Galardón a Elena Reygadas, una buena noticia entre tantas calamidades
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“Con que cómanos, bébanos y cójanos, aunque no trabájenos”. Expresión más mexicana, y más dicha al modo mexicano, será difícil encontrar. Y sin embargo podría hacerla suya Epicuro, filósofo ateniense, quien sostenía que el bien supremo que se debe procurar es el placer, porque después de esta vida ya no hay otra, y debemos por tanto gozarla a plenitud. Enseñaba que no hemos de temer a la muerte, pues cuando nosotros estamos ella no está, y cuando ella esté nosotros ya no estaremos. Sostenía que los mitos religiosos sólo sirven para coartar la felicidad de los humanos, en quienes pone miedos, tristezas y amarguras. Esas doctrinas escandalizaban, y hubo quien habló de “la piara de Epicuro” para referirse a sus discípulos. Y sin embargo el filósofo vivía con sencillez, y daba gracias a la naturaleza por haber hecho baratas las cosas necesarias, y caras las que no necesitamos. En lo que a mí respecta, aplico la fórmula de la felicidad que solía recitar papá Chema, abuelo materno mío: “Beber sin emborracharse. Amar sin sufrir pasión. Comer sin indigestarse. Con nadie nunca pelearse. Y a veces desbalagarse, pero con gran discreción y sin desacreditarse”. Mis placeres han sido siempre sencillos, no por razonamiento filosófico, sino por racionamiento económico. En tiempos de la juventud anduve siempre inargento e impecune, como decía el maestro Zertuche para referirse a la falta de dinero. Luego los deberes de la paternidad me hicieron practicar la virtud de la moderación. Siempre gusté, no obstante, los placeres de la mesa. Procuré aprender a comer bien porque supe que la gula sería el último pecado de la carne que podría cometer. Pero detesto esos restoranes que te sirven, envuelto en una hoja de perejil, en un enorme plato de forma trapezoidal, cuadrilonga o romboidal, un trozo de carne del tamaño de la uña de tu dedo meñique, y luego te cobran por él mil 500 pesos. Explotar la vanidad de la gente deja casi tanto dinero como explotar sus miedos. A lo que voy es a mencionar una noticia buena en medio de tantas calamidades. (Ya se anunció la próxima obra de la 4T: el mitin del primero de julio en el Zócalo). La buena nueva es que una mexicana, Elena Reygadas, obtuvo el galardón como Mejor Chef Femenina del mundo. Eso constituye un gran orgullo para México, que tiene una de las más ricas y variadas cocinas del planeta, obra de nuestras mujeres. Ahora ellas, a través de la presea a Elena, obtienen también reconocimiento universal. Reciba la creadora de Rosetta el aplauso de este gran comilón que soy yo, y una felicitación por su presea, que es homenaje a la gastronomía mexicana y a quienes –hombres y mujeres por igual– hacen de ella uno de los mayores goces que en nuestro país se pueden disfrutar. Enhorabuena... “¡Mesero! –se quejó el comensal–. Esta carne tiene muchos nervios”. “El caballero debe comprenderla –respondió el sujeto–. Es la primera vez que se la van a comer”... La mamá de la recién casada le preguntó a su hija: “¿Le gusta a tu marido la comida que haces?”. “Sí, mami –replicó la chica–. Cuando llega del trabajo siempre es la segunda cosa que me pide”... El camarero del elegante restorán le preguntó, obsequioso, al cliente: “¿Cómo encontró el señor su filete?”. Respondió, molesto, el parroquiano: “Levanté una papa y ahí estaba”... Aquel lugar era de esos donde comes rico, pero sales pobre. El señor que cenó ahí con su esposa le dijo a su señora: “Ahora nos van a traer la especialidad de la casa: la cuenta”... La novia hizo la cena. Su mamá le preguntó al galán de su hija: “¿Es lo primero que prueba usted hecho por mano de Laurelia?”. Respondió él: “De comer, sí”... FIN.
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