Guajolotes de ayer, pavos de hoy

Opinión
/ 20 diciembre 2024

Ayer Goya con su hacha y el cócono corriendo sin cabeza por el patio... hoy esa planta industrial, aséptica, de donde salen pavos por millones

La tía Amelia, que vive en San Luis Potosí, está en Saltillo. Es Navidad y ella va a cocinar el pavo. El niño que esto escribe es el encargado de traer al cócono, comprado a una familia que cría pavos y gallinas en el corral de su casa. Le entregan al niño el guajolote −vivo−, y él lo carga en los brazos y va con él por la calle. El niño es muy pequeño; el maldecido pájaro es muy grande. En cada esquina hace:

-¡Glugluglugluglú!

La gente ríe, y el niño maldice al guajolote y a su suerte.

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Antes de sacrificar al cócono es necesario emborracharlo. La tía le administra con gotero una muy competente dosis de tequila. “Mejor habría sido vino blanco, jerez u oporto”, dictamina. El guajolote se alegra bastante con las libaciones, pero no sabe que lo agasajan así para matarlo. El tequila evitará que su carne se ponga dura por efecto del susto de la muerte. La criada, Goya, consumará la ejecución. Ella sabe de las cosas de la vida y, por tanto, sabe también de las cosas de la muerte. Pone una tabla en el lavadero y coge el hacha de la leña.

-Deténganmelo −dice con acento de profesional.

Alguien agarra al cócono por la cabeza, otro lo detiene por las patas, y Goya da el hachazo con eficiencia que habría envidiado cualquier verdugo real. El guajolote escapa de quienes lo detenían y corre descabezado por el patio. Ya no recuerda el niño el sabor de aquel pavo cocinado magistralmente por la tía Amelia, pero no olvida la visión del pájaro negro corriendo sin cabeza por el patio.

Pasan los años −ése es su principal quehacer− y el mismo niño, crecido ahora, va a perorar en Nuevo Casas Grandes, Chihuahua. Es la primera vez que va, y queda fascinado por esa remota población. En ella comienza, por el norte, la gran sierra occidental.

Casas Grandes es sitio de mormones. No de menonitas, entiéndaseme bien: de mormones. Se establecieron ahí hace muchos años con un permiso que consiguieron del gobierno liberal. Su mejor colonia, donde hay lujosas residencias, se llama “Benito Juárez”. Ahí levantaron los mormones un espléndido templo coronado −como el de Salt Lake City− por un dorado arcángel que lanza al viento el son de su trompeta.

Quien esto escribe siente simpatía por los mormones. Alguna vez escribirá de cuando llegaron a Saltillo. Los mormones son gente laboriosa; su vida de familia es ejemplar. Quienes viven en Nuevo Casas Grandes son ya mexicanos, y han renunciado a las antiguas prácticas de poligamia que alguna vez usaron los varones de su Iglesia. Pero hay una comunidad cercana, llamada Le Baron, en donde aún subsiste la costumbre de que un hombre tenga varias esposas. Me hablaron de un señor que tiene tres, y más de veinte hijos con ellas. Cuando van en familia al cine “Variedades” forman un espectáculo mejor que la película.

Quise saber por qué, si la bigamia es un delito, ese señor no tiene problemas con la ley. Me explicaron que en Chihuahua la bigamia no se persigue de oficio, sino por denuncia de parte ofendida (o insatisfecha al menos). Y nadie ha denunciado jamás a un mormón bígamo, bendito sea Dios.

El viajero es invitado a visitar la gran planta empacadora de pavos que tiene en Nuevo Casas Grandes el señor Parson, mormón él. Dos millones de pavos fueron sacrificados y empacados aquel año −ahumados unos, crudos otros, congelados todos− a fin de ser vendidos en Estados Unidos y México para las cenas de Acción de Gracias y Navidad. Doce mil pavos pasan cada día por la línea de producción. Entran a ella colgados por las patas; llegan a una compuerta en donde reciben una descarga eléctrica que los priva del sentido sin matarlos; luego un infalible ejecutor les abre el pescuezo. Se desangra el pavo; una máquina lo despluma; se le extraen las vísceras; se le lava muy bien, se le arregla para la venta y pasa al cuarto de congelación. Menos de 10 minutos transcurren desde que el pavo entra vivo hasta que sale, ya congelado, de la planta a los sitios de venta.

Cambian los tiempos. Otra cosa no saben hacer. Ayer Goya con su hacha y el cócono corriendo sin cabeza por el patio con su fuente de sangre derramada; hoy esa planta industrial, aséptica, de donde salen pavos por millones. A los ojos del viajero, sin embargo, la Navidad no cambia; sigue siendo la misma. Algo debe quedar para que de nosotros algo quede.

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