Facultad de Jurisprudencia: donde está el derecho, hay sociedad (Ubi jus, ibi societas)

Opinión
/ 29 septiembre 2024

El camino por los corredores del campus universitario de V. Carranza, de la entonces Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), tenía como destino acudir al curso propedéutico que en mi nueva escuela, la Facultad de Jurisprudencia, impartiría Alejandro Santiex sobre trabajo en equipo. Bajé apresurado del autobús y me introduje en un edificio solariego, con ventanas limpias, pasillos relucientes, aulas construidas en ángulo descendente para mejorar la acústica y el enfoque, tanto de alumnos como del catedrático y, lo más sorprendente, que durante los cinco años posteriores el edificio lució siempre impecable.

El inicio de clases, el 4 de septiembre de 1979, arrancó con una ceremonia en el auditorio dedicado al Lic. Guerra y Castellanos, con la asistencia del rector y maestro don Óscar Villegas Rico, el director don Isauro Fraustro y los catedráticos, todos abogados, a excepción de don Adalberto E. Guillen, quien impartía la cátedra de contabilidad. Un “Club de Toby”, que no admitía niñas, todos ataviados con toga negra y birrete, presentados uno a uno, sólo tomé nota de aquellos que me darían clase en primer año.

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La antigua escuela de leyes, llamada peregrina por Villegas Rico, había transcurrido su caminar por varios edificios hasta que, en los años sesenta, el gobernador Fernández Aguirre la dotó de un sitio majestuoso.

Pronta fue la introducción al grupo “B” y también expeditas las tradicionales barriladas que se organizaban con motivo de la propaganda de las planillas a ocupar la mesa directiva de la sociedad de alumnos, que se organizaban en la explanada de la cafetería con sendos barriles de Carta Blanca o Cruz Blanca (una cerveza exquisita de Ciudad Juárez) y un fara-fara que amenizaba el baile, para lo cual eran invitadas alumnas de Ciencias Químicas para completar las parejas.

Testigos de los ríos de sabiduría jurídica de los grandes maestros de la facultad, cada uno de los alumnos supimos navegar, nadar o hundirnos por entre los intrincados manglares del derecho civil, de las obligaciones, del penal, amparo, constitucional, administrativo, laboral o el necesario derecho romano, pasando por lo intangible de la teoría del estado, la sociología o la filosofía del derecho.

Las leyendas ocupaban los rumores pasilleros, como que “si tal abogado que nos daba clase nunca había perdido un caso” o lo que un compañero le había contestado a don Antonio Gutiérrez Dávila cuando este le pregunto por qué no podían casarse entre ellos, contestando: “es que usted es casado, maestro”, provocando la risa del grupo. (Hoy ajeno a esa circunstancia, válgame dios).

Tiempos álgidos vivimos en dos años: mayo de 1981, cuando después de las elecciones para la dirección la escuela fue ocupada por varios compañeros (as) en protesta, viviendo momentos de tensión debido a una ronda de mariguanos contratada por un funcionario de gobierno que se dedicó a golpear compañeros, lo anterior en el escenario de la renuncia del gobernador del Estado y en las elecciones para rector en 1984, cuando nuestra facultad fue tomada de nueva cuenta por las huestes de un candidato derrotado.

En el inter entre 1979 a 1984, empapados de conocimientos, juegos, risas, repasando fichas, subrayando libros o copias de estos, divirtiéndonos y, sobre todo, estableciendo nuestro proyecto de vida profesional, los de mi generación que cumplimos 40 años de egresados, seguro tenemos muy claro que resultó cierto que sin derecho es imposible la vida en sociedad y, por ende, sin orden.

A reserva de pedir disculpas por alguna omisión, citaré a los maestros de la época: Óscar Villegas Rico, Isauro Fraustro, Valeriano Valdés, Antonio Gutiérrez Dávila, Antonio Flores Melo, Antonio Berchelmann, Luis Hernández Elguezabal, Francisco Yáñez, Juan Manuel Aguirre, José Fuentes, Mariano Fuentes, Luis Fernando García, Manuel Cavazos, Javier Cedillo, Juan Antonio Silva, Rolando González, Ramiro Dávila, Manuel B. Martínez, Francisco Javier Almaguer, Luis M. Aguirre, Javier Treviño, Agustín de Valle, Adalberto Guillen, José Agüero, Luis Salazar, Felipe Sánchez, Luis Treviño y...

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A la distancia de 40 años y el retorno hace unos días para festejarlo, mi escuela luce distinta en su mejoría y con más oferta académica, sin embargo, el espíritu de mis maestros fallecidos ahí yace y, sin duda, fue notado por mis colegas porque cada vez que muere un abogado, algo de orden se pierde en el mundo.

Larga vida a la Facultad de Jurisprudencia, nosotros como el poeta azteca: “como una pintura nos iremos borrando”, sin embargo, la justicia y su patrimonio desnudo, como lo definió Yáñez Armijo, seguirá rigiendo las obras del hombre, su destino y salvación, porque esta viene de Dios. Con respeto ha sido dicho.

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