceptos de la vida, el mundo, el otro, yo mismo, expresaban y moldeaban lo que Peter Brook llama “el espacio vacío”. Ese espacio donde Phainen es posible hacerlo visible, desprendiéndose desde mi corporeidad de forma intencionada.

El escenario sería entonces la vacuidad, dónde el fenómeno de la experiencia de las esencias, es visible, y la danza es la construcción del lenguaje corpóreo en conexión con el mundo externo, pero también con mi mundo interno, entonces surge la necesidad de nombrar a la experiencia, conceptualizar y así la manifestación del mundo a partir del nombre (mundo de vida) lo que Husserl llamaría Lebenswelt.También es importante mencionar lo que denominaba noema, que es estructura, y esta estructura le da forma a nuestra consciencia a través de la experiencia.

Entonces podemos decir que un cuerpo en estado de danza, es el eidos que se manifiesta en un cuerpo que se revela al tiempo en un eterno presente, creándose y desvaneciendo, como la vida-muerte, modificando la realidad para alcanzar la conciencia pura o trascendental (epojé).

¿Qué hay de aquella danza que no es escénica?, la que ocurre constantemente en la vida cotidiana y es descubierta sólo a través de unos ojos dispuestos a observar y con un conocimiento preexistente, como diría el lema platónico “conocer es recordar”.

Finalmente después de un tiempo en la compañía de Lola Lince, y con toda aquella nueva visión que me había regalado sobre la danza, comencé una vida nomádica, que poco a poco me ha permitido un entrenamiento técnico y continuo, entonces la vida misma era la danza, todo aquello en la naturaleza y su movimiento era el recordatorio: que la danza existe por sí misma, porque es la vida que pulsa.

En las dunas del Sahara, con sólo tocar con un dedo la arena, generaba partituras de movimiento que se desvanecen suave y continuo, o las hojas del bambú cayendo en espirales provocadas por el viento en un atardecer rosa a contraluz.

Todos aquellos espacios se volvieron invitación a danzar con plantas, rocas, agua, nieve, arena, espacios arquitectónicos que me moldeaban y obligaban a contestar desde el cuerpo de forma honesta y sin pretensión a aquellas energías, fuerzas o texturas. Y el mundo se iba creando de una forma nueva, los conceptos vividos y materializados en el cuerpo, abrieron paso a una nueva práctica.

Jean-Luc Nancy, menciona en su obra el intruso, dos preguntas vitales: ¿qué vida prolongar? y ¿con qué finalidad?. Creo que en nuestra práctica y servicio a la danza, tendríamos que cuestionarnos lo mismo, de todo aquello que he vivido ¿qué vale la pena prolongar? ¿y con qué finalidad?

Hoy la fenomenología de la danza me abre un nuevo mundo, el del movimiento-pensamiento, la filosofía de lo corpóreo, el espíritu experimentado de las esencias y el deseo por intentar conceptualizar-experimentar-encarnar lo que le da vida a mi ser, la danza.

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