Gratitud para volver mejor al mundo

Opinión
/ 8 noviembre 2021

El ingrato traiciona lo más sagrado que puede haber entre los seres humanos: la confianza

Mi gratitud a mis maestros Pedro Morales Pequeño y Luis Diaz Durán, por esos sábados inolvidables.

Dice el Papa Francisco “no dejemos de agradecer: si somos portadores de gratitud, también el mundo se vuelve mejor. Quizá sólo sea un poco, pero es lo que basta para transmitirle un poco de esperanza. El mundo tiene necesidad de esperanza y gratitud. Todo está unido y conectado, y cada uno puede hacer su parte allá donde se encuentra”.

¿Será necesario?

Existen personas que son capaces de agradecer por lo que tienen y por lo que no tienen, estas entregan al mundo lo mejor de ellas mismas, mientras que, también, las hay que no saben ser agradecidas con la generosa vida, ni con las personas que les han ayudado a crecer. Estas últimas nunca están conformes con nadie ni con nada: siempre les falta algo, aún cuando esa carencia sea pequeñísima, siempre son miserables con la gratitud; son las que, gratuitamente, han recibido noventa y nueve monedas, pero se niegan a ser agradecidas con el generoso, sencillamente, por no haberles obsequiado una más.

Bien decía San Francisco de Asís: “¿Será necesario encontrar a alguien que sufra más que uno para aprender a dar las gracias por lo que uno tiene?”.

Glotón

Existe una fábula que describe a un lobo insaciable al que se le atascó un hueso en la garganta mientras comía. Viéndose en semejante situación, rogó con mil promesas de futura gratitud, a una cigüeña que se lo extrajera para evitar así la muerte.

Oye –le dijo– tú que tienes un pico muy largo, bien podrías quitarme este hueso que me ahoga. Hazlo por favor, que yo siempre sabré recompensar tu servicio.

Conmovida la cigüeña por las súplicas del lobo y confiada en sus promesas, le sacó el hueso con suma habilidad, y luego, terminada la operación, le pidió un pequeño servicio, a lo cual, el lobo mostrándole los feroces dientes contestó:

¡Cuán necia eres tu cigüeña! Después de que he tenido tu cabeza entre mis dientes, ¿aún me pides premio mayor que el perdonarte la vida y dejarte libre para contar que pusiste tu vida entre mis dientes?

Ante la insólita respuesta y para evitar mayores desengaños, la cigüeña se marchó sin decir nada.

Lepra

Esta fábula evidentemente habla de la ingratitud, de esa lepra del alma que hoy parece enfermar al corazón del ser humano moderno haciéndole actuar inhumanamente en diversos ámbitos de su vida.

El diccionario español define a la ingratitud como “el olvido o desprecio de los beneficios recibidos”, en el idioma inglés a este significado se le añade la palabra “cruel”, y tiene razón porque no hay algo peor y más despreciable en el ser humano que la ingratitud.

En la mayoría de las sociedades, independientemente de su religión o sistema social, una de las peores ingratitudes es la de los hijos hacia sus padres, ese desagradecimiento es, indudablemente, antinatural. Justamente, basta recordar una de las más importantes parábolas del cristianismo, la del hijo pródigo, para constatar que desde siempre la ingratitud ha sido condenada y que, en este caso un hijo ingrato invariablemente es visto como una persona sujeta a redención, que se le exige una rápida rectificación so pena de vivir en la ignominia y el total deshonor.

Desmemoria

Podríamos hablar también de la ingratitud con los padres, con los ancianos, en el ámbito de la amistad, del matrimonio, del magisterio, y en muchos otros, pero hoy me enfocaré en una forma de ingratitud que, silenciosa y dolorosa, afecta a muchas personas, me refiero a la concebida en el ámbito laboral.

Es verdad, infortunadamente, para personas que construyen, que generan riqueza por muchos años, que se matan sin dañar a nadie, tarde o temprano, será la ingratitud el pago que recibirán por su labor.

Es común que organizaciones “civilizadas” (públicas y privadas) olviden a esos seres humanos que durante años permanecieron fieles a ellas, ignoren a esas personas que, en muchas ocasiones, desdeñaron ofertas de trabajo por que creían en su institución, porque estaban de corazón convencidas que ahí podían entregar su vida y así hacer la diferencia.

La ingratitud es una conducta venenosa que está directamente relacionada con el egoísmo, con el narcisismo, con tener un amor propio enfermizo y acentuado, que atiende de forma desmedida el propio interés, generalmente en detrimento de las demás personas.

Es frecuente que la ingratitud se manifieste en perjuicio de esos seres humanos que lo entregaron todo en su trabajo pero que un mal día, de súbito, se encuentran con algún matiz de la siguiente novedad: “ya no son útiles”, y entonces todo ese tiempo de permanencia y lealtad, en un segundo, se les va por el resumidero, junto con toda una basta experiencia.

Estas personas suelen ser traicionadas por el centro de trabajo al que le dedicaron su talento, esfuerzo y vida productiva; de un tajo se les despide o se les limita su desarrollo.

¿Cómo es posible que esta inmoral situación haya invadido a tantas organizaciones, inclusive a instituciones educativas que jactan por su “humanismo”? ¿Bajo qué clase de “humanismo” fincan su existencia las personas que toman esas decisiones? ¿Pueden considerárseles socialmente responsables a las organizaciones que “desechan” a las personas como si fuesen objetos? ¿Qué razones las inspiran para ser ingratas con las personas que, durante años, han sido fieles y comprometidas con su labor?

Paradoja

Creo que la ingratitud es un tema de insensibilidad humana. Es la amnesia del corazón. Los ingratos no conocen humanismo alguno o, en todo caso, sólo hablan de agradecimiento en palabras, en retórica vacía e hipócrita. Los ingratos carecen de memoria y en muchas ocasiones se confabulan con otros lobos para dañar a personas que se han apegado a una causa, oficio o empeño. El ingrato –persona u organización– traiciona lo más sagrado que puede haber entre los seres humanos: la confianza.

Oportunidad

Estoy cierto que es difícil asimilar la ingratitud, pero es inútil esperar el bien de los lobos (aunque se vistan de corderos), ellos jamás corresponden, pero esta realidad es paradójica, porque saber de ingratitudes enriquece la existencia y lleva a la comprensión de una tremenda verdad: “el servir –como diría Mistral– no es faena de seres inferiores y que Dios, que da el fruto y la luz, sirve, y pudiera llamársele así: Él que sirve”. Por consiguiente, es útil comprender que se debe hacer sencillamente el bien, sin esperar recompensas de nadie, porque la distinción va implícita, so pena de sentir luego la desilusión.

Es mejor saber que una persona generosa y laboriosa seguramente sufrirá ingratitud, pero existe algo que nadie le puede quitar: la emoción de dar, el placer de servir, sentimiento que los ingratos –al tener castrado el espíritu–, son incapaces de sentir y de gozar. He ahí parte de su condena.

Creo que, paradójicamente, la ingratitud añade mérito a las buenas acciones y que es mil veces mejor crear ingratos que dejar de hacer lo que se debe de hacer, que abandonar la oportunidad de servir y ser útil.

Recordar

Las personas realmente felices son las que son y se sienten útiles, que saben que servir es la renta que se le paga a la vida por la existencia. Sé que es muy espinoso comprender la ingratitud y la traición, pero supongo que así somos los humanos, entonces el tema es no ser uno la persona ingrata.

Alguien dijo que la ingratitud proviene de la imposibilidad de pagar, pero yo agregaría que la persona ingrata, sin saberlo, se convierte en una persona ácida, avinagrada, detestable. Infeliz.

Efectivamente, todo en la vida se paga; como el caso del lobo de la fábula, su castigo es que, por siempre, será considerado un animal traicionero e ingrato, aún cuando de cordero se vista. Yo, por mi parte, siempre recordaré que agradecer es uno de los verbos más poderosos que existen en el corazón de las buenas personas. Es un verbo que recupera mucha de la humanidad que hemos perdido. Es una palabra que, al hacerla acción desde el corazón, enriquece la existencia de quien la pronuncia y ejerce y, sin duda, enaltece y reconoce a la persona que la recibe.

En la esperanza y la gratitud que expresa nuestro personal corazón se encuentra la posibilidad de hacer un mundo mejor, porque promueve bienestar, construye confianza y generosidad motivándonos a actuar a favor de las demás personas.

cgutierrez@tec.mx

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