Hablemos de Dios 162 y de todos sus nombres

Opinión
/ 17 febrero 2024

Todo mundo me lo ha dicho: me meto en muchos galimatías en esto, hablar de Dios, “Hablemos de Dios”, pues sí, pero eso nos hace crecer. ¿La ciencia, el cosmos, lo inentendible? Pues allí está, para eso, para explorar. Lo voy a volver a escribir en letra redonda: si usted cree en la evolución humana pregonada por Charles Darwin y su evolución de las especies, pues sí, yo también creo. A secas. Pero, yo prefiero y elijo ser hijo de Dios Altísimo y no ser un hijo... de un chango.

Pero, ya me metí en pantano. Yo, únicamente yo, he elegido ser hijo de Dios, pero, ¿es Dios cuando ni sabemos su nombre verdadero, real?, ¿entonces quién o qué es Dios? Hartos, hartos comentarios me llegan de esta saga: los nombres de Dios. ¿Por qué el buen Dios, de existir, se esconde en su mismo nombre? Nunca lo sabremos. Se lo he platicado en los dos o tres últimos textos: si acaso Dios tiene nombre es lo siguiente: JHWH o IHWH. Es decir, es “Iahvé” o “Jehová” para hacerlo inteligible a nosotros, pero su nombre es IHWH. Trate usted de decirlo, nombrarlo, pronunciarlo... ¿No puede, verdad? Imposible. Entonces ¿por qué le hablamos tan fraternalmente si ni siquiera sabemos su nombre?

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¿Por qué Dios tiene tantos nombres? La verdad, no lo sé. Apenas lo estoy masticando. Pero, es un Dios múltiple, es “el creador soberano, poderoso”, pero también es “señor y amo”, también “Dios altísimo”, “el señor de los ejércitos”, “el señor mi salud”, “el señor mi proveedor”... En fin. ¿Es el mismo Dios o es diferente?, ¿necesitamos un Dios para cada circunstancia especial de la vida?, ¿a quién invocar entonces? La cosa no es sencilla. Nada sencilla para los creyentes. Sean hermanos musulmanes, cristianos, católicos, metodistas... en fin. Cosa complicada.

Para entablar una conversación con un amigo, primero uno se presenta, al menos dice su nombre. ¿Y entonces el nombre de Dios? Pues no lo hay, lo hemos visto y lo estamos repasando. ¿Dios somos nosotros? Mmh, lo he creído todo el tiempo. Lo sigo cocinando. Lo sigo creyendo. Máxime cuando leo a mis escritores favoritos y traen la verdad en su palabra. Leo a una poetisa sobre la cual está construido parte del patrimonio cultural y poético de Estados Unidos. Apenas y salió de su pueblo, de su casa y de su recámara. Atormentada como casi todas las mujeres, la gran Emily Dickinson. Pero, la señorita (así murió) trató de tocar a Dios. Lea usted algunos versos...

El cerebro pesa lo mismo que Dios

Y si lo calculas, libra a libra

Hallarás la misma diferencia –si la hubiere–

Que separa a una sílaba de un sonido.

La puntuación es mía, parte de la versión del poema es mía, en mi pésima traducción del inglés. ¿Lo notó verdad? Dios está en nuestro cerebro, nunca en el corazón. Dios nos habita y nada tiene que ver con templos de oración. Bueno, sí tiene y mucho qué ver: la magnificencia de tanto arte a través de los siglos en su honor.

Si no sabemos el nombre real de Dios y menos lo conocemos ¿nos puede hablar? Avanzamos, si usted ha visto a Dios, ¿Usted lo ha visto gordo o flaco, coronado de joyas o coronado de miseria? Es decir, es una versión y visión antropomorfa. Lo imaginamos como mostros, tristes humanos. Pues entonces no está alejado de nuestra realidad lo de Jorge Amado, brasileño él: cuando Vadinho muere y resucita un instante en la obra ‘Doña Flor y sus dos maridos’ dice que “Dios es gordo”.

ESQUINA-BAJAN

¿Por qué no creerle? Un poeta que murió loco de amor (el amor enferma y mata) Friedrich Holderlin, escribió un verso perturbador: “Pues es terrible ver cómo dispersa/ lo vivo Dios acá y allá, sin fin”. Caray, a otro público con semejantes versos puntillosos. ¿Nombrar a Dios? Imposible. ¿Y entonces por qué no asumimos sus hijos o sus semejantes o sus discípulos o como el mismo y desquiciado Papa, su Representante o Enviado? Puf.

Pues cosa de hombres, no de Dios. Creo que usted lo sabe: la iglesia no debería llamarse cristiana (por Jesucristo) sino paulina (por Pablo, antes Saulo, el judío de Tarso. Luego se convirtió y sobre su traición se ha construido la Iglesia católica) o bien, debería llamarse Iglesia Constantina. En honor, claro, al emperador Constantino, el verdadero fundador de la iglesia católica (Siglo III de nuestra era). Constantino fue práctico: era economía y poder, no religión. Había una secta virulenta, los cristianos. Eran pocos, pero tuvo que pactar con ellos.

Ya luego de Constantino el grande, el que inventó esto llamado Iglesia Católica, vino en el siglo 12, el Papa Inocencio III (1160-1216). Fue elegido Papa a la edad de 37 años. Y a este se le debe lo siguiente que usted si es cristiano o católico arrastra (no esté en la Biblia), es control de masas, pues: el buen Inocencio III inventó el matrimonio indisoluble (sólo la Iglesia lo puede sancionar), inventó la confesión, y como le gustaba harto la lana y el vivir bien y a todo tren (era joven, pues) inventó el diezmo.

LETRAS MINÚSCULAS

Y uno de sus mejores inventos que hoy sigue manipulando a millones de humanos: un sacerdote puede convertir un mendrugo de pan en “cuerpo de Cristo”, lo hizo en el Concilio de Letrán. Puf. De loco, de loco.

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