¿Qué es lo real? La definición de diccionario indica que es todo aquello que existe en un sistema, en contraposición con lo imaginario. Por supuesto, distinguir lo real de lo imaginario muchas veces es más difícil que invocar una definición. En ocasiones la realidad supera la ficción, en ocasiones la ficción se cerca bastante a lo real. Con esta ambivalencia es con lo que juega la autoficción, la tercera forma en la que el teatro mira hacia lo real.
La autoficción es ese punto en que la autobiografía y la ficción se unen. Implica un replanteamiento de la realidad que se recubre con ficción, de forma que resulta difícil diferenciar una y otra. Esto es más perceptible desde la óptica del creador, pues solamente éste es capaz de conocer detalladamente el trabajo de fusión con la ficción y reconstrucción “adornada” de la realidad que se está haciendo.
La verdad es que la autoficción, cuando está bien hecha, solamente puede ser percibida como tal por el espectador que ha sido informado de la naturaleza del proyecto con anterioridad o que conoce muy de cerca al creador. De otro modo, bien podríamos acabar pensando que se trata de teatro documental o de un biodrama. No es que no lo sea en parte, pero es que a la autoficción también le gusta recordarnos que las cosas pueden o no ser lo que parecen. Vaya, que al final este género podría desencadenar toda una discusión filosófica sobre la realidad misma.
Aunque aplicado también en el género dramático, el término autoficción viene de la narrativa. Serge Doubrovsky acuña el término en 1977 al escribir su novela Hijos, una “ficción de acontecimientos estrictamente reales”. En el teatro, uno de los referentes principales es el dramaturgo y director franco-uruguayo Sergio Blanco, cuya obra más conocida es Tebas Land, que también ha sido representada en nuestro país.
Contada desde el punto de vista del autor, Tebas Land relata la historia e interacciones con Martín Santos, un joven parricida a quien supuestamente conoce el dramaturgo. Armado con un gran archivo documental imaginario, el narrador nos expone un caso que – quizás por la familiaridad que tenemos con el documental – poco se ve cuestionado por el público en cuanto a su veracidad. Por el contrario, la presencia en carne y hueso del que nos dice que ha vivido en carne propia el suceso no hace más que reafirmar nuestra creencia en los “hechos reales” que se nos presentan.
Si al biodrama se le podía relacionar más claramente con el teatro documental, a la autoficción podemos emparentarla entonces con el falso documental. Éste que no necesariamente tiene la intención de engañar, sino de potenciar la realidad y de jugar precisamente con una cuestión que ya habíamos planteado en las entregas anteriores: una vez que sale de la cotidianeidad, la realidad puede ser tanto o aún más extraordinaria que la ficción.
En general, las teatralidades que trabajan con lo real enfocan su atención en el funcionamiento del dispositivo teatral una vez que la cuarta pared y la ficción se resquebrajan; la autoficción en particular, centra su atención en el funcionamiento del acuerdo del autor y del actor con el espectador en relación con lo que se piensa real. En verdad, la palabra autobiografía en la raíz de su concepto no es más que un anzuelo para iniciar el juego.
La reflexión sobre el tema me lleva inevitablemente hacia la ética del enfoque. ¿Es justo para el espectador el pasar una o dos horas pensando que algo es real para luego enterarse que no lo es tanto? Depende, creo, del manejo que el creador haga de la pieza y de la información que se le de al espectador. Me parece importante no dejar ir a la gente sin informarle que los hechos “reales” presentados fueron parcialmente adornados, así y el descubrimiento de tal detalle se dé solamente al final del evento. No queremos, después de todo, aumentar la desinformación. Aclarado ese asunto e independientemente del tema y puramente a partir de su naturaleza, me parece que la autoficción ofrece una interesante reflexión para el espectador: no es sólo que a veces la realidad llegue a superar a la ficción, es que la propia realidad en ocasiones puede ser altamente manipulable.