Hablemos de Dios 160: absolución y pecado al siguiente día
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Si usted me ha leído con cierta frecuencia en estas generosas páginas de VANGUARDIA, tengo varios ángeles tutelares, sean poetas, escritores, vividores, bandoleros, pintores, cantantes, políticos, anacoretas, filósofos, borrachos... sí, simplemente humanos. Como yo y como usted. Y uno de estos humanos, favoritos míos, es mi amado Francis S. Fitzgerald. Sí, uno de mis escritores de cabecera. Tal vez, el mejor de mi vida el cual me acompaña siempre en todo momento.
Me reconozco en él. Me veo en él... pero yo, sin el más mínimo talento. Comparado con su genio. Mi amado Fitzgerald murió de alcohólico. Aunque, se reporta su muerte de una forma banal: fallece el 21 de diciembre (siempre diciembre, pues) tras una crisis cardíaca mientras escuchaba en la radio un partido de futbol. Pero, su cuerpo y mente ya estaban podridos por el alcohol el cual lo desecó a él y a su esposa, la gran Zelda Sayre.
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En fin, lo amo y lo invoco a cada momento. Lo releo siempre. Hace poco tiempo me leí una antología de sus textos, sus relatos, los cuales los tengo diseminados en cada edición que compro de sus obras. Los leí y los releí con la misma pasión de siempre, caray. La edición es “El curioso caso de Benjamin Button y otros relatos”, para editorial Orión, en su colección “Fractales”. La presentación es en tapa dura y me gustó. Todo lo compro cuando es de mi amado Fitzgerald. Así de sencillo.
Pero, leí los textos y los releí y los volví a anotar con mis huellas poniendo plumón rojo en mis apetencias de hoy, mis intereses. No quise ir a ver las ediciones anteriores de sus libros y ver eso, mis huellas de ese momento. Mis anotaciones y apetitos que en años anteriores tenía de sus libros, su narrativa, sus ideas y poesía. Pero, insisto, hoy traté de leerlo de nuevo y con nuevos ojos en el mismo desfiladero. La sorpresa es mayúscula...
Lo he anotado en sus relatos en sus claves posibles (Francis S. Fitzgerald es inconmensurable). Pero, uno de sus relatos me ha cautivado y no lo recordaba y tiene todos los elementos de esa crítica feroz al cristianismo y al catolicismo de cristianos de flagelación, golpe de pecho en la misa dominical.... Para luego estafar a la esposa, a los hijos y los empleados no en la semana, sino toda la vida. Por siempre. El relato es, caray, como no, “Absolución”.
La trama es feroz. Es lo mismo de siempre. Padres atormentados, sacerdotes atormentados. Hijos atormentados. Dios atormentado, el cual como un juez implacable, está con el ojo avizor para ver quién comete un pecado y así castigarlo con su mazo punitivo y castigador, puf. Texto rudo, bueno, genial y sintomático de los textos de Fitzgerald, el cual juega con todo y con todos. Entramos en materia. Y sí, la materia es delicada y es eterna, como la literatura y la religión.
Aquí todo mundo es pecador: un muchacho que miente todo el tiempo, el cual recibe palizas de su padre por no confesarse y no recibir la hostia los domingos; siempre los domingos como un fardo en la vida y en el cuerpo. Un cura pecador y como todos los curas, homosexual. Casi todos, pues. Y aflora aquello de que Dios es un juez que castiga, todo lo ve, todo lo sabe, todo lo oye: aquellas cualidades de Dios hoy olvidadas: es ubicuo, omnisciente y omnipotente. Todo lo sabe, todo lo ve y está en todo lugar.
ESQUINA-BAJAN
Lo invito a leer el relato “Absolución”, del genio de mi amado Fiztgerald. Van para usted algunos calambres para que vea lo portentoso de su prosa y sobre todo, lo genial de su escritura y lo cruel de sus ideas. Van imágenes de su texto, es literal la transcripción.
“Después de luchar cuerpo a cuerpo con sus emociones (el joven Rudolf Miller, es el protagonista), pudo compadecerse un poco de sí mismo, y sólo entonces, se convenció de que ya estaba preparado para verbalizar su acto de contrición en el interior del confesionario...”. Interrumpo la prosa genial de Fitzgerald para decirle a usted la definición de confesionario para él en su texto: “El gran ataúd vertical”. Y claro que me recuerda una polémica que su servidor tuvo con un hermano cristiano, pero harto ortodoxo: él me dijo muchas veces: “Maestro Cedillo, nosotros no vamos a descargar nuestros pecados con un Padre o sacerdote para que nos absuelva y seguir pecando al siguiente día...”.
Buen punto, pero lo nota señor lector, pecado de soberbia. Y cómo no decirlo una y otra vez: ellos, los hermanos cristianos, los hijos privilegiados de Dios, los elegidos de Dios, en la maldita pandemia del virus chino... ¿dónde estaban si Dios los protegía y no eran humanos, sino casi santos o inmortales como él? Pues estaban guardados, espantados: sin Dios y sin vida. Cuando su ejemplo debió de haber sido lo contrario: en contra de la adversidad de un patético y mortal bicho creado por humanos, Dios lo es todo y lo soluciona todo. Pero, no lo creyeron, se guardaron en sus cuartos oscuros pidiéndole a Dios, su Dios, que contestara sus oraciones.... La sanación, el fin de la enfermedad, el fin de todo nunca llegó. Y Dios nunca lo va a hacer.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Sabe usted qué es un parque de atracciones?, dice Fitzgerald en su relato. “Una orquesta tocando en algún lugar... un globo de colores... pero no te acerques demasiado... sólo sentirás el calor, el sudor y la vida”. Dios es eso: vida, sudor y calor. ¡Ah!